Años que trato de terminar este cuadro, nos dijo ese tal Vicente, pero no hay caso. Lo comencé en los trigales de Arlés hace muchos, demasiados años, y quise seguirlo en muelles de puertos lejanos, en tugurios de mala muerte, junto a mesas de billar con el paño roto y en tablones de canchas de fútbol de barrios alejados de cualquier ciudad, pero siempre en vano.
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Años que trato de terminar este cuadro, nos dijo ese tal Vicente, pero no hay caso. Lo comencé en los trigales de Arlés hace muchos, demasiados años, y quise seguirlo en muelles de puertos lejanos, en tugurios de mala muerte, junto a mesas de billar con el paño roto y en tablones de canchas de fútbol de barrios alejados de cualquier ciudad, pero siempre en vano.
Ya estaba resignado a que quedara inconcluso pero soy terco, y andando por una de las tantas ciudades por las que anduve, me topé con una publicidad en el escaparate de una agencia de turismo, nos dijo mordiendo la punta caliente de una empanada que nos habían servido en un plato tan descolorido como una de sus paletas.
Pasé algún tiempo en un manicomio pero no creo que ninguno de ustedes dos sea parte de mi delirio, nos dijo a Armando y a mí, que negábamos con la cabeza casi seguro de que no lo somos. Y en cuanto leí esa publicidad que hablaba de Tilcara bajo la foto de un hombre disfrazado de diablo con espejos, lentejuelas y una cola larga, me dije que ese era mi destino. El empleado de la agencia de viajes sabía poco de ese lugar y sólo me habló de los precios del avión y de los hoteles.
Ya a esa altura mis cuadros se cotizaban bien, así que no sufría de los problemas de dinero que tuve en vida y pude pagar lo que me pedía, puse mis pinceles y los pomos de óleo en una valija y me embarqué. Y no más llegar, ya los coloridos de los cerros me impresionaron y pensé que de haber nacido en Jujuy mi obra podría haber sido más comprendida en su momento.