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?La adolescencia muestra cómo es nuestra sociedad?

Jueves, 07 de marzo de 2013 22:43

Establecemos relaciones con nuestro entorno, empleando modelos aprendidos de pensamiento que tienen asociaciones afectivas de lo deseable y lo indeseable. El ser humano es agresivo por naturaleza, pero es pacífico o violento según su propia historia individual y la cultura a la cual pertenece.
En amplios sectores de nuestra sociedad se considera que existe “una clara ausencia de valores en los niños, niñas y jóvenes”.
La violencia es alimentada por sentimientos de frustración y se incorpora a la vida cotidiana. Se naturalizan la pelea, los portazos, los golpes y los silencios hostiles, recreando las nuevas formas cruentas de la violencia en una crisis de valores que se vuelca hacia patrones de comportamiento extremos como los presenciados por estos últimos tiempos.
No podemos negar que el contexto social en que criamos a los jóvenes está plagado de diversas formas de violencias sociales, que resultan disruptivas y amenazan el proceso de integración en un momento en el que los adolescentes deben incorporar nuevas capacidades y aptitudes.
Niños, niñas y adolescentes tuvieron que ser padecientes de grandes transformaciones familiares, impulsados a la cultura de la banalidad, altamente narcisística, individualista y del “todo vale”, con escasa tolerancia a la frustración y tolerancia a todo tipos de excesos, en definitiva, valores que sólo permiten categorizarlos como “ganadores” o “perdedores”.
Aunque estemos muy comunicados e hiperconectados a la red de redes, se suman los fracasos y debilidades en la comunicación intrafamiliar, la presencia de lazos efímeros y vínculos endebles, en lo que algunos autores llaman amor líquido
Pero lo más grave lo constituye el descuido de los afectos. Esta limitación se observa en muchos contextos de crianza y eso implica graves consecuencias que hipotecan futuros.
Cualquier intervención efectiva para detener la escalada de violencia pasa por una transformación de nuestra cultura. Cualquier intervención a nivel microsocial, sin un contexto macrosocial favorable, terminará siendo un simple remiendo que se rasgará fácilmente de nuevo; y cualquier programa macrosocial que no tome en cuenta y permita la participación activa de la mayoría de la población terminará siendo otra buena intención que se diluye en una realidad contradictoria y en la contracultura.
Resulta imprescindible modificar todo aquello que en nuestra cultura hace de la violencia un paradigma de la identidad. Todo comienza por modificar nuestra mirada. Padecemos de una dificultad extrema, cierta ceguera, para registrar riesgos en los niños, niñas y adolescentes.
Ellos necesitan la mirada humanizante y valorizante de un adulto que los reconozca en su dignidad de persona, y les pueda ofrecer otro espejo donde mirarse, y descubrirse con dones y capacidades, teniendo en la mira el ejercicio pleno de los derechos de niños, niñas y adolescentes.
Recordemos que , así como la infancia muestra cómo es la familia, la adolescencia muestra cómo es la sociedad, su entramado, cómo funciona y los valores que sostiene.

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Establecemos relaciones con nuestro entorno, empleando modelos aprendidos de pensamiento que tienen asociaciones afectivas de lo deseable y lo indeseable. El ser humano es agresivo por naturaleza, pero es pacífico o violento según su propia historia individual y la cultura a la cual pertenece.
En amplios sectores de nuestra sociedad se considera que existe “una clara ausencia de valores en los niños, niñas y jóvenes”.
La violencia es alimentada por sentimientos de frustración y se incorpora a la vida cotidiana. Se naturalizan la pelea, los portazos, los golpes y los silencios hostiles, recreando las nuevas formas cruentas de la violencia en una crisis de valores que se vuelca hacia patrones de comportamiento extremos como los presenciados por estos últimos tiempos.
No podemos negar que el contexto social en que criamos a los jóvenes está plagado de diversas formas de violencias sociales, que resultan disruptivas y amenazan el proceso de integración en un momento en el que los adolescentes deben incorporar nuevas capacidades y aptitudes.
Niños, niñas y adolescentes tuvieron que ser padecientes de grandes transformaciones familiares, impulsados a la cultura de la banalidad, altamente narcisística, individualista y del “todo vale”, con escasa tolerancia a la frustración y tolerancia a todo tipos de excesos, en definitiva, valores que sólo permiten categorizarlos como “ganadores” o “perdedores”.
Aunque estemos muy comunicados e hiperconectados a la red de redes, se suman los fracasos y debilidades en la comunicación intrafamiliar, la presencia de lazos efímeros y vínculos endebles, en lo que algunos autores llaman amor líquido
Pero lo más grave lo constituye el descuido de los afectos. Esta limitación se observa en muchos contextos de crianza y eso implica graves consecuencias que hipotecan futuros.
Cualquier intervención efectiva para detener la escalada de violencia pasa por una transformación de nuestra cultura. Cualquier intervención a nivel microsocial, sin un contexto macrosocial favorable, terminará siendo un simple remiendo que se rasgará fácilmente de nuevo; y cualquier programa macrosocial que no tome en cuenta y permita la participación activa de la mayoría de la población terminará siendo otra buena intención que se diluye en una realidad contradictoria y en la contracultura.
Resulta imprescindible modificar todo aquello que en nuestra cultura hace de la violencia un paradigma de la identidad. Todo comienza por modificar nuestra mirada. Padecemos de una dificultad extrema, cierta ceguera, para registrar riesgos en los niños, niñas y adolescentes.
Ellos necesitan la mirada humanizante y valorizante de un adulto que los reconozca en su dignidad de persona, y les pueda ofrecer otro espejo donde mirarse, y descubrirse con dones y capacidades, teniendo en la mira el ejercicio pleno de los derechos de niños, niñas y adolescentes.
Recordemos que , así como la infancia muestra cómo es la familia, la adolescencia muestra cómo es la sociedad, su entramado, cómo funciona y los valores que sostiene.

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