Todo eso con lo que se nace o se adquiere, con lo que se gana y se sufre dentro de una cancha o en un entrenamiento. Todo lo que distingue a un “Puma” desde que pisa la cancha hasta que se retira de ella se simplifica desde ahora en un nombre y un apellido: Rodrigo Roncero. El pilar encierra todas esas cualidades que caracterizan a un jugador de Los Pumas y que lo vuelven “eterno”.
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Todo eso con lo que se nace o se adquiere, con lo que se gana y se sufre dentro de una cancha o en un entrenamiento. Todo lo que distingue a un “Puma” desde que pisa la cancha hasta que se retira de ella se simplifica desde ahora en un nombre y un apellido: Rodrigo Roncero. El pilar encierra todas esas cualidades que caracterizan a un jugador de Los Pumas y que lo vuelven “eterno”.
Rodrigo Roncero está catalogado como uno de los mejores pilares de todo el mundo. Jugó en la primera línea de Deportiva Francesa, club en el que se formó como rugbier, y su versatilidad lo llevó a jugar tanto de pilar izquierdo como de hooker. Debutó en Los Pumas en una gira realizada en Japón en 1998, y desde entonces participó muchas veces representando a la Argentina.
Tras jugar en el Gloucester de Francia, Rorro se unió al Stade Francais, donde se coronó campeón en las temporadas 2006 y 2007. Junto a Felipe Contepomi tiene el mérito de ser uno de los jugadores que alcanzó otro objetivo: el de ser médico. Participó en los Mundiales de 2003, 2007 y 2011. Su presencia será recordada en cada uno de ellos, en especial en los dos últimos en los que Los Pumas alcanzaron las semifinales y cuartos de final, respectivamente.
Los tres Mundiales, más la participación en el Rugby Championship y sus 55 test jugados hacen de Roncero uno de Los Pumas más renombrados en la historia del seleccionado y uno de sus grandes referentes.
“Jugar en Los Pumas fue lo mejor que me pasó en mi vida después del nacimiento de mis hijas. Soy un agradecido al rugby argentino, un agradecido por todo lo que me permitió vivir. Soy dichoso de haberme puesto la celeste y blanca”, admite Roncero.
No tiene la cara angelical de Juan Martín Hernández ni la de Lucas González Amorosino. Más bien parece un “monstruo”, esos que uno no quiere encontrarse a la vuelta de la esquina. Juega con fiereza, dejando todo en el tacle sin darle oportunidad para que se recupere; muchas veces se lo vio con el rostro golpeado o con sangre, imagen que está lejos del marketing, de los flashes y las cámaras. Y su trabajo, o el trabajo del pilar, siempre es el mismo: ir al choque, buscar el contacto con el rival. En eso, Roncero fue un verdadero Puma, nunca escondió la garra.
“Me gustaría que el mensaje que le quede al equipo de mí sea que al momento de entrar a la cancha hay que dejar todo por esta camiseta; que cada uno tiene que salir vacío de la cancha. Se va a extrañar mucho el hecho de convivir y estar con los jugadores durante tanto tiempo. Imagino que entrar a la cancha también. Hoy estoy muy feliz con esta decisión, aunque seguramente cuando vea jugar al equipo lo extrañaré”, señaló Roncero, quien más allá de la fiereza dentro de una cancha se presenta bonachón fuera de ella, siempre dispuesto al diálogo.
El Gigante de Arroyito marcará el punto final de una carrera fructífera construida a base de sudor, trabajo y puro tacle. Esa es la imagen Puma que recorrió el mundo y que le permitió al rugby argentino ganarse un lugar entre las potencias del mundo.