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El pacto ficcional con el gobierno

Martes, 31 de julio de 2012 21:07

El rol del gobierno en la vida de las personas ha sido expuesto brillantemente por Marx y Locke. Ambas teorías se proponen encontrar la fórmula del crecimiento, aunque por caminos radicalmente distintos. Para Marx es el gobierno quién debe procurar el progreso de una Nación. Para Locke la sociedad misma debe procurar su propio progreso. Defiende el progreso en base a la libertad. Las dos posturas, aún siendo tan opuestas en sus instrumentos, buscan el mismo fin: progresar con igualdad. Marx ve en el Gobierno el instrumento para su concreción y Locke en el libre ejercicio de nuestras capacidades.

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El rol del gobierno en la vida de las personas ha sido expuesto brillantemente por Marx y Locke. Ambas teorías se proponen encontrar la fórmula del crecimiento, aunque por caminos radicalmente distintos. Para Marx es el gobierno quién debe procurar el progreso de una Nación. Para Locke la sociedad misma debe procurar su propio progreso. Defiende el progreso en base a la libertad. Las dos posturas, aún siendo tan opuestas en sus instrumentos, buscan el mismo fin: progresar con igualdad. Marx ve en el Gobierno el instrumento para su concreción y Locke en el libre ejercicio de nuestras capacidades.

El marxismo presupone que el “gobierno social” estará a cargo de los más capaces y virtuosos y el liberalismo que los ciudadanos harán un buen ejercicio de su libertad. Cuando estos presupuestos se dieron en la realidad, el éxito fue rotundo. Los Estados Unidos viven desde hace 250 años a la luz de la doctrina liberal, alcanzaron la cima del desarrollo y allí se mantienen. En la vereda de enfrente, al norte de Europa, la República de Finlandia conducida por gobernantes virtuosos nos ofrece un extraordinario desarrollo construido bajo presupuestos marxistas. Podríamos decir que el marxismo busca una igualdad absoluta, aunque no sea justa y el liberalismo pretende una igualdad justa, aunque no sea absoluta.

En los últimos días escuchamos a nuestra Presidente insistir que el mérito del modelo kirchnerista es haber posibilitado el crecimiento con igualdad. Cabe preguntamos a qué igualdad se refiere: ¿la igualdad absoluta del marxismo o la justa del liberalismo?. Si tenemos en cuenta los miles de millones que aportan los sectores pudientes para subsidiar a los de menores recursos, diríamos que Cristina busca la igualdad absoluta de Marx, pero sin levantar mucha “polvareda”.

Sin embargo, en Argentina cada vez existe mayor distancia entre los sectores más pudientes y los de menores recursos porque la inequidad no es sólo económica, sino también cultural, la más perversa y peligrosa de las desigualdades. Esa desigualdad cultural, constituida y mantenida estratégicamente desde el Estado, impide la formación de la Nación Argentina y permite la subsistencia de gobiernos autoritarios e improvisados. Porque al no ser “Nación” no tenemos un proyecto común y al no existir un proyecto común de todos los argentinos nos convertimos en esclavos del gobierno de turno. En vez de decirle nosotros al gobierno: “este es nuestro proyecto, adminístrelo y ejecútelo”, como no tenemos proyecto le decimos: “estamos a la deriva, díganos lo que debemos hacer”.

Este modo de esclavitud moderna no surge de las obras de Marx pero sí de sus intérpretes y seguidores políticos y lo insinúa con picardía Maquiavello en el Libro IV de El Principe. ¿Lo habrá leído Cristina?.

En Argentina no existe ni libertad ni gobiernos virtuosos. Nuestra igualdad es una ficción basada en un fenomenal sistema de subsidios que este año pisará los 200 mil millones de pesos, sin embargo, como esa ficción es aceptada y aplaudida por la mayoría de los argentinos, existe lo que se denomina en la literatura moderna un “pacto ficcional”. El pacto ficcional es un acuerdo tácito entre emisor y receptor por el cual se acepta como verdad hechos que no lo son. Todos sabemos que es una igualdad “de mentira”, pero estamos cómodos con ella. Por eso golpeamos cacerolas cuando un excluido pretende robarnos un caramelo, pero permanecemos en silencio cuando el Gobierno se lleva el 50% de nuestros ingresos.

Nuestro “pacto ficcional” alcanza también al sistema educativo. Todos sabemos el enorme abismo entre la educación pública y la privada, pero aceptamos la “ficción” de que tenemos educación pública y gratuita y que en ella educamos correctamente a niños de bajos recursos. Aparece entonces una “estructura de desigualdad”, en la cual los sectores pobres reciben una educación que los mantendrá siempre pobres. Somos el país de la desigualdad eterna, porque el sistema educativo, es decir, la arcilla con que formamos a niños y adolescentes, es diferente. Somos fabricantes de desigualdades. Nunca habrá igualdad sin un sistema educativo único. Ricos y pobres creceremos “esclavos” del gobierno de turno, porque sólo la igualdad verdadera nos hará Nación y sólo como Nación seremos libres.

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