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Belén, un ejemplo a seguir

Domingo, 09 de diciembre de 2012 23:06

Belén Tapia dice que ahora quiere bailar. Folclore o danza árabe. Le da igual aunque las opciones estén casi en las antípodas. Es lo que piensa hacer con su tiempo libre después de egresar de la escuela secundaria. Con 21 años, seguramente deberá enfrentar nuevos desafíos. Pero el camino cuesta arriba a ella y a su familia les resulta conocido, porque no es fácil para una niña con síndrome de Down vencer las barreras culturales que tienden a aislarla, a conminarla al estatismo. Ella, no obstante, aprendió en su casa a no quedarse quieta. Seguramente este miércoles a las 19, cuando reciba su diploma como egresada del BSPA 7062 en el acto que se llevará a cabo en la Escuela IV Centenario de la Fundación de Salta (Santa Ana I), Belén se sentirá una más entre sus compañeros. Porque es el lugar que supo ganarse a fuerza de esfuerzo y perseverancia.

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Belén Tapia dice que ahora quiere bailar. Folclore o danza árabe. Le da igual aunque las opciones estén casi en las antípodas. Es lo que piensa hacer con su tiempo libre después de egresar de la escuela secundaria. Con 21 años, seguramente deberá enfrentar nuevos desafíos. Pero el camino cuesta arriba a ella y a su familia les resulta conocido, porque no es fácil para una niña con síndrome de Down vencer las barreras culturales que tienden a aislarla, a conminarla al estatismo. Ella, no obstante, aprendió en su casa a no quedarse quieta. Seguramente este miércoles a las 19, cuando reciba su diploma como egresada del BSPA 7062 en el acto que se llevará a cabo en la Escuela IV Centenario de la Fundación de Salta (Santa Ana I), Belén se sentirá una más entre sus compañeros. Porque es el lugar que supo ganarse a fuerza de esfuerzo y perseverancia.

Cristina Sosa, la mamá de la flamante egresada, sabe que un cromosoma demás es un sacudón en la existencia del bebé que llega y de quienes lo reciben. Rompe los esquemas, instala mil preguntas y el primer acto reflejo suele ser -admite- el llanto. “Fue muy difícil. Era mi primer embarazo. Uno tiene muchas expectativas, alimentás ilusiones... Si te digo que acepté esta realidad desde el día uno, mentiría. Al principio sufrí horrores y lloré desconsolada. Te preguntás por qué a vos. La gorda quedó en terapia por algunas dificultades respiratorias y recién al quinto día le pude dar el pecho. A partir de ese momento se me fueron las preguntas, los prejuicios, los miedos...”, relata Cristina, que en ese momento, con 25 años, sentía que la vida la lanzaba en un barco frágil, a la deriva.

“No sabía nada de esta alteración genética. Todas las etapas, desde su nacimiento, fueron complicadas. A un niño con estas características vos tenés que enseñarle todo: a que se ría, a que se siente, a que juegue...”. Efectivamente, el único “milagro” para la persona con síndrome de Down es su educación. Y Belén comenzó este proceso que suele ser lento y empinado apenas cumplió 25 días de vida. “A esa edad comenzó estimulación temprana en una institución especializada en Buenos Aires. Pero todo el esfuerzo fue de ella. Yo simplemente la acompañé”, dice su mamá.

El cole, contexto fundamental

Como resultado de la estimulación temprana, Belén edificó su propia personalidad, su ubicación en la familia y, más tarde, en la sociedad. Hoy, los resultados están a la vista. Aunque su gran dificultad sigue siendo el habla, en el BSPA 7062 de barrio Universitario, Belén es el más dulce de los personajes. Es aplicada en el aula y siempre busca comunicarse con sus compañeros; se ofrece para colaborar en clase; le gusta visitar la preceptoría para ver si le convidan algo, porque Belén siempre “tiene hambre”. Y le hace bromas a los docentes. “Integrarla en la escuela fue lo más difícil -admite su mamá-. Cuando llegamos a Salta, hace 16

años, acá casi no se hablaba de inclusión. Sin embargo la ley nos amparaba así que tuve que pelearla. Muchos docentes tienen miedo y es normal, porque un niño con síndrome de Down demanda un trabajo extra. Los maestros tienen que informarse para lograr una adecuación plena”. Pero en el fondo, el beneficio es mutuo. Porque no hay ninguna duda de que la mejor estimulación para estos chicos es la convivencia con sus pares. Y a la vez, los niños con síndrome de Down educan a la comunidad que los recibe en la tolerancia, en el respeto y en la capacidad esencial de aceptar al diferente. Ese intercambio, sin duda, hace a una sociedad mejor.

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