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Laberintos humanos. Truco viejo

Sabado, 31 de octubre de 2015 01:30
Estábamos rodeados de perros que nos desgarraban los pantalones con sus dientes. No había pasado un día, aunque parecía una eternidad, desde que supimos que por causa de ese rayo del ser verde metalizado, los mejores amigos de los hombres nos habían superado en inteligencia y proyectaban borrarnos de la faz de la tierra.
Combatían como perros, con sus cuatro patas en el suelo y los dientes al frente, dialogaban como personas de pie sobre sus piernas, y se refugiaban en los sentimientos que despertaban en sus dueños para dividirnos y vencernos. Alguien dirá que se trata de un truco viejo, demasiado usado ya, pero no por ello dejaba de ser eficaz y les funcionaba.
Digan lo que digan, cruzábamos el Río Grande esquivando sus dentadas y aguantando el dolor, cuando Armando descubrió que si bien nos desgarraban los pantalones lastimándonos las piernas, no corrían tras nosotros como si nos persiguieran sino que lo cruzaban con nosotros hacia la Peñalta.
Sugirió que nos detuviéramos y le hicimos caso porque calzaba el prestigio intelectual de ser el Abuelo Virtual, no porque su idea nos pareciera sensata. De hecho, en un comienzo fue la peor de las ideas porque los perros, viéndonos quietos, nos saltaron encima aumentando sus dentadas en los brazos con que nos defendimos.
Acaso ese fuera el final, me dije pensando en que no pasaría de esta para poder contarles el final de este tramo de los Laberintos Humanos. ¿Será que mañana en este espacio, en vez de mi columna, haya otro que verse sobre vaya a saberse qué?

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Estábamos rodeados de perros que nos desgarraban los pantalones con sus dientes. No había pasado un día, aunque parecía una eternidad, desde que supimos que por causa de ese rayo del ser verde metalizado, los mejores amigos de los hombres nos habían superado en inteligencia y proyectaban borrarnos de la faz de la tierra.
Combatían como perros, con sus cuatro patas en el suelo y los dientes al frente, dialogaban como personas de pie sobre sus piernas, y se refugiaban en los sentimientos que despertaban en sus dueños para dividirnos y vencernos. Alguien dirá que se trata de un truco viejo, demasiado usado ya, pero no por ello dejaba de ser eficaz y les funcionaba.
Digan lo que digan, cruzábamos el Río Grande esquivando sus dentadas y aguantando el dolor, cuando Armando descubrió que si bien nos desgarraban los pantalones lastimándonos las piernas, no corrían tras nosotros como si nos persiguieran sino que lo cruzaban con nosotros hacia la Peñalta.
Sugirió que nos detuviéramos y le hicimos caso porque calzaba el prestigio intelectual de ser el Abuelo Virtual, no porque su idea nos pareciera sensata. De hecho, en un comienzo fue la peor de las ideas porque los perros, viéndonos quietos, nos saltaron encima aumentando sus dentadas en los brazos con que nos defendimos.
Acaso ese fuera el final, me dije pensando en que no pasaría de esta para poder contarles el final de este tramo de los Laberintos Humanos. ¿Será que mañana en este espacio, en vez de mi columna, haya otro que verse sobre vaya a saberse qué?

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