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Dilma, Rousseff, a la hora de la autocrítica

Domingo, 23 de junio de 2013 04:19

La multitudinaria protesta en un centenar de ciudades brasileñas es muestra clara de que la tarea del desarrollo resulta complicada y no puede ser analizada con simplismos.

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La multitudinaria protesta en un centenar de ciudades brasileñas es muestra clara de que la tarea del desarrollo resulta complicada y no puede ser analizada con simplismos.

El crecimiento sostenido de Brasil durante los últimos veinte años, bajo las presidencias de Fernando Cardoso, Lula y Dilma Rousseff, contrasta con el surgimiento de los llamados “indignados” que llevaron su disconformidad a las calles. Brasil llegó a ubicarse como la séptima economía mundial, con un desarrollo industrial que lo instala claramente como una potencia emergente, con indiscutido liderazgo en la región. A pesar de que veinte millones de personas lograron salir de la pobreza en la última década y de que unos cuarenta millones se incorporaron la clase media, un aumento de veinte centavos en el transporte público fue el detonante para una eclosión masiva.

La corrupción, la inflación del 6,49%, el costo del transporte y el gasto multimillonario en obras de infraestructura planificadas para el Mundial de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 resultaron intolerables para quienes ganaron las calles. La protesta, que se originó en San Pablo, se expandió y se potenció como reacción a la desmedida represión policial.

La mayor parte de los manifestantes son personas con formación media o superior. También participan adherentes del Partido de los Trabajadores, de Dilma y Lula. El uso de Internet es una de las claves. Entre 2007 y 2011 la población con acceso a la red creció del 27 al 48 por ciento. A pesar de las protestas, la imagen favorable de Dilma Rousseff supera ampliamente todavía el 50 por ciento. La reacción de la presidenta fue inmediata: aconsejó a los gobernadores que escucharan a los manifestantes, el aumento de los pasajes de ómnibus fue dejado sin efecto y convocó a un gran acuerdo nacional.

Nada indica que Brasil se encuentre a las puertas de una crisis inmanejable. Sin embargo, centenares de miles de personas en las calles obligan a Dilma -y a cualquier gobernante- a revisar lo que se está haciendo para corregir aquello que parece desencaminado.

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