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Ladrones del sueño adolescente

Martes, 05 de julio de 2022 02:25

Nadie en la historia ha dormido menos de lo que duerme un adolescente en la actualidad. La actual generación de adolescentes es el grupo poblacional más privado de sueño de la historia de la humanidad y esta vez la pandemia no fue la causa, sino un simple acelerador de malos hábitos que venían de antes.

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Nadie en la historia ha dormido menos de lo que duerme un adolescente en la actualidad. La actual generación de adolescentes es el grupo poblacional más privado de sueño de la historia de la humanidad y esta vez la pandemia no fue la causa, sino un simple acelerador de malos hábitos que venían de antes.

Los adolescentes que duermen menos de ocho horas tienen más probabilidades de sufrir síntomas de depresión y ansiedad. Un análisis reveló que los adolescentes mal dormidos, que tienen seis o siete horas de sueño por noche, son un 17% más propensos a tener pensamientos suicidas o autodestructivos que quienes duermen ocho horas; para los que duermen cinco horas por noche, el porcentaje asciende al alarmante 81%. ¿Qué podemos esperar de aquellos que duermen dos o tres horas? La falta de horas de sueño es un dato de la realidad y lo constatamos a diario en los consultorios: "Anoche me quedé hasta las 4 chateando con mi novia", "No pude dormir bien porque se armó un bardo hasta las 5 en las redes y cuando sonó el despertador eran las 6.30 de la mañana. Fui al colegio, pero fue como si no hubiese ido", "No podía dormir y me quedé viendo YouTube" son las expresiones de adolescentes que hacen terapia por causas tales como: problemas de aprendizaje, desórdenes de alimentación, mal humor, hiperactividad, desconcentración, ánimo negativo en la sociabilización, insomnio, depresión y, con ello, el aumento de consumo de alcohol, de estimulantes y otras sustancias adictivas. ¿Dónde está la causa de estas patologías?

La cuarentena, la pandemia y el aislamiento no son las causas sino los aceleradores de otros desórdenes previos, entre ellos el insomnio adolescente. La tecnología, el uso excesivo de celulares y la exposición a las pantallas no fueron causadas por la pandemia; en todo caso fueron la puerta de acceso, el nexo con un mundo del que permanecimos demasiado tiempo aislados. El dilema es: ¿por qué lo que nos hace bien, nos puede hacer mal?

Lo cierto es que esta "epidemia de falta de sueño" viene aumentando en los adolescentes desde hace décadas y el debate de la causa se plantea hoy desde dos lugares: con el foco afuera, en la escuela secundaria, pidiendo que se ajuste a los consejos de adoptar horarios saludables, lo que implica que muchos adolescentes se levantan cuando todavía es de noche y pierden horas de sueño matutino que son cruciales para su desarrollo y bienestar emocional. Y la segunda, la más importante, propone un ordenamiento interno familiar en relación al uso de las pantallas a partir de un determinado horario (ya que la luz que emiten retrasa la activación de melatonina, que es la hormona conductora del sueño), promover el hábito de la lectura y relajación y establecer un horario para el descanso. Si bien la cuarentena y el aislamiento contribuyeron a consolidar esas "islas" intrafamiliares, para que en espacios reducidos pudiesen convivir personas de diferentes edades e intereses con algún grado de independencia, el problema es que, con el pretexto de la cuarentena, los padres subestiman, todavía, los efectos nocivos de estos hábitos "contra natura". Los adolescentes pasan las horas previas al momento de acostarse usando los dispositivos y se acuestan con el teléfono en la almohada, en muchos casos tienen la computadora en sus habitaciones y todo eso retrasa significativamente el momento de quedarse dormidos.

David, Goliat y las APP

No solo las redes sociales, también WhatsApp, Meta, YouTube, TikTok, Apple y otras empresas que se especializan en crear tecnologías, se infiltraron en la vida de los chicos, convirtiéndose en ladronas de sus horas de sueño. Por donde se lo mire, los adolescentes viven de una privación crónica, siendo la falta de sueño una constante en casi todos los diagnósticos psiquiátricos. Los estudios de imágenes cerebrales demostraron que la privación del sueño amplifica la actividad de los centros emocionales negativos y reactivos del cerebro, mientras que el lóbulo frontal -que nos tranquiliza y nos da perspectiva, discernimiento y control emocional- manifiesta menor actividad.

No podemos ni hablar de rendimiento académico, de empatía emocional, de concentración ni de éxito en estas condiciones.

Pero es cierto, además, que a este fenómeno se suma un modelo más "light "de la autoridad -en términos del Dr. Enrique Rojas, psiquiatra y autor de "El hombre light"- que en la década del 90 avizoraba los efectos de un rol parental demasiado permisivo, que hizo de la educación una zona de confort, cuando en realidad cualquiera que educa sabe que nunca es la comodidad el costo que se paga por la educación de los chicos.

Nunca fue fácil la adolescencia -para los que la transitan, ni para quienes conviven con ellos- pero la ausencia de adultos en esta etapa crucial de la vida, es decir la falta del rol y las funciones de padres y de educadores devenidos en "amigos", en "uno más" en "todos fuimos adolescentes", no hace más que aumentar la ansiedad de los adolescentes que, a falta de ese adulto necesariamente rival para la construcción de la personalidad; ante ese vacío sin límites pagan costos infinitamente más altos: la euforia y la ansiedad, transformadas en los excesos que ya conocemos, son las caras más visibles de esa orfandad, son la respuesta a la falta sustancial del otro, de ese otro incapaz de defender su posición de adulto, de sostener sus argumentos ni de reafirmar un rumbo. Adolescentes huérfanos de educadores dispuestos a "soportar", no como amigos sino como adultos, la necesaria transición de la adolescencia hacia la madurez.

La prueba está que los adolescentes hoy no la están pasando bien y uno de los malestares son los efectos de la acumulación de horas de sueño perdido que ya no podrán recuperar.

Sin embargo, la ciencia muestra que, si buscamos modificar el rumbo de la actual crisis de salud mental de los adolescentes, debiéramos empezar por mejorarles la calidad y cantidad de sueño, ya que la reestructuración del cerebro adolescente es fundamental para un desarrollo saludable y, en gran medida, ese desarrollo ocurre precisamente durante el sueño.

Este siglo XXI, que impone la obligación de ser felices, lejos de conseguirlo nos muestra a diario el fracaso de una modernidad frenética y boba que pretende tapar con lo fugaz, la ardua e ineludible tarea de darle un significado y un sentido a la existencia humana. Nos guste o no, darle un sentido y un rumbo a la vida, es el costo que pagamos para vivirla. La otra opción es el aburrimiento, el sin sentido, la abulia, la tristeza, la depresión...

La no vida.

 

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