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Laberintos humanos. El cincel del dolor

Domingo, 26 de marzo de 2017 21:19

Matías, en una pelea de ebrios, había matado a Marcos, y desde que se lo llevaron preso, su madre, doña Marta, acusaba a Agua de la desgracia de su hijo. Matías había peleado con Marcos por ella, pero era Marcos el que tenía más derechos porque ella le había llenado el corazón de esperanzas.

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Matías, en una pelea de ebrios, había matado a Marcos, y desde que se lo llevaron preso, su madre, doña Marta, acusaba a Agua de la desgracia de su hijo. Matías había peleado con Marcos por ella, pero era Marcos el que tenía más derechos porque ella le había llenado el corazón de esperanzas.

Agua bajaba de madrugada a la ciudad para visitar a Matías, a quien había consentido en amar porque ese era el deseo de la mujer que la aceptara en su casa, doña Marta, y regresaba en la tarde para recibir el maltrato de una suegra incapaz de ver que su hijo no la merecía. Así siguió hasta que el juzgado condenó a Matías.

Ya con condena firme, sabiendo los años en que ella estaría fuera y él adentro, Matías sufrió el tormento de los celos y empezó a tratarla mal, pese a que cada mañana bajaba a la ciudad a visitarlo en la cárcel. Una de esas mañanas, los guardias le dijeron a Agua que Matías ya no quería recibirla, y ella supo que tampoco podría volver a casa de los Pueriles.

Vagó con su bolso por las calles de Tilcara, cargando una belleza que se le potenció con la desgracia. Ya no era la moza en que se convirtió el arroyo al bajar con la tormenta, cuando Marcos la recibió en sus manos, sino una mujer cuyos rasgos se habían tallado con el cincel del dolor. Trabajó aquí y allá, amo poco y sin convicción hasta que concluyó que le disgustaba vivir entre la gente.

Y cuando recibió la noticia de la muerte de doña Marta, que tenía a su hijo Matías preso, fue a despedirla pero don Luis no le permitió entrar al velatorio.

 

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