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20 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Una economía errática, que sigue aferrada a los vientos de cola

Viernes, 13 de enero de 2023 10:27

La inflación es un síntoma de la ineficiencia de la economía argentina, solo superada en 2022 por las de Zimbabue, Líbano, Venezuela, Siria y Sudán.

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La inflación es un síntoma de la ineficiencia de la economía argentina, solo superada en 2022 por las de Zimbabue, Líbano, Venezuela, Siria y Sudán.

Contrariamente a lo que sostuvo ayer la vocera Gabriela Cerruti, el 94,8% informado por el INDEC no es la meta prevista por ninguno de los tres ministros de Economía, Martín Guzmán, Silvina Batakis ni Sergio Massa. Y no podría serlo, porque es la cifra más alta desde 1991, el año en que se puso en marcha la Convertibilidad. Es un indicador desastroso.

Tampoco era la previsión presupuestaria, por cuanto un desplante de Máximo Kirchner dejó en diciembre del año pasado al país sin presupuesto.

Y por supuesto, contrasta con la promesa del presidente Alberto Fernández, hace un año y pocos días, cuando celebró el 50,9% de 2021 anunciando que comenzaba a notarse a una tendencia a la baja.

El discurso oficial explica por qué la inflación sigue descontrolada: falta entender y aceptar que se trata de “el aumento generalizado y sostenido de los precios”. Mientras esto no se asuma desde el Estado, y en tanto se siga hablando de “formadores de precios”, de “precios justos”, o “precios cuidados”, la inflación va a seguir su marcha arrolladora. Porque el principal formador de precios es el Estado.

Un Estado deficitario, que aumenta mes a mes la carga impositiva para malgastar recursos en el financiamiento de la política, y multiplica la emisión y el endeudamiento, como ocurre ahora, solo puede lograr que el dinero pierda valor frente al dólar y frente a cualquier otra moneda. Desde 1970, la cosmética monetaria quitó sucesivamente trece ceros a los pesos. Es decir, un peso moneda nacional de 1969 hoy se escribiría con 10 billones de pesos (con el poder adquisitivo de nuestra monedita, que hoy vale menos que el metal para fabricarla).

Seguir atribuyendo al Fondo Monetario Internacional, al neoliberalismo o a Mauricio Macri el problema es negar la realidad. O mentir. Mientras la inflación erosiona a la inversión productiva, especialmente, la industrial; destruye el trabajo registrado y el valor del salario e impone a la mitad de población la dependencia de los subsidios o los sueldos del Estado, la pobreza, la degradación laboral y la tragedia educativa crecen exponencialmente.

Mientras pretenden poner freno al aumento de los salarios, no se vislumbra ninguna mirada estratégica y lo único que está garantizado es el gasto político.

Alberto Fernández ya batió todos los récords de inflación en lo que va del siglo: en tres años acumuló un 300%, por encima de las gestiones de Macri, de cada uno de los mandatos de Cristina y el de Néstor Kirchner. Pero el problema es estructural. Desde hace ocho décadas la inflación va encerrando al país en un callejón sin salida. Todos los experimentos fracasaron. El Plan de Convertibilidad, que entre 1991 y 2001 aseguró casi once años de inédita estabilidad no tuvo un compromiso de Estado en la reducción real del gasto público.

Acorralado por el espiral de inflación que se desató después de que Roberto Lavagna dejara de ser ministro de Economía, el gobierno de Cristina Kirchner resolvió manipular el INDEC y anunciar al mundo que los indicadores de pobreza eran inferiores a los de Alemania, mientras que el ahora gobernador Axel Kicillof se negaba a publicar las cifras de la pobreza argumentando que hacerlo “era estigmatizante”.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero la inflación es implacable. Ningún gobierno puede sostenerse demasiado tiempo con triquiñuelas como el control de precios. El ministro Sergio Massa espera sin embargo convertirse en la figura salvadora (y candidato presidencial) si logra éxitos similares a los de Domingo Cavallo y Roberto Lavagna, aunque sean transitorios.

Por el actual sendero parece una ilusión.

A pesar del ajuste de gastos, tenue, por cierto, no se vislumbra ninguna medida que apunte a dar soluciones a los problemas reales. Tampoco, decisiones fuertes que achiquen la grieta cambiaria.

Con una pobreza real del 50%, una economía informal dominante, el atraso tecnológico y la declinación de la formación laboral de la población, una solución artificial de la inflación se convertiría en una bomba de tiempo.

El artificio con el dólar, la asistencia de China y la benevolencia de los EE.UU. no garantizan soluciones a largo plazo.

Los pronósticos del Banco Mundial prevén una “fuerte desaceleración generalizada del crecimiento” económico en el mundo para 2023 y para nuestro país se anticipa una expansión del 2 %”.

En 2022, la cadena agroganadera aportó el 50% de las exportaciones y dejó en concepto de retenciones casi US$ 10.000 millones. Pero gran parte de los anticipos que hizo el campo por el estímulo del dólar soja no estarán disponibles en los próximos meses. Además, la sequía es una catástrofe que ni el ministerio de Economía ni el de Medio Ambiente han ponderado en su verdadera magnitud. La mortandad del ganado ha estimulado la venta prematura y, en consecuencia, acotó los aumentos de los alimentos en general.

La inflación es un mal síntoma, las soluciones no se ven y nada asegura que un “viento de cola” venga a sacarnos del pantano.

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