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En medio de la vorágine actual, nada suplanta a los libros

Domingo, 22 de abril de 2012 20:20

Los libros son objetos ambiguos. Se apilan ahí, tan tangibles, pero al mismo tiempo encierran mundos inciertos, arbitrarios, liberadores... Pocas cosas en la vida gozan de esa dualidad exaltante, capaz de hacernos sentir, a veces, como si les hubiésemos dado la mano a todos nuestros amigos.

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Los libros son objetos ambiguos. Se apilan ahí, tan tangibles, pero al mismo tiempo encierran mundos inciertos, arbitrarios, liberadores... Pocas cosas en la vida gozan de esa dualidad exaltante, capaz de hacernos sentir, a veces, como si les hubiésemos dado la mano a todos nuestros amigos.

En tiempos en los que la velocidad de la tecnología nos deja muchas veces parados al costado del camino y en los que el hombre ve cambiar su relación con el mundo varias veces a lo largo de su vida (antes la evolución de una sociedad se escalonaba en varias generaciones), el libro muchas veces parece quedar arrinconado en el estante de las cosas muertas. Las herramientas “informáticas” modifican nuestro cerebro y nuestra manera de pensar, pero la relación del ser humano con el libro -como invención y reinvención de nuestra realidad- es insustituible. Aun cuando se modifiquen los “formatos”, nada suplanta esa sensación de “vuelta a nacer” que te da el gesto de cerrar un libro, después de haber leído la última página.

En el Día del Libro, tres escritores salteños (Santiago Sylvester, Ana Gloria Moya y Liliana Bellone) quisieron compartir con El Tribuno su experiencia como lectores, repasando brevemente cuáles fueron las obras que les fueron marcando el camino.

Santiago Sylvester

“Pienso, más que en libros, en autores fundamentales que han influido en mi vocación, y creo que puedo empezar sin equivocarme, por Lugones. Me sigue llegando el deslumbramiento que me produjo el "Salmo Pluvial' cuando tuve que leerlo, siendo adolescente, en el colegio. Casi en seguida, Quevedo: por aquella época, y más en Salta, el siglo de oro español era una ley, y se acataba (sigo creyendo que con razón).

Otro poeta del devocionario era Ricardo Molinari. Ahora es poco leído por la desconfianza hacia el lirismo de la poesía argentina actual, pero fue fundamental en mi período de formación, y su poema "Una rosa para Stefan George' sigue siendo uno de los grandes poemas del país.

Y por supuesto, Neruda y Vallejo: eran los sumos pontífices de la época; sigo leyéndolos, aunque apelando a esa antología personal con la que nos terminamos quedando.

Después ya fue la avalancha (Eliot, Cernuda, Pavese, por supuesto Darío), pero creo que mi propósito de escribir ya estaba definido”.

 

Ana Gloria Moya

“Todo buen libro deja su huella. Pero si debo precisar, "Pedro Páramo' y "Cien años de soledad', definitivamente. No soy original en mi elección. Mi generación está señalada a fuego por la narrativa hispanoamericana y su nueva mitología.

En América lo insólito siempre ha sido cotidiano y Rulfo y García Márquez hacen una búsqueda apasionante de la identidad americana. Hacen que lo increíble sea tan ordinario que, luego de leerlos, nos parece perfectamente natural dialogar con los muertos o estar enamorada de Aureliano Buendía.

Como lectora y luego como escritora quedé atrapada definitivamente en Comala y en Macondo. En la sustancia de América, magnífica y contradictoria, caótica y paradójica, que el realismo mágico intenta aprehender. Ambas obras me dejaron la marca de la provisoriedad, de lo fugaz, de la belleza. De sentirme en permanente construcción”.

 

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