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Graciela Quipildor: En el juego del humor me arriesgo a parecer una infeliz

Domingo, 20 de julio de 2014 01:17
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Graciela Quipildor podría no escapar del prototipo de comediante de stand up: frenético, obsceno y desatado. También podría no alejarse del común de quien hace reír sobre un escenario a quien pagó la entrada, y en la vida es gruñón, intolerante y maleducado con ajenos -y propios-.
Solo cuatro años de haber salido a la arena y varios momentos. Repercusión nacional cuando fue individualizada en una marcha portando el cartel "Que el Indec me mida la cintura". Una colaboración para este medio en una experiencia contra el acoso callejero cuyo video fue reproducido 42.610 veces en Youtube. Una rutina con gran éxito en un programa televisivo porteño y popular. Se acierta si se cree que Graciela puede minar a alguien verbalmente a través del chiste o el comentario malicioso. Puede pero no. Podría ser frenética, obscena y desatada. Podría ser gruñona, intolerante y maleducada. Sobre todo porque la controversia no es precisamente lo peor que le suele pasar a un comediante.
Pero esta mujer eligió otros propósitos. Arriba y debajo de una tarima.
Atentos que de refilón parece decir de forma incesante lo primero que le viene a la punta de la lengua (con una naturalidad que es su principal gracia). Atentos que cada esmerado cierre de sus rutinas prueba que en ella hay más talento y trabajo que espontaneidad. Hoy dice lo suyo La Quipi, mujer del arte, de la radio y comediante. Esta "minita" que frecuentemente bromea con su supuesta fealdad y hace alusiones constantes a elementos sexuales sin llegar a desubicarse (del todo). Esta mujer que hoy nos invita a afinar la visión central y descubrir a quien se divierte de ciertos estereotipos de belleza y genera con ello conciencia social.
Estudiaste Profesorado en Bellas Artes. ¿Por qué no ejercés?
En el último año de la carrera, cuando estaba haciendo las prácticas, me desanimé. Me di cuenta de que lo mío es hacer arte, no enseñarlo. Hice las prácticas en una escuela donde iban chicos pobres y vi que antes de enseñar tenía que reparar en un montón de necesidades: chicos que van tristes a clases, que no llevan los materiales que les pediste porque a nadie le importa, o que necesitan expresar su angustia y vos vas a enseñarles un contenido que capaz que en la vida no les va a servir para nada.
No tenías vocación...
Y ahí me desenamoré de la docencia, porque me di cuenta de que no tenía la vocación y trabajar sin vocación no es para mí. De alguna manera tenía que justificar haber estudiado arte cuatro años y no ejercer como profesora, así que le encontré la vuelta y me puse una carpintería y empecé a fabricar muebles infantiles, todos pintados y decorados a mano, porque tenía que hacer plata. A eso me dediqué un par de años hasta que me topé con el humor como trabajo.
¿Cuál fue tu primer contacto con el stand up?
Empecé escribiendo estados en Facebook. En determinado momento de mi vida, hace unos cuatro años, me quedé bastante sola, sin familia, sin amigos ni casa, sin mascotas, auto ni plata. Lo único que tenía era mi compu y unas ganas tremendas de meter la cabeza dentro del horno. Y poder escribir en las redes sociales sobre cómo me sentía o cómo pensaba era la única forma de hablar con alguien.
¿Tu única relación con la vida inteligente?
Literalmente pasaba días sin hablar con personas. Pero escribía mis estados en las redes sociales y mis interacciones con humanos se limitaban a comentarios y diálogos virtuales. Me pasaban cosas en la calle y llegaba volando a prender la compu y escribirlo. Entonces me di cuenta de que lo que escribía sonaba mucho a mí. Un día alguien me dijo en un post: "Vos deberías hacer stand up".
¿Y sabías qué era eso?
Yo tuve que googlearlo, no tenía idea. La gente empezó a comentar debajo de ese post, y a decir: 'Sí, hacelo, yo voy'. Al rato ya había un evento en Facebook en un bar. Hice un monólogo, el bar se llenó y gustó. Un año después tuve la oportunidad de tomar un curso de stand up con Señales de Humor y a los profes les gustaron mis pasadas y me invitaron a actuar en los shows de su gira por Salta y ahí me di cuenta de que me había enamorado del stand up. Al tiempo formamos un grupo con dos comediantes más, que se llama "StanOpeando" y que es el primer grupo estable de stand up en Salta. Ya desde hace un año que realizamos shows casi todos los meses.
En mayo fui invitada a Bendita TV a hacer stand up, lo cual fue un gran paso en mi carrera como comediante, porque me vio gente de todo el país.
¿Tenés referentes dentro de este género?
Me asusta la palabra "referentes", porque dentro del stand up uno no busca copiar y ser como alguien, sino diferenciarse, buscar un estilo personal. Admiro a varios comediantes, gigantes del género, pero no me caso con ninguno, porque admiro la parada escénica de uno, la originalidad del otro, los recursos de aquel otro, y así. Mi meta es hacer humor en el escenario, los medios y las redes sociales.
¿Qué es esencial en el stand up?
Lo esencial es una actitud de humor, de mirar con humor y con ironía lo que pasa alrededor y lo que le sucede a uno a partir de eso. Se necesita una gran capacidad de observación y una mirada original y un estilo muy particular de ver la vida, además de un lenguaje de humor propio.
La identificación del comediante con su discurso, que es tan esperada y agradecida por el espectador, ¿es impostada o es real?
Tiene que ser real, y solo gusta cuando la gente lo siente real. La autenticidad es clave para hacer un monólogo que te represente. Todos observamos lo mismo acerca de las relaciones, el tránsito o las marcas de galletitas; pero tiene que ser algo que solo dirías vos. Ahí está el desafío del comediante.
Por citar tus propias expresiones: ¿qué tipo de “minita” sos?
No soy el tipo de mujer que está pensando todo el tiempo en qué se va a poner, en la novela o en que un tipo no le da bola. Soy observadora de un montón de cosas y me río mucho de mí, no le tengo miedo al ridículo, y creo que me gusta blanquear muchas cosas que nos pasan a las mujeres y que no son precisamente aquellas que nos hacen quedar como elegantes o bien paradas.
¿Y cuándo la ilusión de lo autobiográfico se vuelve contraproducente?
Yo sé hasta qué punto estoy exagerando, mis amigos que van a verme saben hasta qué punto estoy diciendo algo literalmente o no y el público a lo mejor piensa que es todo así como lo digo. Entonces corro el riesgo de que la gente piense que son una amargada, una pobre infeliz. Me ha pasado al final de shows que la gente me invite a salir o gente que me diga: “Estás muy sola. Te invito a comer con nosotros”...
Te hacemos sentir en familia...
(Risas) Eso es bueno porque significa que uno hizo bien su trabajo, aunque tenga que estar aclarando varias cosas. Yo siempre tengo que estar aclarando que no soy hija de Zamba Quipildor, a raíz de un chiste que hice en un monólogo y que resultó creíble y quedó. El juego este del humor está también en arriesgarse a eso.
¿De dónde surge tu amor por la comunicación radiofónica?
Amo la radio porque puedo improvisar mis pavadas frente a mucha gente, sin correr el riesgo de que esa gente me tire con algo. Hace cinco años me recuerdo que acostumbraba participar en las consignas de un programa de radio. Un día me gané una cena y cuando fui a buscar mi premio los conductores me invitaron a participar del programa, porque les parecí buena onda y les gustó mi voz. Con el tiempo se desocupó un espacio en la grilla y empecé mi propio programa. Hice algo de tele y escribí columnas. Hace un año conduzco “Sicarios” por Radio Mitre Salta, de lunes a viernes a las 14 por la 93.3, y ese es uno de los trabajos que más disfruto hacer.
¿Por qué vale la pena comunicar?
Porque en casa ya nadie me da bola.
¿Por qué vale la pena hacer reír?
No pienso mucho en si vale la pena, aun si no valiera la pena lo haría lo mismo, porque es lo que me sale. La risa del público es de lo más gratificante, pero tengo, ante todo, la necesidad de hacerme reír a mí misma. Ya es como un reflejo, un recurso natural para disfrutar la vida y para sobrellevar la realidad. Por otro lado, cuando te enterás de que en la radio le hacés compañía a gente que está muy sola, a gente que necesita reírse, o alguien te cuenta que te lee todos los días en las redes sociales o que se rio tanto en uno de nuestros shows que llegó a dolerle la cara, me dan ganas de no dejar de hacerlo nunca.
A pesar de la pasión, hay días en que cuesta hacer reír...
Hay días en los que me cuesta mucho hacer reír, porque me rompieron el corazón o me cortaron el teléfono por falta de pago. Pero, mágicamente, esos son los días en que más cosas se me ocurren. Puede ser el tema del día, algo que vi, algo que me pasó a mí, siempre hay algo. El humor en realidad está dentro de uno. Hay mucha gente pesimista y quejumbrosa desparramando sus porquerías mentales en Facebook, en la calle, en la vida. Y un toque de humor siempre sana, una carcajada a la mañana te puede cambiar el resto del día, o te alivia el pecho cuando estás cargado o angustiado. Soy consciente de eso y busco ser constante al generar humor en todos los medios que tenga a mi alcance.
Sé que participás de eventos solidarios. ¿Qué problemas sociales te conmueven?
Me conmueven los problemas por los que puedo hacer algo. Igual, creo que conmoverse no es solo ponerse triste y sentir pena por alguien que la pasa mal y acercarle un alimento no perecedero, sino comprometerse a opinar, generar conciencia, provocar una reflexión, hacer una crítica social o llevar alegría.
¿Qué le agradecés al humor?
El humor me hizo conocer gente, lugares, tener más confianza y seguridad para hablar, perder el miedo, ser más desfachatada, buscar intencionalmente el humor en todo. Eso me sirve en el escenario, pero el valor que tuvo en mi vida personal, es inmenso. El humor, literalmente, me salvó.





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Graciela Quipildor podría no escapar del prototipo de comediante de stand up: frenético, obsceno y desatado. También podría no alejarse del común de quien hace reír sobre un escenario a quien pagó la entrada, y en la vida es gruñón, intolerante y maleducado con ajenos -y propios-.
Solo cuatro años de haber salido a la arena y varios momentos. Repercusión nacional cuando fue individualizada en una marcha portando el cartel "Que el Indec me mida la cintura". Una colaboración para este medio en una experiencia contra el acoso callejero cuyo video fue reproducido 42.610 veces en Youtube. Una rutina con gran éxito en un programa televisivo porteño y popular. Se acierta si se cree que Graciela puede minar a alguien verbalmente a través del chiste o el comentario malicioso. Puede pero no. Podría ser frenética, obscena y desatada. Podría ser gruñona, intolerante y maleducada. Sobre todo porque la controversia no es precisamente lo peor que le suele pasar a un comediante.
Pero esta mujer eligió otros propósitos. Arriba y debajo de una tarima.
Atentos que de refilón parece decir de forma incesante lo primero que le viene a la punta de la lengua (con una naturalidad que es su principal gracia). Atentos que cada esmerado cierre de sus rutinas prueba que en ella hay más talento y trabajo que espontaneidad. Hoy dice lo suyo La Quipi, mujer del arte, de la radio y comediante. Esta "minita" que frecuentemente bromea con su supuesta fealdad y hace alusiones constantes a elementos sexuales sin llegar a desubicarse (del todo). Esta mujer que hoy nos invita a afinar la visión central y descubrir a quien se divierte de ciertos estereotipos de belleza y genera con ello conciencia social.
Estudiaste Profesorado en Bellas Artes. ¿Por qué no ejercés?
En el último año de la carrera, cuando estaba haciendo las prácticas, me desanimé. Me di cuenta de que lo mío es hacer arte, no enseñarlo. Hice las prácticas en una escuela donde iban chicos pobres y vi que antes de enseñar tenía que reparar en un montón de necesidades: chicos que van tristes a clases, que no llevan los materiales que les pediste porque a nadie le importa, o que necesitan expresar su angustia y vos vas a enseñarles un contenido que capaz que en la vida no les va a servir para nada.
No tenías vocación...
Y ahí me desenamoré de la docencia, porque me di cuenta de que no tenía la vocación y trabajar sin vocación no es para mí. De alguna manera tenía que justificar haber estudiado arte cuatro años y no ejercer como profesora, así que le encontré la vuelta y me puse una carpintería y empecé a fabricar muebles infantiles, todos pintados y decorados a mano, porque tenía que hacer plata. A eso me dediqué un par de años hasta que me topé con el humor como trabajo.
¿Cuál fue tu primer contacto con el stand up?
Empecé escribiendo estados en Facebook. En determinado momento de mi vida, hace unos cuatro años, me quedé bastante sola, sin familia, sin amigos ni casa, sin mascotas, auto ni plata. Lo único que tenía era mi compu y unas ganas tremendas de meter la cabeza dentro del horno. Y poder escribir en las redes sociales sobre cómo me sentía o cómo pensaba era la única forma de hablar con alguien.
¿Tu única relación con la vida inteligente?
Literalmente pasaba días sin hablar con personas. Pero escribía mis estados en las redes sociales y mis interacciones con humanos se limitaban a comentarios y diálogos virtuales. Me pasaban cosas en la calle y llegaba volando a prender la compu y escribirlo. Entonces me di cuenta de que lo que escribía sonaba mucho a mí. Un día alguien me dijo en un post: "Vos deberías hacer stand up".
¿Y sabías qué era eso?
Yo tuve que googlearlo, no tenía idea. La gente empezó a comentar debajo de ese post, y a decir: 'Sí, hacelo, yo voy'. Al rato ya había un evento en Facebook en un bar. Hice un monólogo, el bar se llenó y gustó. Un año después tuve la oportunidad de tomar un curso de stand up con Señales de Humor y a los profes les gustaron mis pasadas y me invitaron a actuar en los shows de su gira por Salta y ahí me di cuenta de que me había enamorado del stand up. Al tiempo formamos un grupo con dos comediantes más, que se llama "StanOpeando" y que es el primer grupo estable de stand up en Salta. Ya desde hace un año que realizamos shows casi todos los meses.
En mayo fui invitada a Bendita TV a hacer stand up, lo cual fue un gran paso en mi carrera como comediante, porque me vio gente de todo el país.
¿Tenés referentes dentro de este género?
Me asusta la palabra "referentes", porque dentro del stand up uno no busca copiar y ser como alguien, sino diferenciarse, buscar un estilo personal. Admiro a varios comediantes, gigantes del género, pero no me caso con ninguno, porque admiro la parada escénica de uno, la originalidad del otro, los recursos de aquel otro, y así. Mi meta es hacer humor en el escenario, los medios y las redes sociales.
¿Qué es esencial en el stand up?
Lo esencial es una actitud de humor, de mirar con humor y con ironía lo que pasa alrededor y lo que le sucede a uno a partir de eso. Se necesita una gran capacidad de observación y una mirada original y un estilo muy particular de ver la vida, además de un lenguaje de humor propio.
La identificación del comediante con su discurso, que es tan esperada y agradecida por el espectador, ¿es impostada o es real?
Tiene que ser real, y solo gusta cuando la gente lo siente real. La autenticidad es clave para hacer un monólogo que te represente. Todos observamos lo mismo acerca de las relaciones, el tránsito o las marcas de galletitas; pero tiene que ser algo que solo dirías vos. Ahí está el desafío del comediante.
Por citar tus propias expresiones: ¿qué tipo de “minita” sos?
No soy el tipo de mujer que está pensando todo el tiempo en qué se va a poner, en la novela o en que un tipo no le da bola. Soy observadora de un montón de cosas y me río mucho de mí, no le tengo miedo al ridículo, y creo que me gusta blanquear muchas cosas que nos pasan a las mujeres y que no son precisamente aquellas que nos hacen quedar como elegantes o bien paradas.
¿Y cuándo la ilusión de lo autobiográfico se vuelve contraproducente?
Yo sé hasta qué punto estoy exagerando, mis amigos que van a verme saben hasta qué punto estoy diciendo algo literalmente o no y el público a lo mejor piensa que es todo así como lo digo. Entonces corro el riesgo de que la gente piense que son una amargada, una pobre infeliz. Me ha pasado al final de shows que la gente me invite a salir o gente que me diga: “Estás muy sola. Te invito a comer con nosotros”...
Te hacemos sentir en familia...
(Risas) Eso es bueno porque significa que uno hizo bien su trabajo, aunque tenga que estar aclarando varias cosas. Yo siempre tengo que estar aclarando que no soy hija de Zamba Quipildor, a raíz de un chiste que hice en un monólogo y que resultó creíble y quedó. El juego este del humor está también en arriesgarse a eso.
¿De dónde surge tu amor por la comunicación radiofónica?
Amo la radio porque puedo improvisar mis pavadas frente a mucha gente, sin correr el riesgo de que esa gente me tire con algo. Hace cinco años me recuerdo que acostumbraba participar en las consignas de un programa de radio. Un día me gané una cena y cuando fui a buscar mi premio los conductores me invitaron a participar del programa, porque les parecí buena onda y les gustó mi voz. Con el tiempo se desocupó un espacio en la grilla y empecé mi propio programa. Hice algo de tele y escribí columnas. Hace un año conduzco “Sicarios” por Radio Mitre Salta, de lunes a viernes a las 14 por la 93.3, y ese es uno de los trabajos que más disfruto hacer.
¿Por qué vale la pena comunicar?
Porque en casa ya nadie me da bola.
¿Por qué vale la pena hacer reír?
No pienso mucho en si vale la pena, aun si no valiera la pena lo haría lo mismo, porque es lo que me sale. La risa del público es de lo más gratificante, pero tengo, ante todo, la necesidad de hacerme reír a mí misma. Ya es como un reflejo, un recurso natural para disfrutar la vida y para sobrellevar la realidad. Por otro lado, cuando te enterás de que en la radio le hacés compañía a gente que está muy sola, a gente que necesita reírse, o alguien te cuenta que te lee todos los días en las redes sociales o que se rio tanto en uno de nuestros shows que llegó a dolerle la cara, me dan ganas de no dejar de hacerlo nunca.
A pesar de la pasión, hay días en que cuesta hacer reír...
Hay días en los que me cuesta mucho hacer reír, porque me rompieron el corazón o me cortaron el teléfono por falta de pago. Pero, mágicamente, esos son los días en que más cosas se me ocurren. Puede ser el tema del día, algo que vi, algo que me pasó a mí, siempre hay algo. El humor en realidad está dentro de uno. Hay mucha gente pesimista y quejumbrosa desparramando sus porquerías mentales en Facebook, en la calle, en la vida. Y un toque de humor siempre sana, una carcajada a la mañana te puede cambiar el resto del día, o te alivia el pecho cuando estás cargado o angustiado. Soy consciente de eso y busco ser constante al generar humor en todos los medios que tenga a mi alcance.
Sé que participás de eventos solidarios. ¿Qué problemas sociales te conmueven?
Me conmueven los problemas por los que puedo hacer algo. Igual, creo que conmoverse no es solo ponerse triste y sentir pena por alguien que la pasa mal y acercarle un alimento no perecedero, sino comprometerse a opinar, generar conciencia, provocar una reflexión, hacer una crítica social o llevar alegría.
¿Qué le agradecés al humor?
El humor me hizo conocer gente, lugares, tener más confianza y seguridad para hablar, perder el miedo, ser más desfachatada, buscar intencionalmente el humor en todo. Eso me sirve en el escenario, pero el valor que tuvo en mi vida personal, es inmenso. El humor, literalmente, me salvó.





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