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Crimen de San Lorenzo: la venganza del jardinero

Sabado, 15 de diciembre de 2012 21:13

Cuando el 17 de junio de 1998, la Policía de la villa veraniega de San Lorenzo, Salta, ingresó al predio propiedad del matrimonio suizo, integrado por Hansruedi y Sivylle Hintermann, se encontraron con un espectáculo propio de una película de Hitchcock. La puerta de la casa estaba abierta y el cuerpo de la mujer tirado cerca de la entrada visiblemente golpeado. El marido, Hansruedi Hintermann, estaba en el interior de una habitación, cerca de la sala, recostado sobre una cama de una plaza y vestido solo con un short. También tenía signos de violencia. Los cuerpos estaban en un avanzado estado de descomposición lo que hizo suponer que llevaban más de una semana muertos.

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Cuando el 17 de junio de 1998, la Policía de la villa veraniega de San Lorenzo, Salta, ingresó al predio propiedad del matrimonio suizo, integrado por Hansruedi y Sivylle Hintermann, se encontraron con un espectáculo propio de una película de Hitchcock. La puerta de la casa estaba abierta y el cuerpo de la mujer tirado cerca de la entrada visiblemente golpeado. El marido, Hansruedi Hintermann, estaba en el interior de una habitación, cerca de la sala, recostado sobre una cama de una plaza y vestido solo con un short. También tenía signos de violencia. Los cuerpos estaban en un avanzado estado de descomposición lo que hizo suponer que llevaban más de una semana muertos.

Integrados a la comunidad

Los suizos estaban instalados en San Lorenzo desde 1990. Hansruedi (59) corredor de seguros y Sivylle (48), bancaria, habían conocido la villa en 1983, se enamoraron del lugar y después de varios viajes, decidieron dejar Suiza e instalarse en la villa. Allí se compraron una casa señorial ubicada en la calle Vicente Solá al 1400 y cinco caballos que usaron para la actividad turística. La mujer fue la que más rápidamente se integró a la sociedad de la villa sobre todo al grupo de empresarios dedicados al turismo. Pronto se ganaron el cariño de la comunidad. Fue justamente una persona relacionada a esta actividad, amiga del matrimonio, la que avisó a la policía que le preocupaba la falta de noticias de los Hintermann. La Policía dio inmediata intervención al juzgado, se realizaron las tareas de rigor y se ordenó la autopsia de los cuerpos que determinó que la mujer tenía el cráneo destrozado a golpes. La habían atacado con una piedra, pero además le aplicaron 4 puñaladas en la espalda y tres en el pecho con un cuchillo de 25 cm de hoja. El hombre presentaba fractura de cráneo y costillas.

El jardinero vengador

Los investigadores pronto comenzaron a cerrar el círculo. La vivienda tenía un cerco eléctrico perimetral y seis perros, por lo tanto quien sea que hubiera ingresado tenía que ser conocido de la pareja. Pocas horas pasaron para que el juez de la causa, Roberto Elio Gareca ordenara la detención de la última persona que los había visto, se trataba del brasileño Silas Avalos Moreno de 38 años, quien se dedicaba a la jardinería y también ayudaba a la pareja en el mantenimiento del lugar y de los animales. El hombre vivía junto a su familia, una joven de 22 años en ese momento y sus tres hijos de 4 y 2 años y un bebé de 8 meses, en una finca en Rosario de Lerma, donde hacían el mantenimiento del lugar. Pero lo que cobraba era irrisorio por lo que Avalos Moreno hacía changas en los Hintermann que le pagaban $13 por día.

La confesión

Avalos Moreno, cercado por la evidencia, terminó confesando “Sivylle Hintermann era muy mala, siempre me trataba mal, me gritaba, me hacía comer con los caballos, ya no aguanté más”. Avalos había decidido terminar con la suiza el 6 de junio, pero no pudo concretar su plan, por eso al otro día, volvió a la casona y allí nuevamente la mujer lo retó por llegar tarde. En ese momento tomó una piedra y le golpeó la cabeza hasta el hartazgo pero no logró matarla, así que sacó el cuchillo que tenía escondido entre sus ropas y le aplicó 7 puñaladas. Avalos tenía gran afecto por Hansruedi, “era un hombre bueno” diría después, pero no podía dejar testigos, así que aprovechó que estaba dormido, tomó su pico y lo mató.

  El móvil nunca fue el robo

 Después del crimen Silas Avalos Moreno se fue a su vivienda, en Rosario de Lerma. Allí vivía en dos piecitas al fondo de la finca que cuidaba junto a su mujer Rufina y a sus tres pequeños hijos. “El llegó y compró dos cervezas, después prendió fuego para hacer un asadito. Yo no noté nada extraño”, contaría Rufina, “él se deprimía mucho porque la señora lo trataba muy mal, le decía malas palabras. No lo justifico, pero creo que se cansó”, dijo la esposa. A medida que pasaban los días, la mujer notó que Avalos se ponía cada vez más nervioso y fumaba mucho. “Yo lo lamento por esa familia y también por la mía, mis hijos van a sufrir mucho por esto. Pero lo voy a querer siempre”, dijo en ese momento Rufina. Avalos, después de cometer el doble homicidio, borró sus huellas y se fue del lugar sin tomar nada de la casa. Los investigadores encontraron en una cómoda 4.000 dólares y monedas de oro.


El matrimonio fue sepultado en el cementerio de San Lorenzo con la presencia de los amigos pero sin familiares. Los chicos de la villa dicen que la casa está embrujada.

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