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La desmesura es antidemocrática

Miércoles, 05 de septiembre de 2012 12:05


Fito Páez tiene el fanatismo de los conversos. Así como en otras épocas celebró a otros gobiernos, con el kirchnerismo cultiva la militancia musical. No es el único converso, aunque en su caso es decisivo el cachet que cobra por participar en celebraciones patrias.

Nadie puede negarle el derecho de defender al Gobierno nacional y de cuestionar a Mauricio Macri. El problema es que se la va la mano y es difícil creerle. En primer lugar, por más que él tenía apenas doce años cuando comenzó la dictadura, debería saber que el terrorismo de Estado es una tragedia que no se puede relativizar. Nadie en su sano juicio puede comparar a Macri con los genocidas. En segundo lugar, el pez, por la boca muere. Si el gobierno nacional, que él defiende, está legitimado por los votos, el de Macri, al que fustiga, descalifica y que le da asco, también.

Hay mucha gente a la que le gusta la música de Fito. Mucha menos es la gente a la que le gusta escucharlo cantar, porque desafina. Pero el problema se plantea cuando las palabras alimentan la intolerancia y la violencia verbal, como ocurre en este caso.

Si Fito Páez alguna vez hubiera estudiado la diferencia entre democracia y autoritarismo sabría que la divisoria de aguas está en que la primera distingue Estado, gobierno, partido y líder, mientras que el segundo los confunde.
El 0800 para denunciar las incursiones de La Cámpora en las escuelas es una tontería, no una buchonada; en cambio, que un grupo de militantes haga campaña en los colegios es un avance del poder del Estado sobre las libertades personales.

Macri ganó dos elecciones en forma categórica; Cristina también. Ambos representan proyectos antagónicos, dentro de la democracia, que se diferencia de la dictadura por el pluralismo y la tolerancia.
Páez cayó en la trampa de esa catastrófica devaluación de la palabra que está diluyendo la cultura democrática de los argentinos.

Su error en este caso es el mismo en que incurrió el escritor Marcos Aguinis al comparar a La Cámpora y a la Tupac Amaru con las juventudes hitlerianas. Es el error de la desmesura.
Esa obsesión por referenciarse en el pasado es un indicio de que las ideas son endebles y que la realidad es frustrante.

Ni Páez ni Aguinis son autoridades políticas, pero son actores culturales. La desmesura de sus palabras aniquila la credibilidad de lo que están denunciando y, además, sólo contribuyen a transformar la disidencia en odio y al adversario en enemigo.

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Fito Páez tiene el fanatismo de los conversos. Así como en otras épocas celebró a otros gobiernos, con el kirchnerismo cultiva la militancia musical. No es el único converso, aunque en su caso es decisivo el cachet que cobra por participar en celebraciones patrias.

Nadie puede negarle el derecho de defender al Gobierno nacional y de cuestionar a Mauricio Macri. El problema es que se la va la mano y es difícil creerle. En primer lugar, por más que él tenía apenas doce años cuando comenzó la dictadura, debería saber que el terrorismo de Estado es una tragedia que no se puede relativizar. Nadie en su sano juicio puede comparar a Macri con los genocidas. En segundo lugar, el pez, por la boca muere. Si el gobierno nacional, que él defiende, está legitimado por los votos, el de Macri, al que fustiga, descalifica y que le da asco, también.

Hay mucha gente a la que le gusta la música de Fito. Mucha menos es la gente a la que le gusta escucharlo cantar, porque desafina. Pero el problema se plantea cuando las palabras alimentan la intolerancia y la violencia verbal, como ocurre en este caso.

Si Fito Páez alguna vez hubiera estudiado la diferencia entre democracia y autoritarismo sabría que la divisoria de aguas está en que la primera distingue Estado, gobierno, partido y líder, mientras que el segundo los confunde.
El 0800 para denunciar las incursiones de La Cámpora en las escuelas es una tontería, no una buchonada; en cambio, que un grupo de militantes haga campaña en los colegios es un avance del poder del Estado sobre las libertades personales.

Macri ganó dos elecciones en forma categórica; Cristina también. Ambos representan proyectos antagónicos, dentro de la democracia, que se diferencia de la dictadura por el pluralismo y la tolerancia.
Páez cayó en la trampa de esa catastrófica devaluación de la palabra que está diluyendo la cultura democrática de los argentinos.

Su error en este caso es el mismo en que incurrió el escritor Marcos Aguinis al comparar a La Cámpora y a la Tupac Amaru con las juventudes hitlerianas. Es el error de la desmesura.
Esa obsesión por referenciarse en el pasado es un indicio de que las ideas son endebles y que la realidad es frustrante.

Ni Páez ni Aguinis son autoridades políticas, pero son actores culturales. La desmesura de sus palabras aniquila la credibilidad de lo que están denunciando y, además, sólo contribuyen a transformar la disidencia en odio y al adversario en enemigo.

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