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Sara Facio: Siempre he querido ser testigo de mi tiempo

Domingo, 03 de agosto de 2014 00:52
Paradójicamente, lo extraordinario a veces no es grandilocuente. Y también, contrariamente a lo que indica el sentido común, las rebeldías pueden ser silenciosas. Sara Facio lo demostró con su fotografía instantánea, sin grandes puestas de luces ni retoques; retratos en riguroso blanco y negro que se han convertido con el paso del tiempo en íconos de una generación. Y lo demostró también con su actitud ante la vida, marcada siempre por la serena libertad de darle rienda suelta a sus pasiones. Así, por ejemplo, Sara Facio se propuso hacer un libro de fotografías de escritores latinoamericanos y recorrió miles de kilómetros por una imagen de Julio Cortázar. Con su juventud y su osadía a cuestas se presentó un día en el departamento del escritor, en París, con su colega Alicia D'Amico, y lo conquistó para siempre (como artista y amiga). Hubo mucha rebeldía en la elección de los personajes que fotografió en la década del 70. Y tocarle la puerta a Neruda en su Isla Negra, sin que él ni siquiera hubiese escuchado hablar de ella (una principiante), le demandó hasta cierto grado de desparpajo.
Facio le puso además el pecho a la intransigencia de una sociedad como la porteña, donde la fotografía "era cosa de hombres", y al desafío de darle rostro a decenas de escritores que, en la mayoría de los casos, aún eran desconocidos para el gran público. Sara los elegía -además de por su amor a la literatura- porque eran los personajes "más difíciles de retratar". "Por ejemplo, ¿cómo se hace una foto de Borges -se preguntaba retóricamente- que ni te ve, ni te mira, ni le importa?".
Otra forma de rebeldía fue elegir hacer primordialmente fotografías en blanco y negro: "La primera manera que tiene el fotógrafo de diferenciarse de la realidad o de no reflejarla mecánicamente, sino de forma subjetiva, es usando el blanco y negro. Nada más lejos de lo real que el blanco y negro. La negación del color es la primera rebelión del fotógrafo", respondió la artista ante esta predilección.
El resultado de tanta determinación: no se puede concebir hoy la fotografía argentina sin Sara Facio. Con su lente y con su mirada perspicaz retrató el alma de una sociedad y de sus personajes más icónicos. Borges, Sábato, Octavio Paz, Leopoldo Marechal, García Márquez, Alejandra Pizarnik y muchos más fueron inmortalizados por su cámara. Muchas de esas obras integran la muestra Retrospectiva, que permanecerá montada en el Museo de Arte Contemporáneo de Salta hasta fin de mes, en el marco del Festival de la Luz 2014.
"Es una muestra antológica, hay fotos de casi todas las series en las que trabajé en mis más de 50 años de carrera. En especial incluye retratos de escritores, algunos de los cuales en estos momentos están muy vigentes porque es el centenario de Cortázar, de Octavio Paz, de Nicanor Parra, que es el único que sigue vivo. El último escritor que tomé fue Alan Pauls. Después hay una serie bastante importante de mis reportajes sobre la llegada del general Perón, en 1972, y sobre su muerte, en 1974. Luego hay fotos un poco más personales, de la serie Autorretratos y Retratos. Los autorretratos ahora están muy de moda, pero en los años 60 no eran tan usuales", resume Sara en diálogo telefónico con El Tribuno.

La serie de Escritores Latinoamericanos comenzó en 1960 y finalizó cerca de 2005. ¿Qué es lo que tenía que tener un tema para que a usted la apasionara tanto al punto de seguirlo por tanto tiempo?
Primero, siempre tuve una gran atracción por el retrato. En fotografía siempre me interesó expresar el elemento humano, la gente. Y además tuve siempre una gran atracción por los escritores, porque me parecía que, comparados con otras profesiones, era mucho más difícil llegar a interpretarlos. Uno cree conocerlos por los libros que ha leído de ellos. Por ejemplo, cuando fui a tomarle fotografías a Cortázar, yo tenía la imagen del personaje de Rayuela. A él no lo conocía, nunca lo había visto. No había fotos de Cortázar en ese momento, al revés de ahora.

¿Era lectora de Cortázar antes de conocerlo en persona?
Sí, absolutamente. La serie de los escritores no fue pedido por ninguna editorial ni por ninguna empresa. Fue una necesidad mía y de mi socia en ese momento, Alicia D' Amico. habíamos decidido tomarle fotos a los escritores que nos gustaban, por haberlos leído y por admirarlos. No los conocíamos en persona, y ellos menos a nosotras, que recién empezábamos.

Parece que las dos tenían gran poder de convencimiento. Neruda hasta las recibió en su casa...
Sí, en realidad, en ese momento, el único muy conocido era Neruda. Los escritores argentinos eran conocidos pero sólo en el ámbito cultural. El gran público todavía no sabía mucho de ellos.

Eran contemporáneos de ustedes y muchos de ellos aún no tenían estatura de mitos...
Por supuesto. Hay algunos de todos esos que tomamos que hoy día serían inaccesibles, sobre todo para un fotógrafo que recién empieza. A lo mejor a Cartier Bresson le dirían que sí. Es muy difícil que un artista le abra las puertas de su estudio o de su casa a un fotógrafo que recién comienza. Y que para colmo es mujer. Yo nunca pensé, cuando tomé esas fotografías, que estaba poniendo mi sello. Ahora me lo dicen muchas personas y observadores que en mis obras se nota una relación muy grande entre el fotógrafo y el fotografiado. Pero francamente, lo único que yo quería siempre era hacer un buen retrato. Me fui dando cuenta de que mis fotos tendían a capturar cierta esencia. Ya sea una señora sentada en la puerta de su casa, tomando mate, o un gran caballero con sombrero orión.
Sabemos que vivimos en la civilización de la imagen, pero ¿cuáles son las que realmente perduran?
Las que perduran son las imágenes que tienen algo más que una superficie bonita o macabra; las que le dicen algo al espectador; las que trascienden o dejan un mensaje más profundo. Creo que es así, porque desde que nos levantamos hasta que nos acostamos estamos invadidos por imágenes de todo tipo. Pero hay que ver al final del día qué quedó de todo eso.

Cuando al pintor Diego Velázquez lo consultaban sobre su famosa obra, Las Meninas, decía: "No me pregunten por la infanta, ni por el perro, ni por la enana. Sólo pinto el aire que hay entre ellos". Ese "aire" se podría equiparar al "aura" que a veces se encuentra en algunas de sus fotografías...
Me alegra que lo sienta así. Siempre digo que cuando hago retratos trato de transmitir lo que es el personaje, pero no en lo exterior solamente, sino en lo más íntimo, en el ser. Si a veces lo logro, me gusta que los espectadores lo perciban.
Quien hace un retrato tiene que apuntar a eso y no sólo a que la foto sea técnicamente correcta, que esté a foco o que tenga una luz especial.
Las fotos de Facio integran nuestro imaginario. Hay rostros y personajes que han pasado a la historia tras haberse encontrado con su cámara. Pero esos retratos indelebles no fueron el resultado de un encuentro fortuito o momentáneo. Son, por el contrario, fruto de un acercamiento paulatino que logró Facio con esos personajes, producto de una profunda admiración. Varios de esos retratos se convirtieron en íconos mediáticos. Fue el caso de la fotografía donde Julio Cortázar aparece con el "pucho" apagado entre los labios, la mirada fija en la cámara y el cuello del sobretodo levantado al estilo Humphrey Bogart.
Sara Facio
¿Es necesario un acercamiento previo con el personaje retratado?
En el caso de los escritores sí, porque es la característica de ellos: les gusta la palabra. Entonces si uno se acerca a un escritor, sea Cortázar, Sábato o García Márquez, y le habla de sus libros y de sus personajes, obviamente que entran enseguida.

Usted tenía un bagaje que le abría muchas puertas...
Sí, yo creo que era eso. A García Márquez, por ejemplo, apenas lo conocimos le contamos que habíamos leído Cien años de soledad y que estábamos fascinadas con los personajes, los escenarios... Y claro, él se quedó encantado de estar con dos chicas que lo habían leído a fondo. Además el libro todavía no había salido. Gabo había llegado a Buenos Aires a firmar recién el contrato con la editorial Sudamericana para publicarlo. Nosotras habíamos hecho el libro fotográfico "Buenos Aires Buenos Aires" (con textos de Cortázar) con el sello y el gerente general nos propuso que le tomáramos fotos a Gabo para nuestra serie de escritores latinoamericanos. Le dijimos que sí, claro, pero le pedimos que nos diera el manuscrito para saber más acerca de él. Yo me acuerdo que leí Cien años de soledad en una noche. No dormí. Era algo totalmente diferente a todo lo que había leído hasta entonces.

Se dice que el artista debe proponerse ser testigo de su tiempo, ¿usted lo siente así?
Sí, siempre he querido ser testigo de mi tiempo y es por lo que me gusta tanto la fotografía. La foto que yo tomo hoy no es de ayer ni de mañana, es de hoy. Y cuando mañana se vea, van a ver cómo eran los años 60, 70, 80... Tomé unas cuantas décadas.

¿Sigue haciendo fotografías?
No, ya no. No tomo fotos, pero estoy todo el tiempo trabajando con fotografías, haciendo libros, curaciones. Siento mucho placer al ver que hay gente joven que sigue haciendo buenas fotos.

¿Cuándo tuvo su primera cámara?
Cuando era muy chica, escolar. Tendría 8 o 10 años. Mi familia tenía una isla en El Tigre y todo lo que había en la casa yo lo tomaba como mío. A esa edad no tenía el sentido de propiedad que existe cuando uno es mayor. Entonces solía llevarme una cámara que había en la casa y tomaba muchas fotos en esa isla. Seguí haciéndolo cuando era estudiante de secundario. Tengo muchas fotos de mis compañeras. Todo el tiempo tomaba fotos.

En un momento dejó de interesarle el paisaje e hizo foco en las personas...
El paisaje nunca me atrajo especialmente, siempre me gustó tomar a la gente. Creo que el paisaje es tan extraordinario que no se puede captar con una cámara. Al menos yo no puedo; hay fotógrafos que sí. Yo no he podido nunca trasladar a una fotografía la magnificencia que veo. Tengo muchas fotos de paisajes hermosos de Salta, pero no creo que en ellas haya podido mostrar tanta maravilla.

EN RETROSPECTIVA
Sara Facio resume una personalidad multifacética en el campo de la fotografía: es, además de una de las más significativas autoras que marcó un período importante de la fotografía argentina, editora, crítica, curadora y periodista especializada. Nacida en 1932, se graduó en la Escuela Nacional de Bellas Artes y se inició en fotografía en 1958, como ellas misma recuerda "en Europa, Estados Unidos y en el Estudio de Annemarie Heinrich".
Tres hitos ineludibles marcan su prolífica trayectoria: haber sido una de las creadoras en 1973 de la editorial La Azotea, dedicada a mostrar y comentar la obra de autores latinoamericanos; ser miembro fundador del Consejo Argentino de Fotografía en 1978 y, en 1985, crear la Fotogalería del Teatro Municipal General San Martín.
Desde 1968, cuando realizó "Buenos Aires, Buenos Aires", junto con Alicia D'Amico y textos de Julio Cortázar, ha publicado más de 15 libros personales y otros tantos de recopilaciones, selecciones y reseñas históricas en Argentina, España y México. El último es el dedicado a María Elena Walsh ("Retratos de una artista libre"). Una obra tan vasta ha merecido también varios e importantes reconocimientos, además de la valoración del público: en 1991 le otorgaron la Medalla de los XXII Encuentros Internacionales de Arles; 1992 el Konex de Platino por ser considerada la figura fotográfica de la década; en 1993 el Premio al Mejor Libro de América Latina, dado por la Confederación Latinoamericana de la Industria Gráfica; el Foto Club Buenos Aires le otorgó una Pirámide por la trayectoria, además de ser galardonada por la Cámara Argentina de Publicaciones.




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Paradójicamente, lo extraordinario a veces no es grandilocuente. Y también, contrariamente a lo que indica el sentido común, las rebeldías pueden ser silenciosas. Sara Facio lo demostró con su fotografía instantánea, sin grandes puestas de luces ni retoques; retratos en riguroso blanco y negro que se han convertido con el paso del tiempo en íconos de una generación. Y lo demostró también con su actitud ante la vida, marcada siempre por la serena libertad de darle rienda suelta a sus pasiones. Así, por ejemplo, Sara Facio se propuso hacer un libro de fotografías de escritores latinoamericanos y recorrió miles de kilómetros por una imagen de Julio Cortázar. Con su juventud y su osadía a cuestas se presentó un día en el departamento del escritor, en París, con su colega Alicia D'Amico, y lo conquistó para siempre (como artista y amiga). Hubo mucha rebeldía en la elección de los personajes que fotografió en la década del 70. Y tocarle la puerta a Neruda en su Isla Negra, sin que él ni siquiera hubiese escuchado hablar de ella (una principiante), le demandó hasta cierto grado de desparpajo.
Facio le puso además el pecho a la intransigencia de una sociedad como la porteña, donde la fotografía "era cosa de hombres", y al desafío de darle rostro a decenas de escritores que, en la mayoría de los casos, aún eran desconocidos para el gran público. Sara los elegía -además de por su amor a la literatura- porque eran los personajes "más difíciles de retratar". "Por ejemplo, ¿cómo se hace una foto de Borges -se preguntaba retóricamente- que ni te ve, ni te mira, ni le importa?".
Otra forma de rebeldía fue elegir hacer primordialmente fotografías en blanco y negro: "La primera manera que tiene el fotógrafo de diferenciarse de la realidad o de no reflejarla mecánicamente, sino de forma subjetiva, es usando el blanco y negro. Nada más lejos de lo real que el blanco y negro. La negación del color es la primera rebelión del fotógrafo", respondió la artista ante esta predilección.
El resultado de tanta determinación: no se puede concebir hoy la fotografía argentina sin Sara Facio. Con su lente y con su mirada perspicaz retrató el alma de una sociedad y de sus personajes más icónicos. Borges, Sábato, Octavio Paz, Leopoldo Marechal, García Márquez, Alejandra Pizarnik y muchos más fueron inmortalizados por su cámara. Muchas de esas obras integran la muestra Retrospectiva, que permanecerá montada en el Museo de Arte Contemporáneo de Salta hasta fin de mes, en el marco del Festival de la Luz 2014.
"Es una muestra antológica, hay fotos de casi todas las series en las que trabajé en mis más de 50 años de carrera. En especial incluye retratos de escritores, algunos de los cuales en estos momentos están muy vigentes porque es el centenario de Cortázar, de Octavio Paz, de Nicanor Parra, que es el único que sigue vivo. El último escritor que tomé fue Alan Pauls. Después hay una serie bastante importante de mis reportajes sobre la llegada del general Perón, en 1972, y sobre su muerte, en 1974. Luego hay fotos un poco más personales, de la serie Autorretratos y Retratos. Los autorretratos ahora están muy de moda, pero en los años 60 no eran tan usuales", resume Sara en diálogo telefónico con El Tribuno.

La serie de Escritores Latinoamericanos comenzó en 1960 y finalizó cerca de 2005. ¿Qué es lo que tenía que tener un tema para que a usted la apasionara tanto al punto de seguirlo por tanto tiempo?
Primero, siempre tuve una gran atracción por el retrato. En fotografía siempre me interesó expresar el elemento humano, la gente. Y además tuve siempre una gran atracción por los escritores, porque me parecía que, comparados con otras profesiones, era mucho más difícil llegar a interpretarlos. Uno cree conocerlos por los libros que ha leído de ellos. Por ejemplo, cuando fui a tomarle fotografías a Cortázar, yo tenía la imagen del personaje de Rayuela. A él no lo conocía, nunca lo había visto. No había fotos de Cortázar en ese momento, al revés de ahora.

¿Era lectora de Cortázar antes de conocerlo en persona?
Sí, absolutamente. La serie de los escritores no fue pedido por ninguna editorial ni por ninguna empresa. Fue una necesidad mía y de mi socia en ese momento, Alicia D' Amico. habíamos decidido tomarle fotos a los escritores que nos gustaban, por haberlos leído y por admirarlos. No los conocíamos en persona, y ellos menos a nosotras, que recién empezábamos.

Parece que las dos tenían gran poder de convencimiento. Neruda hasta las recibió en su casa...
Sí, en realidad, en ese momento, el único muy conocido era Neruda. Los escritores argentinos eran conocidos pero sólo en el ámbito cultural. El gran público todavía no sabía mucho de ellos.

Eran contemporáneos de ustedes y muchos de ellos aún no tenían estatura de mitos...
Por supuesto. Hay algunos de todos esos que tomamos que hoy día serían inaccesibles, sobre todo para un fotógrafo que recién empieza. A lo mejor a Cartier Bresson le dirían que sí. Es muy difícil que un artista le abra las puertas de su estudio o de su casa a un fotógrafo que recién comienza. Y que para colmo es mujer. Yo nunca pensé, cuando tomé esas fotografías, que estaba poniendo mi sello. Ahora me lo dicen muchas personas y observadores que en mis obras se nota una relación muy grande entre el fotógrafo y el fotografiado. Pero francamente, lo único que yo quería siempre era hacer un buen retrato. Me fui dando cuenta de que mis fotos tendían a capturar cierta esencia. Ya sea una señora sentada en la puerta de su casa, tomando mate, o un gran caballero con sombrero orión.
Sabemos que vivimos en la civilización de la imagen, pero ¿cuáles son las que realmente perduran?
Las que perduran son las imágenes que tienen algo más que una superficie bonita o macabra; las que le dicen algo al espectador; las que trascienden o dejan un mensaje más profundo. Creo que es así, porque desde que nos levantamos hasta que nos acostamos estamos invadidos por imágenes de todo tipo. Pero hay que ver al final del día qué quedó de todo eso.

Cuando al pintor Diego Velázquez lo consultaban sobre su famosa obra, Las Meninas, decía: "No me pregunten por la infanta, ni por el perro, ni por la enana. Sólo pinto el aire que hay entre ellos". Ese "aire" se podría equiparar al "aura" que a veces se encuentra en algunas de sus fotografías...
Me alegra que lo sienta así. Siempre digo que cuando hago retratos trato de transmitir lo que es el personaje, pero no en lo exterior solamente, sino en lo más íntimo, en el ser. Si a veces lo logro, me gusta que los espectadores lo perciban.
Quien hace un retrato tiene que apuntar a eso y no sólo a que la foto sea técnicamente correcta, que esté a foco o que tenga una luz especial.
Las fotos de Facio integran nuestro imaginario. Hay rostros y personajes que han pasado a la historia tras haberse encontrado con su cámara. Pero esos retratos indelebles no fueron el resultado de un encuentro fortuito o momentáneo. Son, por el contrario, fruto de un acercamiento paulatino que logró Facio con esos personajes, producto de una profunda admiración. Varios de esos retratos se convirtieron en íconos mediáticos. Fue el caso de la fotografía donde Julio Cortázar aparece con el "pucho" apagado entre los labios, la mirada fija en la cámara y el cuello del sobretodo levantado al estilo Humphrey Bogart.
Sara Facio
¿Es necesario un acercamiento previo con el personaje retratado?
En el caso de los escritores sí, porque es la característica de ellos: les gusta la palabra. Entonces si uno se acerca a un escritor, sea Cortázar, Sábato o García Márquez, y le habla de sus libros y de sus personajes, obviamente que entran enseguida.

Usted tenía un bagaje que le abría muchas puertas...
Sí, yo creo que era eso. A García Márquez, por ejemplo, apenas lo conocimos le contamos que habíamos leído Cien años de soledad y que estábamos fascinadas con los personajes, los escenarios... Y claro, él se quedó encantado de estar con dos chicas que lo habían leído a fondo. Además el libro todavía no había salido. Gabo había llegado a Buenos Aires a firmar recién el contrato con la editorial Sudamericana para publicarlo. Nosotras habíamos hecho el libro fotográfico "Buenos Aires Buenos Aires" (con textos de Cortázar) con el sello y el gerente general nos propuso que le tomáramos fotos a Gabo para nuestra serie de escritores latinoamericanos. Le dijimos que sí, claro, pero le pedimos que nos diera el manuscrito para saber más acerca de él. Yo me acuerdo que leí Cien años de soledad en una noche. No dormí. Era algo totalmente diferente a todo lo que había leído hasta entonces.

Se dice que el artista debe proponerse ser testigo de su tiempo, ¿usted lo siente así?
Sí, siempre he querido ser testigo de mi tiempo y es por lo que me gusta tanto la fotografía. La foto que yo tomo hoy no es de ayer ni de mañana, es de hoy. Y cuando mañana se vea, van a ver cómo eran los años 60, 70, 80... Tomé unas cuantas décadas.

¿Sigue haciendo fotografías?
No, ya no. No tomo fotos, pero estoy todo el tiempo trabajando con fotografías, haciendo libros, curaciones. Siento mucho placer al ver que hay gente joven que sigue haciendo buenas fotos.

¿Cuándo tuvo su primera cámara?
Cuando era muy chica, escolar. Tendría 8 o 10 años. Mi familia tenía una isla en El Tigre y todo lo que había en la casa yo lo tomaba como mío. A esa edad no tenía el sentido de propiedad que existe cuando uno es mayor. Entonces solía llevarme una cámara que había en la casa y tomaba muchas fotos en esa isla. Seguí haciéndolo cuando era estudiante de secundario. Tengo muchas fotos de mis compañeras. Todo el tiempo tomaba fotos.

En un momento dejó de interesarle el paisaje e hizo foco en las personas...
El paisaje nunca me atrajo especialmente, siempre me gustó tomar a la gente. Creo que el paisaje es tan extraordinario que no se puede captar con una cámara. Al menos yo no puedo; hay fotógrafos que sí. Yo no he podido nunca trasladar a una fotografía la magnificencia que veo. Tengo muchas fotos de paisajes hermosos de Salta, pero no creo que en ellas haya podido mostrar tanta maravilla.

EN RETROSPECTIVA
Sara Facio resume una personalidad multifacética en el campo de la fotografía: es, además de una de las más significativas autoras que marcó un período importante de la fotografía argentina, editora, crítica, curadora y periodista especializada. Nacida en 1932, se graduó en la Escuela Nacional de Bellas Artes y se inició en fotografía en 1958, como ellas misma recuerda "en Europa, Estados Unidos y en el Estudio de Annemarie Heinrich".
Tres hitos ineludibles marcan su prolífica trayectoria: haber sido una de las creadoras en 1973 de la editorial La Azotea, dedicada a mostrar y comentar la obra de autores latinoamericanos; ser miembro fundador del Consejo Argentino de Fotografía en 1978 y, en 1985, crear la Fotogalería del Teatro Municipal General San Martín.
Desde 1968, cuando realizó "Buenos Aires, Buenos Aires", junto con Alicia D'Amico y textos de Julio Cortázar, ha publicado más de 15 libros personales y otros tantos de recopilaciones, selecciones y reseñas históricas en Argentina, España y México. El último es el dedicado a María Elena Walsh ("Retratos de una artista libre"). Una obra tan vasta ha merecido también varios e importantes reconocimientos, además de la valoración del público: en 1991 le otorgaron la Medalla de los XXII Encuentros Internacionales de Arles; 1992 el Konex de Platino por ser considerada la figura fotográfica de la década; en 1993 el Premio al Mejor Libro de América Latina, dado por la Confederación Latinoamericana de la Industria Gráfica; el Foto Club Buenos Aires le otorgó una Pirámide por la trayectoria, además de ser galardonada por la Cámara Argentina de Publicaciones.




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