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Se apagó don Juan Balderrama, pero su herencia es imperecedera

Miércoles, 03 de abril de 2013 12:04
El  Boliche cumplió el 29 de marzo 60 años. Esta vez no hubo fiesta, porque don Juan ya estaba delicado de salud.
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El  Boliche cumplió el 29 de marzo 60 años. Esta vez no hubo fiesta, porque don Juan ya estaba delicado de salud.
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En sus comienzos el local, fundado por los Balderrama, era un almacén de ramos generales; luego fue picantería.

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Hay en algunas ciudades -las menos, esas favorecidas por el “destino”, por darle un nombre a lo insondable- lugares que se vuelven templos. Y esto, sin intervención de legitimaciones sacrosantas. Se vuelven templos simplemente porque la gente elige creer que en ellos existe cierto misticismo. Con ese designio nació el Boliche Balderrama, en un sector bien popular de la ciudad de Salta: primero en San Martín e Ituzaingó, luego en la famosa esquina de San Martín y Esteco, donde se encuentra actualmente emplazado. En la construcción del mito trabajó incansablemente Juan Balderrama, que ayer se fue para siempre, detrás de sus eternos compinches en este sueño, sus hermanos Daría y Celestino. Con el fallecimiento de don Juan se extingue la generación que dio mayor impulso a este emprendimiento cultural y comercial. Pero no es muy arriesgado asegurar que Balderrama no se apagará jamás, porque ya es patrimonio de los salteños y postal de presentación de nuestra provincia ante el mundo. Eso logró don Juan después de dedicarle la vida a su querido boliche. Este salteño que fue homenajeado por la Cámara de Diputados de la Nación por su aporte a la cultura murió ayer, pasadas las 15, en la Clínica Santa Clara, como consecuencia de una insuficiencia cardíaca. Tenía 76 años, una familia incondicional y varias paredes pobladas de infinidad de recuerdos. Sus restos son velados en San Martín y Esteco, en el “templo mayor del folclore”, cuya fama se acunó en una zamba inmortal de Manuel J. Castilla y Gustavo “Cuchi” Leguizamón. La despedida será hasta hoy, a las 16. Luego, sus restos serán cremados.

Un antes y un después

El Boliche Balderrama cumplió el pasado 29 de marzo 60 años de vida. Los artistas y poetas que tuvieron la suerte de conocer sus inicios saben -y cuentan- que la familia Balderrama, que llegó desde el Alto Perú en 1922, era la proveedora de la sopa más exquisita que se servía en Salta en esa época. El padre se llamaba Antonio y era peruano; la madre, Remigia, era boliviana. En sus comienzos, el local comercial fundado por los Balderrama era un almacén de ramos generales. Posteriormente, a principios de los 50, pasó a ser una picantería con billares.
Melania Pérez, una de las voces más destacadas del folclore salteño, recordó los albores de este local que ella vio siempre desde afuera, cuando era vecina, y luego disfrutó por dentro, cuando fue invitada a cantar tras catapultarse con Las Voces Blancas. “Cuando ellos llegaron yo ya estaba instalada a la vuelta, sobre el pasaje Ruiz de los Llanos. Primero, en ese lugar había una forrajería donde paraban los cocheros. Después se abrió el boliche. Era muy chiquito al principio, pero con el tiempo se convirtió en un centro de la bohemia salteña. Los artistas, cuando terminaban sus presentaciones, iban todos a recalar ahí, porque se sentían muy a gusto. Se comía muy bien. Una vez que se difundió la Zamba de Balderrama, en la prodigiosa voz de Mercedes Sosa, el boliche todavía era chico. Yo lo conocí por dentro en el período de transición, cuando ya iba camino a transformarse en la famosa peña que hoy trasciende fronteras”.
Efectivamente, varios factores confluyeron para que este boliche, fonda o bodegón, se transformara en el “templo” que es hoy. Primero, fue gravitante la calidez de sus dueños. Luego, fue convocante la savia nueva que corría entre esas paredes cada vez que se reunían talentos como Manuel J. Castilla, el “Cuchi” Leguizamón, Antonio Nella Castro, César Perdiguero, Eduardo Falú, Ariel Petrocelli, Walter Adet, Jacobo Regen, José Ríos, Benjamín Toro, Hugo “Serenata” Saavedra, Jorge Díaz Bavio, “Ucururo” Villegas, “Pajarito” Velarde, César Luzzato, Antonio Yutronich, Osvaldo Juane, Luis Preti y Ramiro Dávalos, entre tantos otros. Y, por último, el boliche tuvo la estrella de que una canción lo inmortalizara con toda justicia. Y para que eso sucediera, esa canción tuvo que tener alma. Zamba Quipildor, embajador del folclore salteño en el mundo, es testigo de la magia de esa zamba que le regalaron a Balderrama el “Cuchi“ Leguizamón y el “Barba” Castilla. “Es una pintura que entró en el corazón de todos, no solo de los cantores populares, sino del público de todo el mundo. Yo la sigo cantando y me la siguen pudiendo. En 1983, cuando estuvimos en Tel Aviv con Ariel Ramírez, Jaime Torres y Domingo Cura, ofreciendo el espectáculo de la Misa Criolla y canciones como solistas, me dispuse a cantar la Zamba de Balderrama en un estadio repleto. Yo no sabía que ya había siete discos míos circulando por Israel y que las canciones tenían traducciones. Cuando empecé a cantarla, los aplausos crecieron y me temblaron las piernas. De repente, 7 mil almas coreaban conmigo la zamba, pero en hebreo. Eso sucede cuando una canción tiene alma. Y esta zamba la tiene, gracias a la profunda franqueza y al talento de Manuel y el Cuchi”, contó Zamba a El Tribuno.

60 años con el lucero del alba

El Boliche Balderrama es conocido en todo el país e, incluso, en varios rincones del planeta. Don Juan fue declarado Ciudadano Destacado en las localidades de Bragado y Pehuajó (Buenos Aires), y en Diamante (Entre Ríos). La Cámara de Diputados de la Nación lo distinguió en el Salón de los Pasos Perdidos en 2009. Durante los festejos de los 50 de Cosquín, la organización le entregó un poncho sobre el escenario Atahualpa Yupanqui, en virtud de su trayectoria. En ese momento, don Juan compartió su alegría y su agradecimiento con sus hermanos Celestino y Daría, ya fallecidos, con su señora Julia Ester, con su hija Patricia, y con Noemí y Liliana, su “maravillosa familia”, aseguró conmovido. Anoche, por el boliche que fue, es y seguirá siendo emblema de Salta, desfilaban también esos otros afectos que se cosechan con el correr de los años, y que no quisieron encontrarse con el lucero del alba, sin darle a don Juan un último adiós.
 

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