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Angola un país signado por el petróleo, la pobreza y el autoritarismo

Jueves, 17 de mayo de 2012 12:52

La visita de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner a Angola sin dudas sorprendió a propios y extraños por las particularidades de este país, del cual poco se conoce. Angola es uno de los países que más petróleo produce en el mundo, dato que lo ubica entre las naciones con mayor riqueza. No obstante, la corrupción es tal que millones de angoleños se ven sumidos en la pobreza. La figura estelar de este país es José Eduardo dos Santos. Es presidente, premier y jefe del partido gobernante. Gobierna Angola desde hace 33 años y pretende hacerlo por muchos años más, dado que la reforma constitucional de 2010 eliminó el voto directo en las elecciones presidenciales.

Desde hace dos años, el presidente es elegido por mayoría parlamentaria, donde el Movimiento Popular para la Liberación de Angola, el partido oficialista, ostenta una abrumadora mayoría.
Dos Santos y su familia tienen antecedentes sin desperdicio alguno. La última reforma le permitirá seguir al mando durante trece años más.

Una de las figuras más representativas de la corrupción en el país es Isabel dos Santos, la hija del presidente vitalicio: ella se encarga de los negocios de la familia, en tanto que la sucesión política le corresponde a su hermano José Filomeno, conocido como “Zenu”.

Isabel es ingeniera electrónica formada en Londres y comenzó su imperio con Urbana 2000, la empresa que monopolizó los servicios de recolección de basura de Luanda. Luego se expandió al mercado de diamantes a través de la compañía Tais, asociada con capitales suizos. Junto a inversores israelíes desarrolló Terra Verde, que suministra frutas y vegetales a todos los hoteles de la capital y, a través de Geni Novas Tecnologías y Unitel, entró al mercado de comunicaciones, con ingresos por 527 millones de euros el año pasado. También tiene un cuarto de la propiedad del Banco Internacional de Crédito (BIC).

Cabe recordar que Dos Santos fue uno de los principales dirigentes de la resistencia que logró la independencia de Portugal cinco años antes de su llegada al poder y, claro está, maneja el país de una forma muy particular.
En esta nación del sur africano, que recién comenzó un proceso de paz efectivo a partir de 2002, existe lo que se denomina “capitalismo de Estado”, donde todas las empresas responden a Sonangola, la empresa madre con un 50% de capital estatal.

A sus actuales 70 años y después de la muerte de Muamar Gadafi, el “petrodictador”, como algunos lo llaman, no solo es el decano de los jefes de Estado africanos, sino que, como su ex homólogo libio, está al frente de uno de los países más ricos y más corruptos del continente. En ese sentido, organizaciones como Transparencia Internacional ubican invariablemente a Angola entre los diez primeros del planeta.

Petróleo y pobreza extrema

Desnutrición, cólera y tuberculosis provocan desastres en los pocos hospitales públicos de las principales ciudades de Angola, donde casi todos los pacientes padecen alguno de estos tres males de la pobreza, pese a que en el país florecen el petróleo y los diamantes y tampoco escasean las tierras fértiles.

Tras 33 años de guerra civil, un acuerdo de paz firmado por los rebeldes de Unita en 2002 se está empezando a traducir de manera lenta, por lo que los angoleños cada vez más culpan al gobierno del retraso para convertir los ingresos provenientes del petróleo en desarrollo sostenible.

En este contexto, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo ha situado a Angola en sus informes elaborados durante los últimos años en el puesto 162º entre los 171 países analizados, una posición que refleja los gravísimos desequilibrios que el país padece.

Según el informe, el aumento de la población es uno de los más altos de Africa, con una tasa del 2,8% al año, y la esperanza de vida está entre las más bajas del continente, 43 años para las mujeres y 40 años para los hombres, con una terrible mortalidad de menores de 5 años, que llega a los 230 por millar.
En una situación de pobreza extrema, el Gobierno “estira” la supervivencia de los que menos tienen entre promesas y más promesas.
 

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La visita de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner a Angola sin dudas sorprendió a propios y extraños por las particularidades de este país, del cual poco se conoce. Angola es uno de los países que más petróleo produce en el mundo, dato que lo ubica entre las naciones con mayor riqueza. No obstante, la corrupción es tal que millones de angoleños se ven sumidos en la pobreza. La figura estelar de este país es José Eduardo dos Santos. Es presidente, premier y jefe del partido gobernante. Gobierna Angola desde hace 33 años y pretende hacerlo por muchos años más, dado que la reforma constitucional de 2010 eliminó el voto directo en las elecciones presidenciales.

Desde hace dos años, el presidente es elegido por mayoría parlamentaria, donde el Movimiento Popular para la Liberación de Angola, el partido oficialista, ostenta una abrumadora mayoría.
Dos Santos y su familia tienen antecedentes sin desperdicio alguno. La última reforma le permitirá seguir al mando durante trece años más.

Una de las figuras más representativas de la corrupción en el país es Isabel dos Santos, la hija del presidente vitalicio: ella se encarga de los negocios de la familia, en tanto que la sucesión política le corresponde a su hermano José Filomeno, conocido como “Zenu”.

Isabel es ingeniera electrónica formada en Londres y comenzó su imperio con Urbana 2000, la empresa que monopolizó los servicios de recolección de basura de Luanda. Luego se expandió al mercado de diamantes a través de la compañía Tais, asociada con capitales suizos. Junto a inversores israelíes desarrolló Terra Verde, que suministra frutas y vegetales a todos los hoteles de la capital y, a través de Geni Novas Tecnologías y Unitel, entró al mercado de comunicaciones, con ingresos por 527 millones de euros el año pasado. También tiene un cuarto de la propiedad del Banco Internacional de Crédito (BIC).

Cabe recordar que Dos Santos fue uno de los principales dirigentes de la resistencia que logró la independencia de Portugal cinco años antes de su llegada al poder y, claro está, maneja el país de una forma muy particular.
En esta nación del sur africano, que recién comenzó un proceso de paz efectivo a partir de 2002, existe lo que se denomina “capitalismo de Estado”, donde todas las empresas responden a Sonangola, la empresa madre con un 50% de capital estatal.

A sus actuales 70 años y después de la muerte de Muamar Gadafi, el “petrodictador”, como algunos lo llaman, no solo es el decano de los jefes de Estado africanos, sino que, como su ex homólogo libio, está al frente de uno de los países más ricos y más corruptos del continente. En ese sentido, organizaciones como Transparencia Internacional ubican invariablemente a Angola entre los diez primeros del planeta.

Petróleo y pobreza extrema

Desnutrición, cólera y tuberculosis provocan desastres en los pocos hospitales públicos de las principales ciudades de Angola, donde casi todos los pacientes padecen alguno de estos tres males de la pobreza, pese a que en el país florecen el petróleo y los diamantes y tampoco escasean las tierras fértiles.

Tras 33 años de guerra civil, un acuerdo de paz firmado por los rebeldes de Unita en 2002 se está empezando a traducir de manera lenta, por lo que los angoleños cada vez más culpan al gobierno del retraso para convertir los ingresos provenientes del petróleo en desarrollo sostenible.

En este contexto, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo ha situado a Angola en sus informes elaborados durante los últimos años en el puesto 162º entre los 171 países analizados, una posición que refleja los gravísimos desequilibrios que el país padece.

Según el informe, el aumento de la población es uno de los más altos de Africa, con una tasa del 2,8% al año, y la esperanza de vida está entre las más bajas del continente, 43 años para las mujeres y 40 años para los hombres, con una terrible mortalidad de menores de 5 años, que llega a los 230 por millar.
En una situación de pobreza extrema, el Gobierno “estira” la supervivencia de los que menos tienen entre promesas y más promesas.
 

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