Y la mayoría porque las personas que viven a ambos lados de la autovía, cruzan corriendo y muchas veces sin mirar siquiera a los automóviles que se desplazan a velocidad de ruta abierta. Lo peor de todo es que muchas de esas muertes, suceden a escasos metros de las pasarelas que se construyeron para asegurar el paso de los peatones.
Entre los barrios Mariano Moreno y Cerro Las Rosas, entre barrio Bárcena y San Francisco, y en cercanías del santuario del Gauchito Gil unos kilómetros al sur, la situación se repite.
Ya cerca de Palpalá, se agrava, porque el alambrado olímpico que alguna vez pretendió impedir el cruce de peatones fue cortado y robado, y se lo puede encontrar en gallineros y jardines de casas vecinas a la ruta.
Pareciera que la estupidez humana, transforma en un chasquido un peligro de muerte casi en un suicidio.
Y eso no es culpa de los malos constructores de caminos. Es el desprecio por la vida de hombres y mujeres, niños, ancianos y hasta señoras que cruzan la autopista empujando indolentemente carritos con bebés.
Quizá esto se resuelva con más educación vial, o alambrados de mayor envergadura, pero lo cierto es que si no se trabaja en esto serán cada vez mas las víctimas que se cobrarán las rutas y autopistas
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Y la mayoría porque las personas que viven a ambos lados de la autovía, cruzan corriendo y muchas veces sin mirar siquiera a los automóviles que se desplazan a velocidad de ruta abierta. Lo peor de todo es que muchas de esas muertes, suceden a escasos metros de las pasarelas que se construyeron para asegurar el paso de los peatones.
Entre los barrios Mariano Moreno y Cerro Las Rosas, entre barrio Bárcena y San Francisco, y en cercanías del santuario del Gauchito Gil unos kilómetros al sur, la situación se repite.
Ya cerca de Palpalá, se agrava, porque el alambrado olímpico que alguna vez pretendió impedir el cruce de peatones fue cortado y robado, y se lo puede encontrar en gallineros y jardines de casas vecinas a la ruta.
Pareciera que la estupidez humana, transforma en un chasquido un peligro de muerte casi en un suicidio.
Y eso no es culpa de los malos constructores de caminos. Es el desprecio por la vida de hombres y mujeres, niños, ancianos y hasta señoras que cruzan la autopista empujando indolentemente carritos con bebés.
Quizá esto se resuelva con más educación vial, o alambrados de mayor envergadura, pero lo cierto es que si no se trabaja en esto serán cada vez mas las víctimas que se cobrarán las rutas y autopistas