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Luego de 40 años, la república sigue perdida

Martes, 27 de junio de 2023 02:27

Hace casi 40 años -el 1° de septiembre de 1983- se estrenaba en Buenos Aires el documental "La república perdida".

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Hace casi 40 años -el 1° de septiembre de 1983- se estrenaba en Buenos Aires el documental "La república perdida".

Se trata de un recorrido por la historia reciente de nuestro país, desde 1910 hasta el golpe de Estado perpetrado el 24 de marzo de 1976. Según reflejaran los medios en su momento, la película es un notable trabajo de montaje de imágenes de archivo, hilvanadas a través de una voz en off, escrita por el intelectual radical Luis Gregorich, que explica de manera didáctica la historia de más de medio siglo del país como un enfrentamiento entre las fuerzas populares, como el yrigoyenismo y el peronismo, contra la oligarquía o gobierno de las minorías del momento.

El contexto de su estreno: en un clima de evidente efervescencia política, en pocos días más -luego del acto eleccionario que consagraría a Raúl Alfonsín como presidente- se iniciaría la transición hacia la tan ansiada democracia. 10 de diciembre de 1983.

El documental, de impensado éxito (dos millones de espectadores mientras estuvo en cartelera), es un viaje en el tiempo donde se suceden dictadores, líderes populares, asonadas militares, concentraciones en las plazas, violencia, represiones y desfiles. Una y otra vez.

La cosa pública

El término "república" proviene de la voz latina república, compuesta por res ("cosa") y publica (de todos, pública), por lo que equivale a la gestión de lo público, de la soberanía que reside en el pueblo y no en sus gobernantes.

Esto significa que, en un sistema republicano, los gobernados pueden establecer el marco de leyes según las cuales desean administrar los intereses de todos.

Toda república se sostiene en base a ciertos preceptos centrales, que son:

* El estado de derecho. En una república todos los habitantes de la nación gozan de los mismos derechos y deberes, que consagran su participación social y política en términos de igualdad ante la ley. Las leyes aplican a todos sin distinción.

* El imperio de la ley. Todas las repúblicas se rigen por un texto legal fundamental, que es la Carta Magna o Constitución. Allí se encuentran escritas todas las leyes y principios jurídicos que rigen y determinan la vida en la república, y que se encuentran por encima de cualquier autoridad política que exista.

* La separación de los poderes. Los poderes públicos de toda república deben ser independientes y autónomos, de manera que provean de estabilidad política y jurídica a la nación. Tradicionalmente estos poderes son tres: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

La república, ¿otra vez perdida?

En octubre del año 2013, 30 años después de su estreno, el propio Gregorich publica en el diario La Nación una nota de opinión, que titula "La república, ¿otra vez perdida?". En ella repasa el proceso y desarrollo del documental y lo que proponía. Conviene en este caso transcribir textualmente sus observaciones. Así, plantea que "en ese marco la propuesta tácita era sugerir, desde la humilde perspectiva de una película documental, la construcción de un sistema político bipartidista, que ante todo ahuyentara el autoritarismo y el gobierno de las minorías. Había que pensar en los dos grandes partidos que tuvieran realmente la posibilidad de alternarse en el poder y que con sus diferencias pudieran coincidir en una estrategia de largo plazo. Esos dos grandes partidos, aún con sus fracturas y vacilaciones, no podían ser en ese momento más que el peronismo y el radicalismo. Imaginábamos una modesta versión del Pacto de la Moncloa, suscripto en España, seis años atrás, por partidos políticos, sindicatos y asociaciones empresarias".

Continúa reflexionando: "Y nos queda la pregunta que no podíamos contestar en 1983: ¿serían (serán) nuestros dirigentes capaces de recuperar la república, con lo que implica de convivencia, respeto a la ley y división de poderes?".

"Sin embargo, si hoy quisiéramos filmar un documental parecido, deberíamos admitir, con tristeza, que el bipartidismo no ha cristalizado, que el capital de esperanza de 1983 se ha ido dilapidando, que la división de los argentinos no se ha podido suturar, que vivimos en una burbuja creada por estadísticas oficiales optimistas y falaces, y que se ha privado a nuestra sociedad de objetivos y proyectos de largo plazo, dignos de nuestro destino e historia. En tal sentido, creo que el (quizá ingenuo) mensaje final de la película que recordamos, con su llamado al consenso y al acuerdo nacional, sigue vigente, y su necesidad seguramente se reactualizará en 2015, con la sucesión presidencial."

Argentina, 2023

Un documental que resultó trascendente y vital para el repaso del desequilibrio permanente en la vida institucional de nuestro país y los hechos recientes en las provincias de Jujuy y de Chaco, extremos de una línea de tiempo (40 años) que confirma la alarmante deconstrucción (Cf. RAE: 2. f. Fil. y T. lit. Desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual por medio de su análisis, mostrando así contradicciones y ambigüedades) del concepto y sentido de república y de pertenencia colectivo en la Argentina (Cf. La Argentina y la ausencia de sentido colectivo -por el autor-. Diario El Tribuno de Salta. 18 de septiembre de 2021), que reconoce vastos y disímiles fundamentos. Ausencia de sentido colectivo que genera grandes tendencias a su compensación con el ejercicio de un individualismo exacerbado. Y para un proyecto de república, de país, para su desarrollo y proyección, no puede existir mayor amenaza o acecho.

Y en este sentido el hecho de cada acto eleccionario resulte en Argentina un plebiscito sobre valores esenciales que logren cohesión colectiva, identidad de país, ha determinado que -en forma gradual y sostenida- perdiéramos, cada uno de los argentinos, la posibilidad de pensar a nuestro país en términos colectivos y con proyección de futuro. En cada elección debería plebiscitarse, eventualmente, un modelo y proyecto de gestión de la cosa pública. Y no -como sucede desde el retorno a la democracia en el año 1983-, la moral, la ética, el respeto, la equidad, la libertad, la seguridad, la institucionalidad. Y la lista continúa.

Este, en nuestro entendimiento, es uno los factores principales de la problemática que aquí se describe. Sus consecuencias han sido nefastas, en vastísimos planos. Peligroso proceso pendular que ha impactado de lleno en nuestra idea y proyecto de país.

¿Consecuencias concretas?: índices alarmantes de pobreza (instalada en nuestro país a nivel estructural), condiciones macroeconómicas desfavorables y permanentes en el tiempo, índices inflacionarios descomunales -a los cuales los argentinos de a pie incorporamos como componentes infaltables e inalterables en nuestra economía (la convivencia con ellos resulta una batalla diaria desde tiempos inmemoriales), falta de institucionalidad, escasa generación de empleo, falta de desarrollo de infraestructura, falta de conectividad global (y consecuente pérdida de credibilidad global: ¿Cómo creer en un país que plebiscita sus valores colectivos en cada elección?), entre muchas otras.

A su vez, en ese marco confluye la pobre gestión de turno de los tres poderes del Estado, decididamente influenciada por la ausencia de valores comunes consolidados. Veamos brevemente. Poderes legislativos -inflacionados de parásitos e incompetentes- que resultan costosas y anacrónicas estructuras, devenidas en escribanías de los poderes ejecutivos. Poderes ejecutivos sin capacidad de gestión, liderados por agentes carentes de idoneidad, y que no resuelven problemas estructurales. Poderes judiciales captados por los demás poderes, absolutamente dependientes, anacrónicos en su funcionamiento y sin capacidad de respuesta a los justiciables, con mayor preocupación sobre las formas y no sobre el fondo (Cf. Es tiempo de jueces activistas -por el autor-. Diario El Tribuno de Salta. 16 de abril de 2020). E introducimos acá el debate que debe darse sobre la irritante exención de este último poder respecto del concepto de igualdad tributaria.

Párrafo aparte merecen las secuelas de la consolidación de un populismo de izquierda, que ha degradado toda idea de moral, integridad y valores colectivos. A todo evento debemos decir que los populismos de cualquier signo, de prosperar, conducen al mismo destino: el fin del Estado de derecho. La respuesta a Luis Gregorich resulta obvia y contundente: nuestros dirigentes no resultaron capaces de recuperar la república. Continúa perdida.

 

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