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20 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Decadencia o grandeza, la decisión será nuestra

Viernes, 31 de julio de 2015 19:56

Decadencia o grandeza, la decisión será nuestra

Las elecciones primarias de agosto próximo podrían significar para la Argentina un giro copernicano con relación a los últimos años, o bien, uno de "360 grados", como supo prometer un protagonista "majestuoso" de la experiencia de Malvinas de 1982, quien, como sabemos, acertó en su pronóstico.
Conviene, por lo tanto, intentar un inventario y balance de las principales situaciones vividas en los últimos doce años.
Claramente, este período se origina en una frustrada experiencia de gobierno entre 1999 y 2001, en el que la torpeza política propia junto a un complicado panorama interno y externo lo agotaron rápidamente y debió renunciar, habiendo dejado un país con recesión e incluso caída en el PBI, pero, justo es reconocerlo, había prometido "no devaluar ni defaultear" y cumplió su promesa.
Es cierto también que las instituciones de la República que renacieron en 1983 y se mantuvieron, con altibajos, hasta entonces, funcionaban razonablemente bien: división de poderes, federalismo, controles republicanos.
Luego de una formidable crisis política a fines de 2001 ocasionada por la renuncia del presidente a mitad de su mandato y la seguidilla de los que se sucedieron en pocos días, la Asamblea Legislativa nombró un presidente para completar el mandato trunco, pero el nuevo gobierno generó durante los primeros meses posteriores una gigantesca crisis por su impericia inicial para resolver los graves problemas económicos existentes y generados por los presidentes que se sucedieron, principalmente, el default anunciado a poco de la renuncia que interrumpió el mandato, la decisión respecto de mantener la convertibilidad o salir de ella y cómo, y la recuperación del largo período de recesión.
El primer ministro de Economía de la gestión complementaria 2002-2003 produjo una gigantesca devaluación de la moneda que redujo a su cuarta parte su relación con el dólar junto a una desocupación de un 17% y una caída del PBI cercana al 10%, a lo que se sumó una brusca aceleración inflacionaria.
Sin embargo, el recambio del Ministro de Economía consiguió en pocos meses estabilizar la economía y el valor del peso en relación al dólar, hacer crecer la producción y el empleo e incluso llevó adelante una renegociación de la deuda externa que inicialmente pareció exitosa, aunque al haberse hecho en forma compulsiva y unilateral, dejó fisuras jurídicas que se tradujeron, junto con nuevas impericias posteriores, en la actual crisis con los fondos buitre.
El nuevo período institucional en 2003, al principio mantuvo los logros alcanzados que se tradujeron en un importante aumento en el PBI, superávit fiscal y externo, recuperación del empleo y una esperanzadora expectativa hacia futuro.
Sin embargo, en relativamente poco tiempo comenzó a observarse en el gobierno una conducta a la que los argentinos nos habíamos desacostumbrado desde 1983: el autoritarismo. En efecto, con claras diferencias de estilos y de logros, las tres presidencias previas desde el retorno de la democracia habían, como se decía, mantenido intactas las instituciones, teniendo en cuenta que la democracia argentina no es la escandinava o suiza, por supuesto.
Sin embargo, desde 2003 comenzó a percibirse un cambio importante en la dirección contraria, que se fue agudizando desde entonces y hasta el presente: paulatinamente, los grandes rasgos de la democracia se fueron perdiendo o cuanto menos, desdibujando: la división de poderes, el papel del Congreso, el peso de los gobernadores, la independencia de la Justicia y la prensa, y si bien la democracia y las libertades no fueron conculcadas, cabe el interrogante de hasta dónde el mérito le corresponde a la vocación del gobierno por mantenerlas, o a la resistencia ejercida por los argentinos para conservarlas.
En la economía ocurrió algo similar. Los iniciales "superávit gemelos", la estabilidad cambiaria y la relativa estabilidad de precios, el crecimiento del PBI y del empleo, junto a la recuperación de las economías regionales y la situación de autonomía energética, dieron lugar a su imagen especular: estancamiento y caída, aunque leve, de la producción y el empleo, devaluaciones de la moneda, corridas cambiarias, conflictos con los acreedores que no aceptaron el canje de deuda compulsivo, crisis de las economías regionales, abultado y creciente déficit fiscal, externo y energético, inflación y un agravamiento de la pobreza, a lo que se suma una elevada corrupción y agigantamiento de la inseguridad.
Es posible que muchos argentinos se sientan satisfechos con esta situación, o, al menos, que no les incomode.
Sin embargo, la situación de la Argentina puede medirse inclusive mejor si se la compara con la de nuestros otrora "pobres" vecinos, Bolivia y Chile, donde las alguna vez compartidas penurias institucionales, económicas y sociales de la Argentina se ven cada vez más distantes, cuando hace pocas décadas atrás era exactamente al revés.
La gran diferencia con otras épocas de nuestra historia, sin embargo, es que ahora, la posibilidad de encontrar un camino de recuperación y de reparación para volver al lugar del que nunca debimos apartarnos, o el de profundizar indefinidamente nuestra decadencia, está en nuestra manos.

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Decadencia o grandeza, la decisión será nuestra

Las elecciones primarias de agosto próximo podrían significar para la Argentina un giro copernicano con relación a los últimos años, o bien, uno de "360 grados", como supo prometer un protagonista "majestuoso" de la experiencia de Malvinas de 1982, quien, como sabemos, acertó en su pronóstico.
Conviene, por lo tanto, intentar un inventario y balance de las principales situaciones vividas en los últimos doce años.
Claramente, este período se origina en una frustrada experiencia de gobierno entre 1999 y 2001, en el que la torpeza política propia junto a un complicado panorama interno y externo lo agotaron rápidamente y debió renunciar, habiendo dejado un país con recesión e incluso caída en el PBI, pero, justo es reconocerlo, había prometido "no devaluar ni defaultear" y cumplió su promesa.
Es cierto también que las instituciones de la República que renacieron en 1983 y se mantuvieron, con altibajos, hasta entonces, funcionaban razonablemente bien: división de poderes, federalismo, controles republicanos.
Luego de una formidable crisis política a fines de 2001 ocasionada por la renuncia del presidente a mitad de su mandato y la seguidilla de los que se sucedieron en pocos días, la Asamblea Legislativa nombró un presidente para completar el mandato trunco, pero el nuevo gobierno generó durante los primeros meses posteriores una gigantesca crisis por su impericia inicial para resolver los graves problemas económicos existentes y generados por los presidentes que se sucedieron, principalmente, el default anunciado a poco de la renuncia que interrumpió el mandato, la decisión respecto de mantener la convertibilidad o salir de ella y cómo, y la recuperación del largo período de recesión.
El primer ministro de Economía de la gestión complementaria 2002-2003 produjo una gigantesca devaluación de la moneda que redujo a su cuarta parte su relación con el dólar junto a una desocupación de un 17% y una caída del PBI cercana al 10%, a lo que se sumó una brusca aceleración inflacionaria.
Sin embargo, el recambio del Ministro de Economía consiguió en pocos meses estabilizar la economía y el valor del peso en relación al dólar, hacer crecer la producción y el empleo e incluso llevó adelante una renegociación de la deuda externa que inicialmente pareció exitosa, aunque al haberse hecho en forma compulsiva y unilateral, dejó fisuras jurídicas que se tradujeron, junto con nuevas impericias posteriores, en la actual crisis con los fondos buitre.
El nuevo período institucional en 2003, al principio mantuvo los logros alcanzados que se tradujeron en un importante aumento en el PBI, superávit fiscal y externo, recuperación del empleo y una esperanzadora expectativa hacia futuro.
Sin embargo, en relativamente poco tiempo comenzó a observarse en el gobierno una conducta a la que los argentinos nos habíamos desacostumbrado desde 1983: el autoritarismo. En efecto, con claras diferencias de estilos y de logros, las tres presidencias previas desde el retorno de la democracia habían, como se decía, mantenido intactas las instituciones, teniendo en cuenta que la democracia argentina no es la escandinava o suiza, por supuesto.
Sin embargo, desde 2003 comenzó a percibirse un cambio importante en la dirección contraria, que se fue agudizando desde entonces y hasta el presente: paulatinamente, los grandes rasgos de la democracia se fueron perdiendo o cuanto menos, desdibujando: la división de poderes, el papel del Congreso, el peso de los gobernadores, la independencia de la Justicia y la prensa, y si bien la democracia y las libertades no fueron conculcadas, cabe el interrogante de hasta dónde el mérito le corresponde a la vocación del gobierno por mantenerlas, o a la resistencia ejercida por los argentinos para conservarlas.
En la economía ocurrió algo similar. Los iniciales "superávit gemelos", la estabilidad cambiaria y la relativa estabilidad de precios, el crecimiento del PBI y del empleo, junto a la recuperación de las economías regionales y la situación de autonomía energética, dieron lugar a su imagen especular: estancamiento y caída, aunque leve, de la producción y el empleo, devaluaciones de la moneda, corridas cambiarias, conflictos con los acreedores que no aceptaron el canje de deuda compulsivo, crisis de las economías regionales, abultado y creciente déficit fiscal, externo y energético, inflación y un agravamiento de la pobreza, a lo que se suma una elevada corrupción y agigantamiento de la inseguridad.
Es posible que muchos argentinos se sientan satisfechos con esta situación, o, al menos, que no les incomode.
Sin embargo, la situación de la Argentina puede medirse inclusive mejor si se la compara con la de nuestros otrora "pobres" vecinos, Bolivia y Chile, donde las alguna vez compartidas penurias institucionales, económicas y sociales de la Argentina se ven cada vez más distantes, cuando hace pocas décadas atrás era exactamente al revés.
La gran diferencia con otras épocas de nuestra historia, sin embargo, es que ahora, la posibilidad de encontrar un camino de recuperación y de reparación para volver al lugar del que nunca debimos apartarnos, o el de profundizar indefinidamente nuestra decadencia, está en nuestra manos.

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