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El humor social, clave en un año en el que pasó de todo

Domingo, 30 de diciembre de 2012 23:57

La difusa profundización del modelo que se prometió para este año chocó violentamente contra una catarata de hechos políticos y económicos que cambiaron de forma evidente el humor social. El retorno de los cacerolazos masivos -tras más de una década sin ellos- fue quizás la expresión más emblemática de ese fenómeno. Pero hubo más, mucho más.

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La difusa profundización del modelo que se prometió para este año chocó violentamente contra una catarata de hechos políticos y económicos que cambiaron de forma evidente el humor social. El retorno de los cacerolazos masivos -tras más de una década sin ellos- fue quizás la expresión más emblemática de ese fenómeno. Pero hubo más, mucho más.


En 2012 pasó de todo: la tragedia ferroviaria de Once fue la más sangrienta en cincuenta años, las denuncias de corrupción derrumbaron la carrera política del vicepresidente, volvieron los paros generales y los piquetes, la fragata Libertad estuvo retenida más de dos meses en Africa y los saqueos -de dudosa convocatoria- volvieron a decir presente de forma salvaje. Además, el cepo al dólar se hizo total, la inseguridad no dio tregua, la inflación siguió en ascenso y volvió a hablarse de un default técnico. Si este no fue un año para el infarto, ¿cuál lo fue?


Pese a eso, la presidenta Cristina de Kirchner encabezó varios hechos de envergadura que la ayudaron a mantener la iniciativa política que -con notable habilidad- nunca perdió el kirchnerismo en más de nueve años de Gobierno. El hecho más significativo en ese sentido fue la expropiación de YPF, rodeada de un discurso nacionalista que la sociedad aceptó eufóricamente según todas las encuestas. Otro suceso importante fue el lanzamiento de los créditos hipotecarios Procrear, destinados a personas de bajos y medianos ingresos, que reforzaron un poco la actividad de la construcción en medio de un derrumbe generalizado por el cepo cambiario.


Ante una oposición que siguió sin levantar cabeza y no aprovechó ninguno de los traspiés de su rival, la Casa Rosada profundizó como nunca antes sus denuncias sobre una desestabilización institucional. La estrategia no fue nueva: ya se había usado años anteriores para los medios de comunicación, la justicia, el campo y la oposición. Lo novedoso fue que el Gobierno lo hizo este año con los caceroleros, la gran mayoría de ellos ciudadanos apartidarios y sin ningún tipo de representación política. Es que cuando acusó a los manifestantes lo estaba haciendo tangencialmente con una buena parte de la clase media. Se sabe: enfrentarse con el electorado fue es y será una pésima estrategia política. Si bien trató de demostrar que las protestas no lo afectaron, el Gobierno abandonó las cadenas nacionales sin anuncios y no convocó a una contramarcha para no caldear más los ánimos entre la gente desencantada. Esa fue una gran decisión de Cristina, ya que cuando confrontó con el campo con esa misma estrategia no le trajo buenos resultados. De hecho, 2012 llega a su fin -más allá de las versiones que había- sin otro cacerolazo en su haber, pese al éxito total que tuvieron los del 13S y 8N.


La masividad que pudo verse en ambos cacerolazos contrastó notoriamente con la soledad que hubo el 20 de noviembre en las calles de Buenos Aires. Estaba en marcha el primer paro nacional de la CGT contra el kirchnerismo. Si bien es cierto que en el interior esa protesta no fue muy importante, los piquetes que hubo en Capital y Gran Buenos Aires le dieron una fortaleza a la huelga que no hubiese tenido sin ellos. Hugo Moyano, enfrentado a muerte con el Gobierno, dejó un claro mensaje: su lucha por el poder será sin cuartel, aún usando métodos repudiables y antipopulares como los cortes de ruta.


El paro del 20N posterior a la fractura definitiva de la CGT, donde el Gobierno operó como nunca para aislar al camionero del resto de los gremios importantes. Romper con Moyano tiene sus riesgos, los mismo que Néstor Kirchner quiso evitar al apoyarlo como su principal aliado en años.

 

La re-re, acelerada por el escándalo de Boudou

El kirchnerismo termina uno de sus años más difíciles con más de un tercio del país apoyándolo de acuerdo a todos los sondeos. La cifra -sensiblemente menor a la que tenía en diciembre pasado- no es para nada despreciable, pero tampoco garantiza por sí mismo un triunfo electoral en 2013.


Esa elección ya empezó a disputarse este año, cuando el Gobierno profundizó fervientemente la instalación de una Cristina eterna, que solo puede concretarse con un gran triunfo en octubre próximo. Ni la jefa de Estado, eje de todos los rumores, se encargó de negar enfáticamente que vaya a buscar otro mandato la única vez que se refirió al tema. Fue en la accidentada conferencia de Harvard: allí, con un nerviosismo evidente y pizcas de agresión a sus interlocutores, pudo apreciarse el porqué la Presidenta no da conferencias de prensa habitualmente.


Que se haya hablado tanto de una re-reelección también es consecuencia del caso Ciccone, que manchó la imagen de Boudou de manera determinante. El vice era la apuesta de Cristina para la sucesión, pero eso duró lo que un suspiro, dejando en el oficialismo un vacío enorme que solo la mandataria parece poder llenar.

La tragedia de Once caló hondo en el Gobierno




El escándalo de Amado Boudou y sus presuntos testaferros llegó a la opinión pública pocos días antes de la tragedia de Once, donde murieron 51 personas y el rol del Estado quedó en la mira como pocas veces. El accidente marcó a fuego el futuro del Gobierno: se frenó la quita de subsidios anunciada meses atrás y dos altos exfuncionarios -Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi- están complicadísimos en la justicia, ahora por una presunta asociación ilícita.


Cristina, que siempre priorizó la idea de un Estado omnipresente, no quiso quedar atrapada en la teoría de que en diez años de kirchnerismo no se había hecho nada para mejorar los trenes, por más que eso sea cierto. ¿Qué hizo? Responsabilizó a la desinversión del menemismo, intervino TBA y trató de presentar al Gobierno como querellante en la causa. Eso provocó malestar entre los familiares de las víctimas, que consideraban al Estado el principal responsable por la muerte de sus seres queridos y no una víctima más del siniestro.


Recién corría el mes de febrero y ya se veía venir que 2012 no sería el mejor año para el Gobierno. Encima, tal como auguraban todos los pronósticos en 2011, la economía de este año ya estaba dando señales de agotamiento. Las predicciones hablaban de un menor crecimiento producto de un enfriamiento en la economía.

El panorama, si bien no era alentador, al menos dejaba la posibilidad de una inflación más baja por una menor actividad económica: esto último no ocurrió, ya que se liberaron las tarifas y las paritarias de 2012 no fueron muy distintas a las del año anterior.


Obviamente, al igual que sucede en todo el mundo, el bolsillo es un factor clave para manejar el ánimo social ante cualquier Gobierno. Ese fue un blindaje de suma solvencia que tuvo el kirchnerismo desde 2003, y que empezó a desvanecerse ante, entre otras cosas, la no suba del mínimo no imponible de ganancias y la no actualización constante de la Asignación Universal por Hijo.


La inflación siguió siendo un problema ignorado y negado por Cristina, hasta el punto de que continuó creciendo el gasto público. “Si tuviésemos una inflación del 25% el país volaría por los aires”, dijo sorpresivamente la Presidenta en septiembre pasado.


Es evidente que esa afirmación fue un exabrupto, ya que en 2013 las estimaciones más benevolentes ya empiezan a pronosticar una suba de precios del 30%.
 

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