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Laberintos humanos. Anécdota alusiva

Sabado, 19 de agosto de 2017 20:17

La parquedad de Amadeo Don lo hizo pasar por sabio, al menos a nuestros ojos. Es cierto que las pocas palabras conducen a los dos extremos, como me enseñó después Armando, pero aunque los parcos sabios y los ignorantes suelen tolerarse, los dicharacheros son insoportables sea cual sea su condición, me dijo.

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La parquedad de Amadeo Don lo hizo pasar por sabio, al menos a nuestros ojos. Es cierto que las pocas palabras conducen a los dos extremos, como me enseñó después Armando, pero aunque los parcos sabios y los ignorantes suelen tolerarse, los dicharacheros son insoportables sea cual sea su condición, me dijo.

No sea como le sucedió a mi tía Pancha, me contó Armando en una anécdota alusiva. El tío, a quien no llegué a conocer, parece que la amaba y se lo decía, cosa que no era tan habitual, pero eso a ella no le alcanzaba, y cuando él la miraba a los ojos, bien cerca del desayuno, y con sincera convicción le decía: te amo, ella le preguntaba: ¿y por qué?

Hay hombres, me dijo Armando, que soportan esta suerte de diálogos una semana, otros menos, y algunos toda una vida, pero el caso del tío fue intermedio y, algo así como al mes de vivir con la Pancha, agarró sus pocas cosas y se mandó a mudar.

En ese entonces Tilcara era un pueblo pequeño y la tía no tardó en sentir un pesada vergüenza por el abandono, así que tres días después también partió dejando la puerta cerrada con candado y el plato de los perros lleno de guiso, por lo que los primeros en notas su ausencia fueron los perros de los vecinos, luego los vecinos y al fin el párroco, que lo eligió como tema de la misa del domingo.

El padrecito habló primero del matrimonio, después de la ruptura y, finalmente, de la suerte que corre una mujer sola por el mundo, y todos los feligreses supieron en el acto que hablaba de mi tía, me dijo Armando en su recuerdo.