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Identidad y fe en las alturas de Tres Cruces

La fiesta patronal en honor de la Virgen de Fátima fue la ocasión de mostrar con orgullo una cultura rica en memoria.
Martes, 17 de octubre de 2017 00:00
DANZANDO/ SAMILANTES CON CUARTOS DE CORDEROS.
RESPETO Y VENERACIÓN/ VISTIENDO A LA VIRGEN.

Los modos de celebración al patrono de un pueblo, en nuestra Quebrada, se componen de una rica paleta de recuerdos. Se trata de aquellos modos con que los abuelos, que a su vez heredaron a los abuelos suyos, tejieron el contenido de la fe cristiana con una cultura que se hunde en lo profundo de su historia. Cuando, como en el caso de Tres Cruces, hay una intención de revalorizar lo propio, los resultados pueden ser conmovedores. El rescate de lo propio como una forma de ser pero, a la vez, como una herramienta para que la cultura sea también un atractivo más entre los ricos que enmarcan su paisaje, y así generar una propuesta de turismo que parta de estas riquezas, como manifestó Fabián Martínez en sus palabras durante los actos centrales. Lo que sucedió entre las vísperas y el día que memoraba el centenario de la aparición de la advocación en Fátima, nos hablan de ello. Entre los modos de celebrar, la visita de tantas imágenes como las hay en cada casa, en cada comunidad, para acompañar a la patrona, cargando con ello a la vez una devoción y un arte como lo es el de la imaginería. Las bandas de sikuris, pero también los otros sonidos: el bombo con la cuarteada, el bombo y la quenilla con el torito, la corneta con los samilantes, porque en la ocasión se extendieron todas estas celebraciones.

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Los modos de celebración al patrono de un pueblo, en nuestra Quebrada, se componen de una rica paleta de recuerdos. Se trata de aquellos modos con que los abuelos, que a su vez heredaron a los abuelos suyos, tejieron el contenido de la fe cristiana con una cultura que se hunde en lo profundo de su historia. Cuando, como en el caso de Tres Cruces, hay una intención de revalorizar lo propio, los resultados pueden ser conmovedores. El rescate de lo propio como una forma de ser pero, a la vez, como una herramienta para que la cultura sea también un atractivo más entre los ricos que enmarcan su paisaje, y así generar una propuesta de turismo que parta de estas riquezas, como manifestó Fabián Martínez en sus palabras durante los actos centrales. Lo que sucedió entre las vísperas y el día que memoraba el centenario de la aparición de la advocación en Fátima, nos hablan de ello. Entre los modos de celebrar, la visita de tantas imágenes como las hay en cada casa, en cada comunidad, para acompañar a la patrona, cargando con ello a la vez una devoción y un arte como lo es el de la imaginería. Las bandas de sikuris, pero también los otros sonidos: el bombo con la cuarteada, el bombo y la quenilla con el torito, la corneta con los samilantes, porque en la ocasión se extendieron todas estas celebraciones.

La cuarteada es aquella que, tomando cada celebrante la pata de media res de cordero, danzan una novena delante de la imagen religiosa, alzando el cuarto, cambiando de lado, sin soltarla, en hileras de dos en fondo. Como tantos otros símbolos de la fe popular, puede haber interpretaciones pero pocas explicaciones más que la de la ofrenda: los fieles danzan con los cuartos previamente bendecidos. El del torito se enraíza en aquella costumbre española de lidiar con toros, que a veces por carecer de ellos, y a veces por la prohibición colonial de que lidiaran los nativos, fue reemplazada por una danza que repite lo que el hombre conoce de la bestia. El toro, que es un danzarín con casco alusivo, despliega su instinto persiguiendo mozas, escapando del yugo, pero los caballitos, con ropa de gaucho, cinto con cabeza de caballo y cuchillo de madera, lo incitan a calmarse ante la Virgen. La danza del torito tiene sus argumentos, que se llaman invenciones, y que culminan con la capada, cuando el animal es enlazado, volteado, embriagado y castrado, de igual modo que los cuartos, al fin de la celebración, son quebrados con golpes secos de los participantes. Los samilantes, con sus plumas de suri, repiten también lo que el hombre observa del ave: su paso lento buscando agua con sus bastones, sus polluelos criados por el suri macho y las mujeres que intentan robarle un pichón al padre. Los presentes festejan cada momento con risas, reconociendo que es tal como se comportan los animales y las personas, y este juego, que es una danza con su música particular cada una, es también un acto de devoción, porque su arte no queda en la mera ejecución más o menos virtuosa, en una víspera que comienza con luminarias y ponche de leche con alcohol, para perderse con la tarde del día central de la celebración. El momento, a la medianoche, en que comenzaba el día propio del festejo del 13 de octubre, tuvo su serenata a cargo del grupo local Raíces y del dúo Los Provincianos, las coplas de Sinforosa Guerra alusivas al festejo, y la banda de la policía abrapampeña con el feliz cumpleaños entre fuegos de artificio. El desfile de las instituciones al pie de Nuestra Señora de Fátima y, en este caso, el paso de un nuevo vehículo que adquirió la Comisión Municipal para el traslado de los vecinos con discapacidad, no es más que otra parte de la celebración, sazonada por el paisaje que la enmarca, tanto como el almuerzo comunal, con un menú diseñado previamente en un taller dictado por la cocinera Amancay Gaspar, y el baile de los jóvenes en la noche. El conjunto es ese punto en el que la manifestación religiosa encarna en una cultura rica, plagada de memoria, donde nuestra gente celebra a la vez la protección mariana y sus modos, ese tono propio en el que la comunidad se fortalece fortaleciendo su identidad.