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Laberintos humanos. Junto a la alcantarilla

Miércoles, 29 de marzo de 2017 18:47

Nadie sabe lo que conversaron esa mañana Agua y Matías Pueriles mientras, en la casa de ella, su marido Edmundo se despertaba de los cortos sueños que le permitía el insomnio. Acaso ella, que una noche de tormenta llegó como arroyo para convertirse en mujer, le reveló cosas sobre el amor y la naturaleza que nadie más sabe.

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Nadie sabe lo que conversaron esa mañana Agua y Matías Pueriles mientras, en la casa de ella, su marido Edmundo se despertaba de los cortos sueños que le permitía el insomnio. Acaso ella, que una noche de tormenta llegó como arroyo para convertirse en mujer, le reveló cosas sobre el amor y la naturaleza que nadie más sabe.

Dicen que ella salió de la casa poco antes del mediodía, y que pese a que se dice que nada se le escapaba, pareció no haber notado que Edmundo la esperaba escondido detrás de un molle. Sin verlo, o haciendo que no lo veía, caminó triste hasta una alcantarilla donde la vi por última vez.

Yo caminaba esa vez con Armando a la caza de historias nuevas que contar en estos Laberintos, cuando la vimos despedirse y nos acercamos. Agua nos miró llena de melancolía, levantó los hombros como quien no ve otro remedio y nos dijo que los hombres éramos incapaces de vivir con el agua sin sufrir daño.

Bajé una noche de tormenta en la forma de un arroyo, nos dijo, y me transformé en mujer ante los ojos asombrados de un hombre que me prometía su deseo de felicidad, pero parece que ustedes tienen poca resignación ante la felicidad. ¿Por qué les cuesta tanto?, nos preguntó con sincera profundidad.

Siempre inventan algo para que les vaya mal, nos dijo y agregó que es incomprensible que hayamos vivido tantos miles de año de este modo. Los humanos son lo más inexplicable que hay sobre la tierra, dijo la muchacha que seis o siete años atrás se había transformado, ante mis propios ojos, de arroyo en mujer.

 

 

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