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19 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Desobediencia

Domingo, 23 de septiembre de 2012 22:07

Pese a que Belgrano tenía orden de retroceder hasta Córdoba, se plantó en Tucumán. Quizá ya tenía decisión tomada: desobedecer y jugar la última carta, y por eso escribió al gobierno: “nuestra situación es terrible y veo que la Patria exige el último sacrificio para contener los desastres que nos amenazan”.

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Pese a que Belgrano tenía orden de retroceder hasta Córdoba, se plantó en Tucumán. Quizá ya tenía decisión tomada: desobedecer y jugar la última carta, y por eso escribió al gobierno: “nuestra situación es terrible y veo que la Patria exige el último sacrificio para contener los desastres que nos amenazan”.

Entre el 14 y el 24 de septiembre, Belgrano trabajó denodadamente para enfrentar a Pío Tristán, mientras Rivadavia insistía con el retroceso; el 25 lo increpó de nuevo; obvio, ignorando que ya todo había concluido en Tucumán.

El día 24, antes de la batalla, Belgrano escribió unas líneas: “Algo es preciso aventurar y esta es la ocasión de hacerlo; voy a presentar batalla fuera del pueblo y, en caso desgraciado, me encerraré en la plaza hasta concluir con honor... Mis compañeros están llenos de fuego sagrado de patriotismo y dispuestos a vencer o morir con su general”.

Momentos después, ubicó su tropa al norte de la cuidad. Esperaba a Tristán que marchaba confiado por el oeste, sin orden de batalla y convencido que Belgrano estaba recluido en la ciudad. De pronto, los patriotas en formación de batalla, cambiaron de frente y presentaron pelea en el Campo de las Carreras. A las apuradas, Tristán desmontó su artillería e hizo frente. La caballería patriota atacó a los alaridos y golpeando guardamontes; y así, quebró el ala izquierda española, pero siendo arrollada por la derecha. Después, gran confusión; el polvo levantado por los caballos, el humo de la quemazón de pastos iniciadas por Lamadrid, más el repentino oscurecimiento por el paso de una manga de langosta, desorientó a todos. Era la hora del “descuidismo” y los tucumanos, de ligeros reflejos, no perdonaron; veloces como el rayo, robaron con Díaz Vélez y Dorrego a la cabeza, todo el parque del ejército realista. A la rastra se llevaron 39 carretas repletas de armas, municiones y cañones. Y más rápido aún, escondieron el botín en la ciudad.

Cuando Tristán cayó en cuenta del robo, ya era tarde. Enfurecido dejó el campo de batalla que ya casi era suyo y se lanzó sobre la ciudad. A viva voz intimó rendición, amenazando quemar Tucumán, pero Díaz Vélez respondió: “Si quema Tucumán degollamos los prisioneros”, sabiendo que entre estos estaba un primo de Tristán. El realista no respondió ni quemó nada, pero se quedó afuera de la ciudad hasta el amanecer.

El nuevo día le trajo a Tristán malas nuevas: Belgrano y su ejército estaban a sus espaldas, listos para atacar. Tristán dudó, su situación era insostenible y Belgrano le exigió rendición “en nombre de la confraternidad americana”. Pero no hubo rendición ni más combates.

Los realistas, lentamente, como una serpiente herida, abandonaron Tucumán camino a Salta. Atrás, dejaron 453 muertos, 687 prisioneros, 13 cañones, 358 fusiles, el parque de carretas sustraído el día antes y 87 tiendas de campaña. La guerra había cambiado de rumbo y el próximo enfrentamiento sería en Salta, el 20 de febrero de 1813. Pero la suerte de Pío Tristán ya estaba echada.

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