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Si Evita viviera...

Sabado, 28 de julio de 2012 22:38

Si Evita viviera, no daría crédito a que la conmemoración de los 60 años de su “paso a la inmortalidad” transcurriera casi desapercibida, sin más trascendencia y homenaje que la disputa protagonizada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el principal dirigente de la “columna vertebral del peronismo”, -el hasta hace poco gran aliado- Hugo Moyano.

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Si Evita viviera, no daría crédito a que la conmemoración de los 60 años de su “paso a la inmortalidad” transcurriera casi desapercibida, sin más trascendencia y homenaje que la disputa protagonizada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el principal dirigente de la “columna vertebral del peronismo”, -el hasta hace poco gran aliado- Hugo Moyano.

Si Evita viviera, tendría la grata sorpresa de ver su imagen en los billetes de $100, removiendo así una Roca puesta por el liberalismo; pero su estupor sobrevendría al advertir que un heredero de la derecha conservadora, el vicepresidente Amado Boudou, sería quien rubricara para la posteridad cada uno de esos billetes.

Si Evita viviera, no podría concebir que sus castigados restos mortales yacieran nada menos que en un minúsculo mausoleo, ubicado en un estrecho pasillo del cementerio más elitista de Buenos Aires, el mismo que alberga el cadáver del general Pedro Eugenio Aramburu, que no solo liderara la autoproclamada Revolución Libertadora, sino que fuera el principal partícipe del humillante y cruel peregrinar de su cuerpo momificado. Se encontraría rodeada de la más rancia oligarquía portuaria, aquella a la que tanto despreció y combatió.

Si Evita viviera, advertiría que su nombre resuena en todos los confines del planeta como el de la mujer más importante de toda la historia latinoamericana; pero descubriría que ni en la ciudad natal de la actual presidenta (La Plata) que, allende los tiempos llevara su nombre, ni en ninguna provincia o territorio donde en algún momento fue designada como Eva Perón, la recuerdan.

Observaría que pocas ciudades la tienen presente con importantes avenidas o colosales estatuas (en Capital Federal, tiene un modesto e inadvertido monumento en la Biblioteca Nacional y una avenida en la periferia de la ciudad).

Vidas paralelas

Resulta inevitable la comparación entre las dos mujeres que han agudizado la atención política de las últimas seis décadas (cuidado al leer en voz alta: no dice agudizado “la tensión”). Cristina no ha recurrido con frecuencia a su propia identificación con el mito de Evita; pero en el discurso pronunciado la semana pasada en José C. Paz, en el acto central de homenaje a la “abanderada de los humildes”, clara e intencionalmente buscó esa simbiosis. Repitió infinidad de veces la frase “ella ha vuelto”, confusión notable, porque para los argentinos hace poco más de dos años está instalada la noción que solo hay un “él” (que no es Jesús) y, consecuentemente, una “ella”. Claramente se refirió a la otra “ella”, que no era la actual “ella”. Con “ha vuelto” indujo a que el oyente presintiera que, con CFK, hay una reencarnación de la otrora “jefa espiritual de la Nación”.

Ambas mujeres eran morochas (Evita no era rubia), de tez blanca, delgadas, elegantes, bonitas (1), unidas a líderes políticos a quienes acompañaron como “primera dama”. Ambas fueron peronistas (2). Notas 1 y 2: no existe unanimidad de opiniones que coincidan en que estos atributos sean compartidos por la “abanderada de Tecnópolis”.

Una y otra, amantes de los periplos internacionales y cultoras del lujo en el ornato personal, portando vestidos de Haute Couture, accesorios de modelos exclusivos y joyas de los más cotizados artífices.

Ambas, inclementes con los que se les cruzaran (fueran los medios, los productores del campo, los propios gobernadores o sindicalistas, opositores políticos e inclusive los más cercanos colaboradores).

Las dos con un claro y enérgico discurso en pro de la justicia social, de la dignificación de las mujeres, de los trabajadores, de los niños, de los ancianos, de los más débiles y necesitados. Ambas impulsaron y lograron la sanción de leyes que reivindicaron profundamente los derechos de los trabajadores.

Ambas apoyaron fuertemente el deporte. Evita, a través de la plena actividad deportiva de los jóvenes (por medio de incentivos a los atletas, infraestructura apropiada y los célebres campeonatos de su Fundación). Cristina, subsidiando con cientos de millones la dinamizante actividad de ver televisión deportiva (intercalando algún “6, 7, 8”).

Cristina insistió en su discurso que “ella ha vuelto” en los planes de vivienda, en las notebooks, en la asignación universal por hijo. Omitió señalar la Presidenta que todos esos planes fueron solventados con el dinero destinado a los jubilados, a quienes no se les reconocen sus derechos y que aún reconocidos no se los abonan (recordemos que la misma Corte Suprema ordenó al Gobierno que honre las deudas por movilidad que mantiene con miles de jubilados). Pensar que Evita logró que los “derechos de la ancianidad” se plasmaran en la Constitución Nacional de 1949...

Las odiosas comparaciones

Solo se perciben “imperceptibles” diferencias entre las dos adalides, reflejadas en los gobiernos cuyo liderazgo ejercieron. En la época de Evita, la corrupción no estaba entronizada salpicando a toda la sociedad -desde empresarios a sindicalistas, funcionarios a magistrados- como un cachetazo diario que recibimos el resto de los argentinos. Hay parece una mala interpretación del “volveré y seré millones” (que nunca pronunció Evita). Tampoco campeaba, en ese entonces, la inseguridad física, real y tangible de ser potenciales víctimas de delitos.

Pero hay un dato objetivo y contundente: la justicia social se funda en la mejor distribución de la riqueza. Así durante los gobiernos de Perón la renta a favor del factor trabajo alcanzó su máximo pico histórico. Según Página 12, diario al que se lo identifica casi como otro Boletín Oficial por su obsecuencia con el Gobierno, en 2006 volvió a crecer la brecha entre ricos y pobres, el estrato más rico de la población ganó 29,2 veces más que el más pobre. En los primeros meses del gobierno de Kirchner, la brecha era de 24 veces (­según datos del Indec!).

En el Informe sobre Desarrollo Humano 2010 que elabora el el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se consigna que “la desigualdad de ingresos en América Latina y el Caribe sigue siendo la más elevada del mundo. Los países donde la brecha se ha ampliado más son Argentina, seguido de Venezuela y Haití.”. Sin embargo, nuestro promedio mejora porque estamos en el “top ten” (6§ puesto) de un nuevo capítulo que mide la igualdad de género, en un lote donde están los países más avanzados.

Estamos flojos en salud (52) e ingreso (55) y mejor en educación (40). En pobreza estamos peor: rankeamos 63, debajo de México y Brasil. Pero las peores notas las tenemos en inequidad, donde caemos al puesto 90. Sí, somos menos equitativos que Uganda, Burundi, Yemen, Togo, Etiopía y otros 85 países.

­¡No llores por mí, Argentina!

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