¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

17 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Las travesuras del diablo del carnaval

Domingo, 15 de septiembre de 2013 02:15

“Todo hacía que esas penas de la viudez, que afectaban a doña Presentación, ahondaran sus largos cavileos”.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

“Todo hacía que esas penas de la viudez, que afectaban a doña Presentación, ahondaran sus largos cavileos”.

Aquella helada tarde de junio lucía sus rojas brasas, mientras el silbo la pava, presagiaba unos mates pensados en soledad

El 1963 Gustavo “Cuchi” Leguizamón escribió para El Tribuno un cuento referido a las consecuencias no queridas, pero frecuentes, del carnaval de antaño. Claro, por entonces los anticonceptivos aún estaban en pañales y los deseos y pasiones se desataban en esos “cuatro días locos...”, de Alberto Castillo. Pero cabal, a los nueve meses llegaban los frutos. Entonces las viejas enfurecidas gritaban a sus hijas: “­Yo ti dicho chinita de miesca, que me ibas a venir con el cuento...!” .

Y claro, los cuentitos eran después el Estebita o la Marisita.

Pero leamos “El diablo de la comparsa”, de Gustavo Leguizamón.

“Todo hacía para que esas penas de la viudez, que afectaban tanto a doña Presentación, ahondaran sus largos cavileos junto al brasero hogareño que aquella helada tarde de junio lucía sus rojas brasas en inusitado chisporroteo, mientras el silbo agudo de la pava, presagiaba una andanada de mates pensados en soledad.

Menos mal que el Alfonso, su hijo mayor, era ya un sacha ingeniero que lograba costearse sus estudios de la facultad con algunas changas de mensura y que de vez en cuando mandaba alguna platita para la casa. También era un alivio que Inesita, su única hija mujer, estuviera ya comprometida con un buen candidato y que esos días encontrábase en Cafayate con sus primas ricas, bien cuidada y atendida.

Su preocupación sin descanso la constituían sus tres hijos menores, verdaderos demonios sueltos con quienes había que lidiar el día entero, desde levantarlos para que fuesen al colegio, cuidarles las ropas y las relaciones, hasta hacerlos ir a la doctrina, para que el cura ayudara a amansarlos entre coscorrones y el catecismo.

Aunque los bienes que había dejado su difunto marido se encontraban todavía algo enredada en los Tribunales y bastante perjudicados, con la renta del alquiler de dos casitas en el barrio de San Bernardo (aledaño a la Colegio Nacional) y algunos pesos que le entraban de costuras que los parientes le encargaban, le permitía afrontar su magro presupuesto familiar que a veces quedaba muy deteriorado a fin de mes y que para componerlo, organizaba la consabida rifa de un mantel de hilo, que jamás, gracias a Dios, salió de su casa, pues los números los vendía entre sus relaciones a quienes les informaba después de un tiempo prudencial que la rifa había favorecido a su comadre doña Rosa, quien como entendía a las mil maravillas, lo sucedido, jamás le reclamaba la prenda.

Había reducido mucho los gastos de la casa, ella en persona se las arreglaba con la cocina y una mocita quinceañera, Eulalia, atendía los otros menesteres de la casa, el mercado y los mandados.

Justamente aquella tarde la Eulalia había venido a pedirle permiso para asistir con una tía a las fiestas de Sumalao y volver al día siguiente temprano.

Doña Presentación le había advertido a la Eulalia, una gordurita peligrosa de caderas y aquella tarde no se le asentaba la cabeza a la vieja, pensando que pudiera estar embarazada.

Había tenido cuidado siempre de no dejarla salir de noche, los mandados eran muy cortos y la chica estaba muy controlada.

“Virgen Santa -pensó la vieja-, como no sea el autor alguno de los tres bandidos de esta casa”. Y se santiguó como quien quiere espantar un presagio.

Pasaron algunos días terribles de observación y duda, cuando una tarde al volver de la vía sacra, la encontró a la Eulalia clavada de cabeza en la pileta de lavar vomitando. ­Qué te pasa hija!, gritó la vieja asustada, “enseguida haré llamar al médico, seguro que has andado haciendo alguna travesura.

La chica, entre llorosa y asustada también le explicó que hacía tres días que andaba descompuesta con mareos y nauseas.

El médico no tardó en llegar y mientras la vieja de cuerpo presente inquiría los pormenores de la enfermedad, fue informada en forma dramática por el galeno que la muchacha estaba gruesa (embarazada) desde hacía cuatro meses.

La vieja consultó con la parentela y con el cura de la parroquia el trágico asunto quienes le advirtieron de la necesidad de conocer el padre de la futura criatura, para hacerla casar a la muchacha o meterlo preso al sinvergenza aprovechado.

Doña Presentación, terriblemente afectada por el escarnio, resolvió convertirse en juez inquisidor y aprovechando la ausencia de su hija mujer, produjo público debate casero para saber si entre sus hijos se encontraba el culpable.

Tanto Carlos como Domingo y el Agustín, fueron puestos en cruz para decir la verdad, negándose todos a gritos de la acusación mientras la vieja blandía un terrible látigo de cochero sobre las cabezas de los afligidos imputados. No obstante su satisfacción por la negativa, y sin tenerlas todas consigo, la vieja se dirigió al cuarto de la joven y allí, tratando de ejercer la persuasión pacífica, informó de la necesidad de conocer al responsable del mal para buscarle una solución decorosa.

La muchacha, con la cabeza gacha, nada decía a todas las buenas razones de la dueña de casa hasta que cansada ésta ya del método persuasivo le replicó: “O me dices el nombre del gavilán o te voy a moler a azotes”, a lo que contestó la Eulalia, que no sabía. Decime cuando fue -insistió doña Presentación- ya que sabés quien es. El martes de carnaval señora, contestó la muchacha. ­Ah! China bandida, sabés cuándo pero no quién... te voy a desollar a azotes y terminando el dicho revoleó un terrible latigazo a la Eulalia que prorrumpió a llorar desconsolada y a correr por el patio perseguida siempre de cerca por la vieja. “Decime quién es bandida, decime...”. “No mi pegue señora, si yo no se porque no lo conozco... fue el diablo de la comparsa de la estación...”.

 

Temas de la nota

PUBLICIDAD