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20 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Una guerra, ¿hubiera justificado el genocidio?

Lunes, 18 de febrero de 2013 21:56

La Argentina parece una Nación condenada a no enterrar nunca a sus muertos. El pasado no resuelto ni asumido nos persigue y nos envuelve en conflictos que parecen congelados en el tiempo. Uno de los debates más lacerantes es el que se refiere a la carnicería que vivió el país en los setenta.

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La Argentina parece una Nación condenada a no enterrar nunca a sus muertos. El pasado no resuelto ni asumido nos persigue y nos envuelve en conflictos que parecen congelados en el tiempo. Uno de los debates más lacerantes es el que se refiere a la carnicería que vivió el país en los setenta.

De los grupos armados quedaron pocos sobrevivientes; de los represores, casi todos. Pero no hay disposición de ninguno a contar la verdad. Sería bueno que las fuerzas militares y los jefes guerrilleros rompieran el silencio al que no tienen derecho.

¿Hubo guerra o no hubo guerra?. Hubo guerrilla, hubo lucha armada y hubo estrategias militares aplicadas a la política. Es deshonesto querer hacer creer que la represión se descargó sobre grupos de ecologistas, defensores de los derechos humanos e indigenistas.

“Ayer fue la Resistencia, hoy Montoneros y FAR, y mañana el pueblo entero en la guerra popular”. Esa consigna, coreada por miles de jóvenes hoy sexagenarios o desaparecidos, lo dice todo. Entonces no había prurito para hablar de “guerra”. Las formaciones armadas no surgieron de la nada, sino de una experiencia violenta que vivió la Argentina, por dar una fecha, desde el 16 de junio de 1955, con el bombardeo sobre Plaza de Mayo, hasta la dictadura.

Las organizaciones armadas se preparaban para una guerra popular, integral y prolongada. Esto no fue un invento de los militares: está descripto con generosidad y transparencia en Lucha armada en la Argentina, de Christian Kupchik, Cacho Lotersztain y Sergio Bufano, una publicación cuatrimestral que se difundió a partir de 2004 y por tres años. También puede consultarse la amplia bibliografía documental compilada por Roberto Baschetti o el libro Hombres y mujeres del PRT-ERP, de Luis Mattini. Esos trabajos, y muchos otros por cierto, son testimonios honestos, verificables, producidos desde adentro y escritos con dolor. En sus páginas se encuentra una historia diferente de lo que suelen relatar los cantores de protesta.

Negar la hipótesis de que hubo una guerra tiene un fundamento: la desproporción de armamentos, tropa y experiencia. La guerrilla rural fue desbaratada en poco tiempo y la experiencia urbana era insostenible, porque es imposible compartir el territorio con el enemigo.

En aquel entonces, quienes afirmaban la guerra eran los grupos de izquierda revolucionaria, mientras que para los represores, se trataba de “delincuentes subversivos”.

El problema que este pasado proyecta en el presente es que se soslaye otra realidad: la de la violencia como instrumento de la política, que atraviesa los 21 años que transcurren entre la Revolución Libertadora y el Proceso. La proscripción del peronismo y la represión contra la resistencia fueron el ambiente propicio para el nacimiento de Montoneros y el viraje a la izquierda de una parte de la ultraderechista Tacuara; esto se combinó con el internacionalismo marxista que alumbró a las Fuerzas Armadas Revolucionarias y al Ejército Revolucionario del Pueblo.

El frustrado intento de fuga del penal de Rawson y la posterior masacre de Trelew ofrecen un fresco de los ánimos que imperaban en 1972.

Muchísima gente se irrita con el columnista Mauricio Ortín cuando afirma que la represión llevada a cabo por la dictadura fue parte de una guerra. Sería bueno saber por qué se irritan.

Seguramente, no pensarán que torturar gente, hacer desaparecer prisioneros y robar recién nacidos hubiera sido legítimo de haberse tratado de una guerra. En cambio, algunos lo dicen y otros lo insinúan, los fusilamientos de prisioneros llevados a cabo, por ejemplo, al triunfar la Revolución cubana se justificaría para ellos en el carácter redentor de la guerra revolucionaria.

Los derechos humanos, como institución jurídica, son tales porque son universales. No hay guerras justas, aunque sean a veces inevitables. Y no hay guerras santas, ni en nombre de la religión ni, tampoco, en nombre de la revolución popular. No importa tanto si hubo guerra o no. Lo grave es que hay todavía muchos argentinos dispuestos a santificar la muerte.

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