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18 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Resabios de esclavitud

Sabado, 26 de octubre de 2013 02:43

¿Qué es lo que nos mueve a condenar la esclavitud, la discriminación por diferencias étnicas, el trabajo infrahumano? ¿No se afirma con liviandad que cada uno tiene su verdad y que no hay parámetros que sean universales, aplicables a las diversas culturas?
Recuerdo la película “Amistad”, dirigida por Steven Spielberg, basada en la historia real de un grupo de esclavos africanos encontrados por guardacostas de Estados Unidos a bordo de una goleta de bandera española en julio de 1839.
En varias escenas, se evidencia la división social del país ante la esclavitud y la existencia de importantes intereses que la sustentaban.
Para unos, la esclavitud era algo habitual y que unas personas fueran superiores a otras, era parte de la historia.
Para otros, los reos, la lucha giraba en torno a un derecho básico de la humanidad: la libertad, y merecía ser defendida en la última instancia judicial, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos.
La escena en la que el ex presidente John Quincy Adams, presenta su alegato en defensa de los acusados, se dispara con un gran gesto: pide que desencadenen al africano Joseph Cinqué.
Pienso que reconocer al otro como alguien digno, comienza por quitarle las esposas de nuestros prejuicios. Conocerlo y darse a conocer, implica vencer el miedo suscitado por los juicios previos y animarse a hacer las preguntas “¿Quién dicen que soy? ¿quién soy? y ¿quién dicen que sos? ¿quién sos realmente?”
Abrirse al otro conlleva un acto de humildad, porque se desnudan nuestras falencias.
Adams, frente al asombro del preso, que lo reconoce como un “gran jefe”, se permite confesar que no fue tan sabio, ni tan firme como lo hubiera deseado.
Asimismo, supone mostrarse vulnerable; muchas veces, frente a un determinado problema, se tiene más preguntas que respuestas. Creo que esa actitud invita a una búsqueda en común de la verdad.
El respeto al otro obliga a hablar con franqueza. ¿Usted sabe por qué está aquí?, le pregunta Adams a Cinqué. Ambos sabían que las posibilidades de alcanzar la libertad, eran casi nulas.
Cuando se está en la verdad, no hay soledad. Nos acompaña la memoria de todos los que dieron su vida por ella. Así lo vive Cinqué durante el penoso proceso que debe soportar y que se inicia con su secuestro.
La verdad, según Adams, “se alza majestuosa ante nosotros, como una montaña”. La verdad de que la libertad nos hace radicalmente humanos permanecía oculta para quienes defendían la esclavitud. ¡Cuántas esclavitudes del siglo XXI pisotean la verdad sobre la persona!
Cuando no se la reconoce, hay atropellos, vejaciones y humillaciones. Basta con pensar en la trata de personas, en el acoso moral o el laboral. En una palabra, en el maltrato. Es entonces cuando el poder se convierte en un brazo largo y potente, que no tiene en cuenta la dignidad del ser humano.
“Verdaderamente, se trata de la naturaleza del hombre”, reflexión de Adams que nos hace notar que se confunde lo “frecuente” con lo natural. Es frecuente que en las civilizaciones un grupo se valga de otro; sin embargo, toda persona tiende a vivir en sociedad sin dañar a nadie. También resulta frecuente el asesinato, pero la tendencia a conservar la vida es propia de todo ser humano.
Hay un divorcio entre lo que está escrito y lo que sucede en la realidad; tal vez porque la letra necesita arraigarse en el corazón. En Argentina, por ejemplo, se proclama el interés superior del niño, pero en la realidad, se legisla para permitir su homicidio o aborto.
Para finalizar, rescato dos ideas finales del alegato de Adams: “la singularidad no es enteramente nuestra”.
Nos debemos a alguien.
“Se necesita valor para hacer lo justo”. Dar a cada bebé por nacer lo suyo, el derecho a la vida, porque le pertenece, hoy, lamentablemente, es cosa reservada para valientes.

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¿Qué es lo que nos mueve a condenar la esclavitud, la discriminación por diferencias étnicas, el trabajo infrahumano? ¿No se afirma con liviandad que cada uno tiene su verdad y que no hay parámetros que sean universales, aplicables a las diversas culturas?
Recuerdo la película “Amistad”, dirigida por Steven Spielberg, basada en la historia real de un grupo de esclavos africanos encontrados por guardacostas de Estados Unidos a bordo de una goleta de bandera española en julio de 1839.
En varias escenas, se evidencia la división social del país ante la esclavitud y la existencia de importantes intereses que la sustentaban.
Para unos, la esclavitud era algo habitual y que unas personas fueran superiores a otras, era parte de la historia.
Para otros, los reos, la lucha giraba en torno a un derecho básico de la humanidad: la libertad, y merecía ser defendida en la última instancia judicial, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos.
La escena en la que el ex presidente John Quincy Adams, presenta su alegato en defensa de los acusados, se dispara con un gran gesto: pide que desencadenen al africano Joseph Cinqué.
Pienso que reconocer al otro como alguien digno, comienza por quitarle las esposas de nuestros prejuicios. Conocerlo y darse a conocer, implica vencer el miedo suscitado por los juicios previos y animarse a hacer las preguntas “¿Quién dicen que soy? ¿quién soy? y ¿quién dicen que sos? ¿quién sos realmente?”
Abrirse al otro conlleva un acto de humildad, porque se desnudan nuestras falencias.
Adams, frente al asombro del preso, que lo reconoce como un “gran jefe”, se permite confesar que no fue tan sabio, ni tan firme como lo hubiera deseado.
Asimismo, supone mostrarse vulnerable; muchas veces, frente a un determinado problema, se tiene más preguntas que respuestas. Creo que esa actitud invita a una búsqueda en común de la verdad.
El respeto al otro obliga a hablar con franqueza. ¿Usted sabe por qué está aquí?, le pregunta Adams a Cinqué. Ambos sabían que las posibilidades de alcanzar la libertad, eran casi nulas.
Cuando se está en la verdad, no hay soledad. Nos acompaña la memoria de todos los que dieron su vida por ella. Así lo vive Cinqué durante el penoso proceso que debe soportar y que se inicia con su secuestro.
La verdad, según Adams, “se alza majestuosa ante nosotros, como una montaña”. La verdad de que la libertad nos hace radicalmente humanos permanecía oculta para quienes defendían la esclavitud. ¡Cuántas esclavitudes del siglo XXI pisotean la verdad sobre la persona!
Cuando no se la reconoce, hay atropellos, vejaciones y humillaciones. Basta con pensar en la trata de personas, en el acoso moral o el laboral. En una palabra, en el maltrato. Es entonces cuando el poder se convierte en un brazo largo y potente, que no tiene en cuenta la dignidad del ser humano.
“Verdaderamente, se trata de la naturaleza del hombre”, reflexión de Adams que nos hace notar que se confunde lo “frecuente” con lo natural. Es frecuente que en las civilizaciones un grupo se valga de otro; sin embargo, toda persona tiende a vivir en sociedad sin dañar a nadie. También resulta frecuente el asesinato, pero la tendencia a conservar la vida es propia de todo ser humano.
Hay un divorcio entre lo que está escrito y lo que sucede en la realidad; tal vez porque la letra necesita arraigarse en el corazón. En Argentina, por ejemplo, se proclama el interés superior del niño, pero en la realidad, se legisla para permitir su homicidio o aborto.
Para finalizar, rescato dos ideas finales del alegato de Adams: “la singularidad no es enteramente nuestra”.
Nos debemos a alguien.
“Se necesita valor para hacer lo justo”. Dar a cada bebé por nacer lo suyo, el derecho a la vida, porque le pertenece, hoy, lamentablemente, es cosa reservada para valientes.

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