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Marcelo Galeano: Almorzar con el Papa, una experiencia única

Lunes, 29 de julio de 2013 15:27

Marcelo Galeano (23), a priori, es un privilegiado. El fue el único argentino que compartió un almuerzo, junto a otros once jóvenes provenientes de Nueva Zelandia, Australia, Portugal, Francia, México, Estados Unidos, Sri Lanka, Rusia, Colombia y Brasil, con Francisco, el viernes pasado en el palacio arzobispal San Joaquín (Río de Janeiro). Pero también es alguien que se preparó para recibir “una experiencia de Dios”.

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Marcelo Galeano (23), a priori, es un privilegiado. El fue el único argentino que compartió un almuerzo, junto a otros once jóvenes provenientes de Nueva Zelandia, Australia, Portugal, Francia, México, Estados Unidos, Sri Lanka, Rusia, Colombia y Brasil, con Francisco, el viernes pasado en el palacio arzobispal San Joaquín (Río de Janeiro). Pero también es alguien que se preparó para recibir “una experiencia de Dios”.

Marcelo vive en Paraná y trabaja en su ciudad de acompañante terapéutico. Acá en Río de Janeiro se desempeñó como coordinador del sector de traducciones del inglés al español del Comité Organizador Local (COL) de la Jornada Mundial de la Juventud. En diálogo con El Tribuno, habló sobre el multitudinario evento y la figura del Sumo Pontífice.

¿Cómo te enteraste que ibas a almorzar con el Papa?

Estaba en la catedral. El padre Anisio, que es el coordinador del sector internacional, me estaba buscando. No lo encontré en ese momento en el Comité y fui a la vigilia del viernes en la catedral y estaba en la misa. Cuando finalizó le pregunté si me estaba buscando y me dijo que sí, pero que era para una traducción. “Todo bien, vos?”. me preguntó. Le dije que sí, pero que ya era tarde y me tenía que ir porque debía trabajar temprano. “Yo te pido que te quedes y reces un poco más porque vas a almorzar con el Papa”, me dijo mientras me abrazaba.

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¿Qué almorzaron?

De entrada había una ensalada mixta, después risotto de hongos. El plato principal era pollo con ensalada y de postre, milhojas de frutas tropicales. Al final, un típico café brasileño.

¿Fue descontracturado el almuerzo? ¿Pudieron hacerle preguntas?

Fue bien distendido. De hecho, cuando él llegó estábamos cada uno en su lugar y como nadie se movía él dijo: “Bueno, vamos a saludarnos”. Así que comenzamos a saludarnos y él nos preguntó de dónde éramos. Yo le dije que era argentino, de la Diócesis de Paraná. Y una vez que nos sentamos en la mesa dijo: “Bueno, quién va a ser el primer caradura que va a hablar”. Entonces nadie hablaba y le digo: “Santo Padre, ­será que no todos los días almorzamos con el Papa!”. Ahí largamos una carcajada y empezamos. Cada uno contó un poco sobre la realidad de la Iglesia, contó sobre el país de donde venía.

¿Qué preguntas le hicieron? ¿Hubo alguna destacable o fuera de lo común?

A mí me pareció interesante que hablamos sobre la tradición de la Iglesia, el Concilio Vaticano II, algunas cosas que tuvimos que dejar de lado, otras que adoptamos. Me pareció interesante lo que él dijo: “Del pasado tenemos las huellas y el recuerdo. Del futuro, las promesas y la esperanza de lo que vendrá. Y el presente es Dios. El ahora. No podemos vivir del pasado, no estamos en el siglo IV. La historia va hacia adelante y el que quiera vivir del pasado, lo siento mucho, pero va en pérdida”. Me pareció relevante el que tengamos que ir siempre hacia adelante.

¿Qué trato les dio?

Se preocupó mucho en escucharnos. Muchas veces nos dijo: “Si hay algo que no crean que es como yo digo no me digan a todo que sí, sino díganme que estoy equivocado”. Un hombre muy simple.

La idea que transmite es que todos podemos llegar al Papa...

Ante todo es un pastor. El, ante todo, es un sacerdote y conserva en su corazón eso. Es una persona cercana, muy simple y me sorprende porque es un hombre que ha ganado mucho poder, pero que no pierde las cosas simples de la vida como sonreír, hacer chistes, encontrarse con los amigos. Y para mí es un gran mensaje; de hecho lo hablamos mucho en la mesa. En un mundo economicista en el que uno se preocupa por el dinero, uno pierde de vista las cosas lindas de la vida.

¿Cómo se hace para volver perdurable en el tiempo ese mensaje?

Es difícil porque como en todas las cosas de la vida uno va encontrando obstáculos. Pero lo importante es que hay una semilla que ya está plantada. Eso sucede en lo cotidiano. Cuando somos niños nuestra mamá nos dice: “No comás con la boca abierta”. Y en ese momento no lo entendemos, pero luego nos damos cuenta de que así debe ser. Con la fe es lo mismo: la semilla está plantada, ahora hay que dejar que germine.

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