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Laberintos humanos. Nada más tuvo sabor

Lunes, 20 de febrero de 2017 20:24

Como sea, dijo Penélope, cuando hace tiempo bajé del valle buscando emociones fuertes, encontré a un hombre. A muchas les pasan esas cosas, dijo Armando, casi a todas. Será, dijo ella, pero yo creí que lo amaba, y Armando, cansado de contradecirla, prefirió pedir una docena de empanadas.

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Como sea, dijo Penélope, cuando hace tiempo bajé del valle buscando emociones fuertes, encontré a un hombre. A muchas les pasan esas cosas, dijo Armando, casi a todas. Será, dijo ella, pero yo creí que lo amaba, y Armando, cansado de contradecirla, prefirió pedir una docena de empanadas.

 

En mi caso, dijo ella, la cosa no duró demasiado y ni siquiera sé por qué. Me alcanzó, de todos modos, para desistir en eso de buscar emociones fuertes. Desde entonces probé de todo, desde el matecito de rica rica hasta las empanadas de mondongo, y aunque ni siquiera recuerdo el nombre de ese hombre, desde que lo dejé nada tuvo sabor para mi.

 

Alguien me recomendó el locoto, dijo, pero no era más que un picante. Viajé a Quillacas, me quedé dormida viendo noticieros, me sumé a una troupe circense y me teñí el pelo de verde, porque lo vi así en la tapa de una revista, pero nada me conmovía. Tuve por mucho tiempo la sensación de que la verdadera vida estaba en otra parte, nos dijo Penélope.

 

Vea, le dijo Armando. Nosotros podríamos pasar a engrosar la lista de sus frustraciones, pero ni vale la pena probarlo, dijo cuándo una banda de motoqueros estacionó sus motos en la puerta del almacén y Armando le sugirió que probara con ellos, pero el que parecía ser el jefe, a juzgar por sus tatuajes, sugirió que no era la mejor de las ideas.

 

Nosotros recorrimos con nuestras motos los paisajes más insólitos, pero ya estamos de regreso. Ahora buscamos la normalidad, agregó mirando con cara de desprecio a la joven de cabellos verdes.

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