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¿Quién fue Juana Azurduy, la heroína a la que hoy le rinde honores la América toda?

Jueves, 11 de julio de 2013 23:17

 

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Juana nació en Toroca, un pueblo de Sucre, capital constitucional de Bolivia y otrora llamada La Plata y Chuquisaca, un 12 de julio de 1780.

Juana creció en una familia admirada y envidiable. Aprendió de su madre las enseñanzas de las niñas de su época, y de su padre, el hombre que admiró, y del que aprovechó sus enseñanzas para un futuro deseado sin esclavos, los conocimientos para ser una gran amazona, para conocer los secretos del campo, sus tareas y cuidados, para tratar a los indios y hablar su propia lengua y para guiar a sus semejantes. Se enamoró, y con ese entrañable amor tuvo cuatro frutos benditos de su vientre. Un primer grito de libertad dado en América el 25 de Mayo de 1809 llegó para iluminar su mente, y sus ansias de emancipación y justicia brotaron por sus poros, y entonces comprendió que ella también podía empuñar su espada por sus creencias.

Ese ímpetu de juventud también le trajo dolor, los cuatro hijos fueron llevados por la guerra, murieron en sus brazos impotentes, pero por cada aliento que expiraba, su espíritu se cubría de venganza, convirtiéndose de madre amorosa en madre combativa, pero siempre madre, mujer femenina, porque su vientre parió una nueva luz de vida, para que al menos una de sus descendientes cosechara el fruto más importante de su amor: la libertad americana. Tenía la plena seguridad de estar protegida siempre, Manuel, su esposo, el padre de sus hijos y Huallparrimachi, el hijo indio que los dos adoptaron por el mutuo amor y respeto que se profesaban, murieron por defenderla de la mano de los tiranos.

Solo un momento pensó en la desolación, y otra vez su espíritu incansable arremetió feroz al recordar que su lucha era la lucha que le enseñó su amado Manuel, para la preservación de su ascendencia americana. Vino a Salta y se puso a las órdenes del hombre que detenía el avance realista, el hombre admirado, respetado y amigo de su esposo, el Gral. Martín Miguel de Gemes, el que le dio su lugar de teniente coronel, grado con que la distinguió el Gral. Manuel Belgrano y que se había ganado en las batallas por su valor y coraje. Juana, con una identidad desconocida, participó en cuanta batalla los patriotas estuvieron, nada pudo hacer el general Gemes para detenerla, su espíritu inquieto y decidido le exigían venganza por la muerte de los que más amó y cumplimiento de su juramento hacia la libertad de su pueblo.

Ella solo participó en la guerra contra los Tabla-casacas, jamás empuñó su espada contra sus propios hermanos y no entendía cómo contra Gemes se habían revolucionado sus mismos compatriotas. El general Gemes murió en 1821, pero ella siguió combatiendo en Salta hasta 1825, en que murió en las márgenes del río Tumusla el último realista que había puesto precio a su cabeza. Desesperada regresó a la tierra que la vio nacer, abrazó a su adorada hija que tras largos y dolorosos años solo la mimaba en su mente. Juana caminaba por las calles de su blanca ciudad, era desconocida para algunos, respetada por otros e indiferente para la mayoría.

Vivió hasta los 82 años. Ignorada o no, en esa época no le importó, siempre caminó con la frente en alto pues veía alegría en el rostro de sus conciudadanos que gozaban de la Independencia que ella, en su fuero interior sabía que había ayudado a conseguirla, abrazó la Bandera Boliviana, pero vivió con el dulce recuerdo de que una vez en combate, muy en lo alto y orgullosa de ello, hacía flamear la primera bandera patriota, la bandera blanca y celeste que tanto respetó y amó, por la que perdieron la vida sus seres queridos. Hoy el territorio está dividido, allá Bolivia, aquí Argentina, pero ella está feliz, cumplió su misión, luchó por ambas que hoy son libres.

 

Marta Elena de la Zerda de Jul
Asociación Cultural Heroínas Hispanoamericanas
Campo Quijano

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