¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

15 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Patotero y bravucón, Moreno dejó un gobierno que decidió cambiar

Domingo, 24 de noviembre de 2013 04:00

En el Gobierno fue primero secretario de Comunicaciones. Desde 2005 estuvo en la Secretaría de Comercio.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

En el Gobierno fue primero secretario de Comunicaciones. Desde 2005 estuvo en la Secretaría de Comercio.

Su primera acción polémica fue la prohibición temporal, en 2006, de vender carnes a mercados internacionales.

Quienes lo conocen aseguran que él jamás imaginó encontrarse en la situación que le tocó enfrentar el pasado lunes. Guillermo Moreno, el exsecretario de Comercio Interior creía pertenecer al Olimpo de los K, un lugar reservado para aquellos que habían dado su vida por la causa nacional y popular y a los cuales les estaba garantizado la cercanía con el poder hasta su final. Pero los tiempos cambiaron, y a él le tocó el peor de los destinos: no estar entre los elegidos para la nueva etapa.

El trago amargo que le toca digerir viene precedido de infinitas polémicas y controversias que caracterizaron su paso por la gestión pública. Guillermo Moreno es economista y, desde sus tiempos de facultad, adhiere a los principios económicos de José Ber Gelbard. Quizás por ello, aunque también desde entonces milita en el peronismo, en los "90 tomó distancia del menemismo y las políticas económicas impulsadas por Domingo Cavallo. Recién volvió a acercarse al PJ en tiempo de Eduardo Duhalde, y desde allí saltó al entorno K.

Néstor Kirchner lo incorporó a su gobierno, primero como secretario de Comunicaciones y desde 2005 como secretario de Comercio Interior, cargo desde el que construyó un poder equiparable al de un ministro de Economía.

¿Cómo logró Guillermo Moreno crecer y ganar espacios de una manera tan grosera? Muy simple: haciendo el trabajo sucio, aquel que nadie, por pudor personal o profesional o simplemente por cuidar su imagen pública, estaría dispuesto a hacer. Algunas de sus decisiones estuvieron reñidas con la ética política y económica. Otras eran aberrantes desde el punto de vista de la teoría económica y aún hoy tienen un alto costo para el país en términos de producción. En otros casos, invadió abiertamente áreas de competencia correspondientes a otros ministerios. Sin embargo, Moreno no dudó en llevarlas adelante apuntalado inicialmente por Néstor Kirchner y, desde 2007, por Cristina de Kirchner.

Su primera acción polémica fue la prohibición temporal, en 2006, de vender carnes al exterior. La decisión fue una reacción a un fuerte incremento en el precio de la carne, pero tuvo consecuencias terribles a largo plazo. Aunque el discurso oficial hablaba de “defender la mesa de los argentinos”, a cada restricción impuesta por Moreno en el mercado le siguió un acelerado proceso de liquidación de stock bovino por parte de los productores que concluyó cinco años después con una pérdida de 10 millones de cabezas de ganado, la virtual destrucción de la industria frigorífica exportadora y el cierre de mercados internacionales para la producción nacional.

En los años posteriores su estilo violento y autoritario fue ganando espacios dentro de la estructura de poder K, transformándolo en un protagonista de peso en la estrategia económica del Gobierno. Cuando el “modelo” empezó a mostrar los primeros indicios de una aceleración de la inflación, Moreno apeló a los “acuerdos de precios” para intentar frenar la escalada de precios. Sus reuniones con empresarios no eran, sin embargo, un espacio de debate de ideas diferentes. Eran, en realidad, foros concebidos para escuchar las órdenes del secretario. En ese tiempo se construyó un mito según el cual Moreno recibía a sus invitados con un arma sobre el escritorio.

A fines de 2007, como la inflación no amainaba, Moreno y Néstor Kirchner concibieron una estrategia que les llevaría a ganarle a la inflación en idéntica proporción en la que se perdía credibilidad ante la sociedad y en el mundo económico del exterior. El hombre del bigote tupido y estilo nervioso resolvió intervenir el hasta entonces prestigioso Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) y ubicar en la estratégica área de medición del índice de costo de vida a una operadora política que no tuviera recelo en alterar las cifras de acuerdo al interés de sus superiores. Pensaron que la idea iba a tener un doble efecto: por un lado, atenuar las expectativas inflacionarias del país y, por el otro, reducir los pagos de intereses de la deuda pública que se calculaban a partir de esas mediciones. En perspectiva, solo lograron lo segundo. La intervención al Indec no solo destruyó el sistema nacional de estadísticas, sino que, además, aisló a la Argentina de los mercados internacionales de inversión, reduciendo además el acceso a esas fuentes de financiamiento de las empresas argentinas. El descrédito fue tal que motivó una intervención directa del Fondo Monetario Internacional.

Como si la mentira evidente no fuera suficiente, Moreno prohibió y multó en 2011 a las consultoras privadas que difundían sus propios índices inflacionarios, más confiables que el oficial. Varias lo denunciaron y ya tienen una sentencia en primera instancia en contra por “abuso de poder” e “incumplimiento de los deberes de funcionario público”.

El triunfo electoral de 2011 animó al Gobierno a “profundizar el modelo”. Aparecieron entonces las restricciones a las importaciones. Aunque en el discurso la medida apuntaba a defender el superávit de la balanza comercial y proteger a la industria nacional, las dificultades que miles de empresas tuvieron que enfrentar para importar materias primas o maquinarias se convirtieron en una traba para el crecimiento económico y la creación de fuentes de trabajo. Dicho de otra manera, lograron el efecto contrario. Pese a sus buenas intenciones, los magros resultados de sus políticas hicieron crecer su imagen negativa en la opinión pública.

La fuga de divisas, que comenzó en 2011, pero se profundizó en los años posteriores, también llevaron a Moreno a aplicar restricciones a la compra - venta de dólares; varias veces el secretario sacó a la calle a sus inspectores a controlar a los “arbolitos”, esos vendedores callejeros que ahora monopolizan el mercado de dólar “blue”.

A principios de este año, ante una nueva aceleración de la inflación, Moreno insistió con los “acuerdos de precios” y pactó con las grandes cadenas de supermercados listas de 500 productos que integraban una “canasta nacional”. Pero no conforme con ello, convocó a jóvenes militantes del oficialismo a salir a la calle a controlar el cumplimiento de lo acordado, y amenazó con durísimas sanciones a quienes no lo cumplían. La polémica estuvo al orden del día, y solo contribuyó a deteriorar su imagen en la opinión pública. También ordenó congelar el precio de las naftas, aunque la estatal YPF fue la primera en violar la prohibición. Un fracaso más, y ya iban demasiados.

La decisión de la Presidenta de barajar y dar de nuevo tras su problema de salud y el duro revés electoral sufrido por el oficialismo en octubre pasado dejó al comprometido y bien mandado Moreno en órsay. La mandataria eligió para los últimos dos años de su Gobierno tener un jefe de Gabinete y un Ministro de Economía fuertes, que no tuvieran que negociar o convenir políticas con uno que se sentía un par y no un subordinado. Y en esa estructura, Guillermo Moreno no tenía cabida. Su futuro está hoy en Italia, donde seguramente después de digerir el golpe, dará qué hablar con iniciativas tan insólitas y rimbombantes como la Supercard que quiso lanzar; o la misión comercial a Angola que encabezó para exportar a ese país el modelo de La Salada. Lo más probable es que en Roma no se quede quieto, por lo menos, hasta que le digan que lo haga.

 

Temas de la nota

PUBLICIDAD