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Fuerte como un tala, como un ñandubay

Domingo, 16 de junio de 2013 21:51

Uno de los mayores descubrimientos antropológicos realizados en el siglo XX es, que tanto el varón como la mujer, han de contribuir conjuntamente en la construcción familiar y cultural del mundo.

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Uno de los mayores descubrimientos antropológicos realizados en el siglo XX es, que tanto el varón como la mujer, han de contribuir conjuntamente en la construcción familiar y cultural del mundo.

A pesar de ello, según lo demuestra el inquietante análisis de Fatherless America de David Blankenhorn, nuestra sociedad padece un gran déficit de paternidad. Un hecho reciente, como la adhesión que genera el nombramiento del Papa Francisco, se debe en parte a que muchas personas heridas de orfandad, ven en él a un verdadero padre.

Lamentables circunstancias hacen que los hijos, muchas veces se vean privados de la presencia de un modelo paterno que les integre equilibradamente en las estructuras emocionales y sociales.

Conflictos conyugales en los que prima el rencor, echan por tierra la necesidad de contacto entre padres e hijos. Cuando se pierde el aporte del padre, se disipa la figura de quien ayuda a descubrir la identidad de los hijos varones y afirma la feminidad de las hijas. Psicólogos y sociólogos constatan que la ausencia paterna provoca graves dificultades y conflictos personales, que luego se trasladan a la sociedad.

Actualmente, ciertas ideologías que presentan a un padre timorato y sin autoridad, no hacen más que empobrecer su papel fundamental en la familia. El dibujo animado de los Simpson, grafica esta idea: los hijos no admiran, precisamente, a su papá.

Atenta también contra la identidad de la paternidad, la idea de que ser un buen padre, se reduce a proveer a la familia los bienes económicos necesarios para su sustento. Con esto, se piensa muchas veces que, si se dedica a trabajar veinte horas, cumple con su misión.

Los padres convertidos en “yuppies desarraigados” siembran a su alrededor las neurosis, los cansancios, los sin sentidos. Personas -como a veces parece que se pide- casadas con su trabajo, que sólo se mueven por el afán de ganar más dinero, o fama, son seres extraños, infelices, casi inhumanos, incapaces de contribuir con su trabajo, familia y desarrollo social.

El padre tiene una tarea imprescindible en la formación del hogar, en la creación de su ambiente, en la dedicación a sus hijos y en abrirles perspectivas de futuro. Pero el papel del padre es, sobre todo, esencial para la madre. Cada hijo necesita no sólo el cariño de su padre y de su madre, sino también el amor que su padre y su madre se tienen entre sí.

El paternalismo forma parte, a su vez, de la “cultura de la muerte del padre”. Es aquella actitud con la que el varón desea proteger a la mujer, pero decide por ella porque considera que no puede hacerlo por sí misma. Un trato así, rompe la reciprocidad. No es un trato entre iguales que viven cada uno para el otro, porque se considera al otro como inferior. Es una situación de subordinación unilateral, donde la ayuda del varón hacia la mujer no respeta la libertad de ésta y se convierte en otra forma de dominio.

Creo urgente recuperar la real valoración de la paternidad, en tiempos en los que la soledad de las personas pareciera ser la principal causa de la angustia existencial.

Rescatar de la indiferencia y apreciar a tantos padres que quieren ser más amados que temidos; que son refugio seguro; palabra de consejo; guía en las tempestades; sabiduría en el error; consuelo en las lágrimas de su mujer e hijos. Padres que son puntos de referencia en las decisiones fundamentales; que tienen autoridad, porque primero tienen misericordia. Feliz día a todos ellos, a quienes elogiamos y por cuyas vidas, los hijos damos gracias.

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