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Rolando Pardo: “La vida es un carnaval y la gente por momentos se saca la careta”

Domingo, 25 de agosto de 2013 01:49

Rolando Pardo cuenta relatos que los gobiernos y sociedades suelen barrer y esconder bajo la alfombra. “Los mendigos, lo más frágil de la humanidad, los castigados, los hechos pedazos” se convierten, bajo su mirada, en materia tan impredecible e incalculable como la ficción. En 1987, filmó en Salta “La redada”, basada en un cuento del Teuco Castilla, en el que se narra una historia muy particular: en 1977 el interventor de facto de Tucumán, Antonio Domingo Bussi, ordena recoger a los vagabundos y borrachos de San Miguel y arrojarlos al límite con Catamarca, con el objetivo de “adecentar” la ciudad y que no se empañe la llegada del presidente Jorge Rafael Videla. En 2004 realizó en España el documental “Cantando bajo la tierra”, un abanico polifónico con las voces y vidas de más de veinte músicos que se ganaban el sustento diario en el metro de Madrid. “Ahí encontré una cantidad inimaginable de seres humanos exóticos, extraños pero entrañables, tratando de subsistir, de conseguir papeles, de comer”, define. En 2007 estrenó “Pequeña Habana”, su tercer largometraje, una excursión al mundo de los enanos que viven en Cuba. “Son supuestamente personas con menos posibilidades que las normales, pero no es así. Tienen las mismas oportunidades que cualquiera y por eso son un reflejo en miniatura de la sociedad cubana: son tipos que se ríen, se divierten, trabajan, son cabeza de hogar”, comparte.

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Rolando Pardo cuenta relatos que los gobiernos y sociedades suelen barrer y esconder bajo la alfombra. “Los mendigos, lo más frágil de la humanidad, los castigados, los hechos pedazos” se convierten, bajo su mirada, en materia tan impredecible e incalculable como la ficción. En 1987, filmó en Salta “La redada”, basada en un cuento del Teuco Castilla, en el que se narra una historia muy particular: en 1977 el interventor de facto de Tucumán, Antonio Domingo Bussi, ordena recoger a los vagabundos y borrachos de San Miguel y arrojarlos al límite con Catamarca, con el objetivo de “adecentar” la ciudad y que no se empañe la llegada del presidente Jorge Rafael Videla. En 2004 realizó en España el documental “Cantando bajo la tierra”, un abanico polifónico con las voces y vidas de más de veinte músicos que se ganaban el sustento diario en el metro de Madrid. “Ahí encontré una cantidad inimaginable de seres humanos exóticos, extraños pero entrañables, tratando de subsistir, de conseguir papeles, de comer”, define. En 2007 estrenó “Pequeña Habana”, su tercer largometraje, una excursión al mundo de los enanos que viven en Cuba. “Son supuestamente personas con menos posibilidades que las normales, pero no es así. Tienen las mismas oportunidades que cualquiera y por eso son un reflejo en miniatura de la sociedad cubana: son tipos que se ríen, se divierten, trabajan, son cabeza de hogar”, comparte.

Tras residir diez años en Cuba y pasar prolongados periodos de tiempo en España, el presente lo encuentra en Salta viviendo el éxito de la miniserie “Los anillos de Newton”, con la que -dice orgulloso- logró rehuir de “lo folclórico, lo turístico”. También espera la inminente exhibición de “Tacos altos en el barro”, un documental sobre la máxima ambición de las travestis de los pueblos originarios: trabajar en Buenos Aires y “hacerse los pechos”. Rolando Pardo aclara que él no retrata lo social sino “lo humano en el mundo que nos toca”. Aunque no solo dice lo suyo sobre sí mismo y su arte, sino acerca de la visión que los gobernantes tienen de la cultura y la posibilidad de los medios audiovisuales y el destino de grandeza que nunca se cumple del todo para Salta. Sin embargo, tal vez la mayor oportunidad de conocerlo subyazga en entender que un buen cineasta nunca despega sin esa especie de curiosidad que vale la pena practicar con obstinación. Una actitud que, en realidad, convendría hacer extensiva a cualquier profesión y oficio que emprendamos.

Ahora tiene 58 años, pero quiero que retroceda a cuando cumplió 19 y fue a la International School of Art de Gran Bretaña a estudiar fotografía publicitaria para cine...

Acá ya trabajaba como fotógrafo, incluso trabajé para El Tribuno y El Intransigente. Pero en esa escuela británica estatal se me despertó el capullito de amor por el cine. Luego volví a la Argentina, porque me tocó dos años, los dos años más terribles de mi vida, hacer el servicio militar. Pero terminé el servicio militar y puse un estudio de fotos acá y de ahí me fui a Buenos Aires a estudiar en el Centro Experimental de Realización Cinematográfica. Me gradué ahí. Y con muchos compañeros -muchos están trabajando, uno en Polca, otro en Fox- toda esa camada trabajó en cine. En distintas condiciones, pero todos seguimos trabajando.

Hablando de servicio militar, cuénteme sobre “La redada”.

Yo entré en febrero del 76 a la colimba y el golpe fue en marzo. Ahí lo conocí a Bussi (comandante de la Quinta Brigada y gobernador de facto de Tucumán), y mirá las vueltas de la vida, yo hago la película “La redada”, que cuenta cuando él echa a los mendigos, los locos y las putas. Cuando se estrenó, en el 91, Bussi pensaba que la habíamos hecho financiada por Palito Ortega, porque la estrenamos justo en el cierre de campaña. Nada más lejano. Palito es un tipo de derecha, más que otra cosa. Fue el destino: creer o reventar. En Tucumán fueron los de Fuerza Republicana a meter bombas, a meter tiros, a cohetearnos... Página/12 por suerte nos acompañó, porque estuvo muy cerca la cosa...

La publicidad suele dar dinero ¿por qué se desengañó de ella?

Y trabajé diez años en publicidad.

Me harté de ganar dinero, aunque te parezca rarísimo. Era vender el alma al diablo, porque la publicidad es vender espejitos de colores, lucecitas falsas. Por ejemplo, en una publicidad de alfajor le inyectábamos vaselina a un alfajor para que brille y vos lo ves y el dulce de leche parece una maravilla, pero todo es falso. Esa es la publicidad.

¿Entonces su fue a Cuba?

Y me llegó por tercera vez una invitación de Cuba, en el 94 o 95, para ir a dar unos talleres o asesorar a los chicos que estudiaban en la escuela de San Antonio de los Baños, que es la escuela fundada por García Márquez (Fernando Birri y Fidel Castro) y me quedé tres años, con un lapso en el medio, que me fui a España, porque me ofrecieron un trabajo para dirigir los nuevos proyectos de una nueva cadena privada, Tele 5, y ellos necesitaban mucho de alguien que conociera cómo era la formación de productores, guionistas, el trabajo en equipo. Y yo era director académico y vicedirector de la escuela de Cuba. Y me vino bien. Porque me estaba fagocitando la escuela, porque es trabajar para que los chicos hagan.

Y si se lo hace con cariño, más aún; pero tu vida y tus proyectos quedan relegados.

¿A qué nuevo proyecto le dio paso esa decisión?

En España, en ese momento, logré hacer un largometraje que se llama “Cantando bajo la tierra”, que es la historia de los músicos del metro de Madrid. La excusa fue mostrar a los músicos de distintas partes: Bulgaria, Rumania, Argentina, una Torre de Babel en el metro, cómo tienen que escapar, cómo viven sin papeles. Son tipos que están fuera del sistema y entonces logré encontrar financiación a través de una productora: Pentagrama film, que produjo la película “Maradona”, de Emir Kusturica, y “Comandante”, de Oliver Stone. Y tuve suerte de que me tocó esta gente, que trata muy bien al director, al guionista, gente que cuida el producto final, y creo que salió muy bien. Se filmó en mini DV (digital) y se pasó luego a 35 milímetros.

¿Cómo hicieron para que se convirtiera en éxito de taquilla compitiendo con la ficción?

Se armó una estrategia de marketing muy buena. En Madrid estuvimos en cartel siete u ocho semanas. El producto proponía todas las noches que uno de los músicos que salía en la película tocara en la puerta del cine, y el productor decía: "No se pierda hoy la película. Y la gente entraba'.

Su próximo destino fue “Pequeña Habana”. ¿Cómo surgió la idea inicial? ¿Hubiera sido posible rodarla en otro país?

¿Vos viste el velorio de un enano? ¿Mueren o desaparecen? Los enanos no figuran en la Biblia, por ejemplo. Ellos mismos se preguntan y hacen bromas: "Esperemos que se mueran dos y en un mismo cajón metamos dos'. Había vuelto a Cuba y tenía vacaciones. Ya había hecho un casting y quedaron doce familias de acondroplásicos. Y ahí se ve cómo cada uno es cabeza de hogar. Y sí, no hubiera sido posible si no era en Cuba. Una de las enanas de la película, que atendió al comandante Fidel Castro, cuenta: “Si hubiera nacido en otro país, estaría trabajando en un circo, acá soy médica”. Y eso es cierto.

¿Cómo fue vivir y producir cine en Cuba?

Yo estoy totalmente de acuerdo con el gobierno de Cuba. Un país solidario. Gente increíble. Y es muy castigado por los extranjeros. Lo que siempre hace falta en cine es el dinero. Y ellos tienen unos estudios enormes, de la época de oro de la revolución, de cuando El “Che” con Fidel hicieron el plan de alfabetización con Armando Harld: en un país donde el 90 y pico por ciento eran analfabetos, en cuatro años todos sabían leer y escribir. Cuba es muy rica culturalmente. Las artes se cultivan mucho. Yo tuve una experiencia muy grata en Cuba. Hice grandes amigos. Conocí desde un técnico y un camarógrafo, hasta a Kusturica, el productor lord David Pullman o los hermanos Cohen, también a todos los cineastas latinoamericanos, a quienes invité a dar clases en al escuela de La Habana. Allí la filosofía era aprender cine haciendo cine, más que con la teoría. Siempre busqué profesionales en actividad, es decir, no gente enquistada como burócratas de profesores.

¿Acá en Argentina está subestimado el valor cultural de la producción audiovisual?

No está ni pensado. Al teatro tampoco le dan apoyo. Todo el teatro es underground. Nuestros políticos no se dan cuenta -o no quieren darse cuenta- de la posibilidad que tienen a través de hacer productos de cine o programas de televisión, que dan trabajo a una gran cantidad de gente, porque alrededor de una película o una serie tenés catering, movimiento de vehículos, todo. Dos millones de pesos que me dio el gobierno de la Nación para hacer “Los anillos de Newton” y quedaron en Salta.

¿Cómo está reflejada la salteñidad en “Los anillos de Newton”?

El tema político no me interesa tomarlo en el sentido puntual porque me parece un hecho tan común... Más bien toco los temas humanos y eso roza el resto. Es una miniserie que no toca el tema folclórico es la Salta que vivimos nosotros ahora. Es la vida misma, lo que pasa en la ciudad, en los barrios. Paco, trata, drogadicción, amor, robo de niños, divorcio, problemas con los hijos.

“Tacos altos en el barro” es un título sugerente. ¿Qué universo lo captó esta vez?

Es la historia de las travestis en los pueblos originarios, de las comunidades chorote, guaraní, tupí guaraní y mataco. Ya está terminado y por emitirse. Es increíble la cantidad de chicas que trabajan en eso y cuyo su sueño es terminar en Buenos Aires, hacerse los pechos, transformarse. Pero la vida de ellas es muy dura. Por momentos son muy solidarias, en otros se pelean.

¿Y qué halló entre esa hojarasca?

Yo ya había contactado con una chica travesti y que era medio jefa (la Goyita Martínez) de una comunidad. Y eso me ayudó. Algunas viven con sus novios, novios hombres que les sacan la plata en realidad, y se producen más que una aborigen común y corriente. El objetivo fue trazar un arco es un ambiente muy raro. Vas a ver, parece Nueva Delhi, con los camioneros porteños que de día las insultan y a la noche duermen con ellas... una cosa de locos, una farsa. La vida es un carnaval, te juro que es un carnaval, con gente que solo se saca la careta por momentos.

¿Qué sueña para Salta?

Que Salta ocupe el lugar que tendría que ocupar. Que deje de ser tan pueblerina. No en el sentido de pueblo, porque me encantan los pueblos, pero ya es una ciudad grande, con más de 700 mil habitantes y deberían crecer más las posibilidades. Porque todo está concentrado en las cuadras alrededor de la plaza ¿y el resto? Tendría que madurar la dirigencia. Ese es mi pensamiento y mi deseo. El cine es hacer visible lo invisible. Que hacer inclusión deje de ser una sola palabra o una promesa. Y esa inclusión la vi en Cuba.

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