Sorprendido de que sólo quedáramos dos espectadores, Armando y yo, MickJagger, todo un hombre del espectáculo, se sentó sobre el borde de las tablas, con el micrófono pegado a sus labios gruesos y la bandera verde de Escalinata sobre los hombros, y ante la cadencia maravillosa de los Stones empezó a murmurar un blues que, debo reconocerlo, me sonó a que tenía algo de huayno.
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Sorprendido de que sólo quedáramos dos espectadores, Armando y yo, MickJagger, todo un hombre del espectáculo, se sentó sobre el borde de las tablas, con el micrófono pegado a sus labios gruesos y la bandera verde de Escalinata sobre los hombros, y ante la cadencia maravillosa de los Stones empezó a murmurar un blues que, debo reconocerlo, me sonó a que tenía algo de huayno.
El estribillo repetía:beatifuleyes, alargado como en tonada de invierno, pero del resto no entendí nada. Es cierto que tampoco capto muy bien las letras de las canciones en castellano si las escucho por primera vez, pero algo me sonaba familiar. No a algo que conociera, que no la conocía, sino con esa certeza de que iba a llegar a gustarme.
El blues tiene esas cosas mientras Jagger repasaba los filos de la armónica, Richard golpeaba las cuerdas de su guitarra a un ritmo deliberadamente distinto al de Watts con sus parches, y Wood dibujaba algo parecido a la melodía en el bajo mientras Armando me preguntaba por lo bajo cómo tenía que hacer para filmarlo y subirlo a Facebook.
Se me hace que esto es histórico, me dijo y yo lo corregí agregando que al menos era extraño. Es algo más que raro, me dijo. Por la mañana, al salir de mi casa, un anciano me dijo que este día podía pasar cualquier cosa, que llueva en julio, un temblor o que toquen los Rolling, me dijo Armando que le dijo el abuelo.
¿El abuelito le vaticinó que iban a tocar los RollingStones?, le pregunté y Armando desmereció el oráculo asegurándome que no le dijo en qué barrio.