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Laberintos humanos. Buscando al hijo

Miércoles, 18 de octubre de 2017 22:08

Cuando el viejito le contó que le enseñaba a su hijo a celebrar como suri, ante la imagen de San Juan, cuando el niño despareció en la noche, el remisero que lo soñaba nos dijo que despertó, fue a buscar la tola que le habían encargado y la puso en el baúl del coche para regresar a Tilcara, pero nos dijo que en el camino se le empezaron a cerrar los ojos.

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Cuando el viejito le contó que le enseñaba a su hijo a celebrar como suri, ante la imagen de San Juan, cuando el niño despareció en la noche, el remisero que lo soñaba nos dijo que despertó, fue a buscar la tola que le habían encargado y la puso en el baúl del coche para regresar a Tilcara, pero nos dijo que en el camino se le empezaron a cerrar los ojos.

Eso fue cerca de Negra Muerta, nos dijo, apenas pasando Azul Pampa, entonces busqué un recodo en la banquina y me eché una siestita para prevenir un accidente. En ese sueño volvió a aparecer el viejito flaco y encorvado, y me dijo que empezó a buscar a su hijo aquí y allá, y nada. No estaba por ninguna parte, se lo había tragado la noche, le dijo al remisero.

Entonces el remisero no soñó ya con el relato del viejito, sino con esa noche en la que, vestido con plumas de suri, empezó a buscar aquí y allá donde pudiera estar su hijo, y cuando no lo vio, con el grotesco tocado y el bastón, con el mismo andar lento de la celebración, se zambulló en las sombras.

Miraba hacía aquí, hacia allá, corría y desandaba el camino cada vez más desesperado, hasta que tropezó con una piedra, cayó al suelo escuchando, primero, el tintinear de los cascabeles de sus piernas, pero luego un llantito pequeño, lejano, de su niño. Entonces se puso de pie, corrió en la noche, pero no daba con su hijo.

El samilante perdió la noción del tiempo, quién sabe si pronto no amanecería y temió que, con el alba, ya no pudiera dar con el niño, quien sabe. La noche es tan extraña, le dijo.