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17 de Mayo,  Jujuy, Argentina
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Laberintos humanos. La peor idea

Domingo, 01 de noviembre de 2015 01:30

Armando ordenó que nos detuviéramos en medio de la jauría que cruzaba el Río Grande, y pareció ser la peor de las ideas: los perros se nos echaron encima y apenas los repelíamos con los brazos, donde nos mordían furiosos, cuando vimos que, tras hacerlo, seguían su carrera hacia la otra banda.

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Armando ordenó que nos detuviéramos en medio de la jauría que cruzaba el Río Grande, y pareció ser la peor de las ideas: los perros se nos echaron encima y apenas los repelíamos con los brazos, donde nos mordían furiosos, cuando vimos que, tras hacerlo, seguían su carrera hacia la otra banda.

Armando recordó que en alguna de las cuevas de la Peñalta tenía su oficina el Mandingo. Eso se decía y no se decía en vano, y volvió la cabeza para ver que también de Sumay Pacha bajaban miles de canes por la ruta, y que se dirigían a la puerta de una cueva que, podría jurarlo, nunca vi antes.

Decidimos esperar a que pasaran, que desde no hacía mucho eran nuestros mortales enemigos, hasta que sólo quedara alguno que otro cusquito suelto y rezagado. ¡Vamos!, nos dijo como quien encuentra la punta del ovillo y cruzamos la ruta para subir a las viejas vías donde ya no pasa el tren.

Allí se abría esa cueva que nunca antes había visto abierta. Cuando llegamos a su puerta, el Varela, Carla Cruz, Armando y quien les habla sentimos el hedor denso de miles de perros sudados y encerrados, y el eco de sus ladridos alzados en una especie de inmensa letanía. Dentro de la cueva había millares de perros sentados en sus cuartos traseros frente al trono.

Y en el trono estaba él, con cara de perro y corona de papel cortada en tetrabrik. Llevaba al cuello el collar de San Roque y una capa roja en la espalda como diablito de carnaval. Mandingo nos miró, nos guiñó el ojo, y sus miles de fieles caninos se volvieron para vernos entrar.

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