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Laberintos humanos. Santito y humedad

Viernes, 02 de junio de 2017 20:17

La cosa es que mi nuera convenció a mi hijo de que vendieran la casa en cuanto enterramos a mi consuegra, pero ya para entonces había descubierto a San Cloropio en esta mancha de la pared en la que otros ven humedad, como si no fuera aún más milagroso en el clima seco de Tilcara.

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La cosa es que mi nuera convenció a mi hijo de que vendieran la casa en cuanto enterramos a mi consuegra, pero ya para entonces había descubierto a San Cloropio en esta mancha de la pared en la que otros ven humedad, como si no fuera aún más milagroso en el clima seco de Tilcara.

Y para al menos dejarme algo, que fue ese algo este pasillo oscuro, abrieron otra puerta por la otra calle, tapiaron la terminación de este pasillo y la firmaron a mi nombre ante el juez de paz, que es menos que Dios pero más que muchos hombres. Y desde entonces no sé nada de mi hijo ni de mi nuera ni de mis nietos, que debo tenerlos, y todas mis conversaciones son con mi Santito, nos contó.

Así fue que doña María San Diego Ojeda, quien nos asegurara que sobre su vida ya había escrito fray Cayetano José Rodríguez, se volvió hacia la imagen del hombrecito que ella veía en la pared, y que otros aseguraban que se trataba de una mancha de humedad, para ignorarnos hundiéndose en su rezo.

Esperamos con Armando unos minutos, pero al ver que ya no parecía saber que estábamos allí, nos volvimos hacia la calle y yo me alejé hacia mi casa, convencido que, aunque no muy entretenida como lo son otras de mayor diversión y acción, esta historia era digna de ser escrita para publicar en estos Laberintos.

Me senté frente al teclado de mi computadora en una mañana fría de invierno, con el cielo tercamente nublado entre los cerros, y me dije que vaya que hay gente extraña en Tilcara. Menos mal, me dije y me puse a consignar estas memorias.

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