La pesca, como todos los deportes, se transmite de generación en generación. Es común ver a los padres en diques y ríos enseñando a sus vástagos los primeros pasos en esta disciplina. Como en esta época el tiempo es muy tirano, además de compartir con el hijo una o varias jornadas, la oportunidad se torna propicia para la enseñanza del cuidado del medio ambiente, porque nos sobrevuela esa idea de que entre los mandamientos faltó uno: Amarás y respetarás a la naturaleza. Por lógica, no es cuestión de estresar los niños tratando de enseñarles en una salida todos nuestros conocimientos que cosechamos en años.
A la práctica la deben tomar como una recreación y si es posible enseñándole valor de devolver la pieza al agua y la importancia de manejar con precaución los anzuelos, que son los que más dolores de cabeza dan cuando se enganchan en los dedos. Tampoco es cuestión de tenerlos todo el día con la caña en la mano.
Bajo un celoso cuidado hay que incentivarlos a dar un paseo por las huellas, respirando aire puro y juntando leña para el fuego, observar los pájaros, animales silvestres, el respeto agua y todo lo valioso que tiene la naturaleza. Si el niño termina rendido al final de la jornada, y le gustó la propuesta, habrá sido una experiencia inolvidable para él, que, sin dudas, querrá repetir en cuantas oportunidades pueda y, seguramente, cuando él sea mayor, transmitir la enseñanza.
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La pesca, como todos los deportes, se transmite de generación en generación. Es común ver a los padres en diques y ríos enseñando a sus vástagos los primeros pasos en esta disciplina. Como en esta época el tiempo es muy tirano, además de compartir con el hijo una o varias jornadas, la oportunidad se torna propicia para la enseñanza del cuidado del medio ambiente, porque nos sobrevuela esa idea de que entre los mandamientos faltó uno: Amarás y respetarás a la naturaleza. Por lógica, no es cuestión de estresar los niños tratando de enseñarles en una salida todos nuestros conocimientos que cosechamos en años.
A la práctica la deben tomar como una recreación y si es posible enseñándole valor de devolver la pieza al agua y la importancia de manejar con precaución los anzuelos, que son los que más dolores de cabeza dan cuando se enganchan en los dedos. Tampoco es cuestión de tenerlos todo el día con la caña en la mano.
Bajo un celoso cuidado hay que incentivarlos a dar un paseo por las huellas, respirando aire puro y juntando leña para el fuego, observar los pájaros, animales silvestres, el respeto agua y todo lo valioso que tiene la naturaleza. Si el niño termina rendido al final de la jornada, y le gustó la propuesta, habrá sido una experiencia inolvidable para él, que, sin dudas, querrá repetir en cuantas oportunidades pueda y, seguramente, cuando él sea mayor, transmitir la enseñanza.