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Laberintos humanos. Dos pretendientes de un tiro

Sabado, 08 de abril de 2017 19:00

 

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Agua insistió en que Tosarito no era un apodo sino el diminutivo de Tosario, el nombre de pila, aunque no lo parezca, del doctor Peñaloza, médico pretendiente de doña Aurelia, a quien todos en el gremio curanderil trataban de disuadir de enlazarse con un académico.

No lo hizo, como nos dijo, porque eso de llamarlo Tosarito le daba náuseas, y aunque en definitiva le reconociera a Agua que tal vez no fuera un apodo, que parecía ser lo más grave, de haberlo aceptado hoy sería viuda, porque el doctor no vivió muchos más años. Lo lamenté cuando lo supe, dijo doña Aurelia hablando del deceso, pero esa es harina de otro costal.

Ya entonces me había amancebado con el Panchito el Jockey, hombre de montar a caballo más para huir que para competir, y no vayan a creer que exagero, nos dijo sin ánimo de convencernos. Panchito era petiso como todos los de su oficio, y tenía los muslos demasiado anchos pero lo disimulaba bajo las bombachas de montar.

¿Y que se hizo de ese tal Francisco el Jockey?, preguntó Agua haciendo alarde de su experiencia en apodos, a lo que doña Aurelia respondió que murió en el mismo accidente que el doctor Tosario Peñaloza, allá por el cincuenta y dos. Mire que casualidad, dijo Armando haciéndose eco de la opinión del resto.

No sé si es casualidad o qué, pero parecía estar predestinada a la viudez y me conformé con las circunstancias, que de todos modos el negro no me queda tan mal. La adelgaza un poco, dijo Armando a modo de piropo, pero la curandera se atajó creyendo que las prefería encarnadas.