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Las manos de los niños de Poscaya moldean con arcilla su pasado

Domingo, 04 de octubre de 2015 00:00
Las alumnas Maricel Chauque y Tatiana Cayo, junto a la maestra Claudia Corrillo, presentaron el trabajo de alfarería.
El color de la tierra se confunde con las pequeñas manos que la moldean y, despacito, va tomando formas simples que por sí mismas hablan de nuestra ancestral cultura.
Son los 14 niños de la escuela primaria 4456 de Poscaya (en Nazareno, departamento Santa Victoria), quienes con su trabajo "Manos de arcilla" buscan recuperar la auténtica artesanía de esta región del Qollasuyo.
Recipientes y diferentes tipos de cuencos o bols que se vienen utilizando para la cocina, fueron perdiendo a través del tiempo los detalles ornamentales, pero son ahora las nuevas generaciones las que están empeñadas en revalorizar la cerámica que usaron sus antepasados. El proyecto es pretencioso, pero sobre todo exige un esfuerzo único: fabricar la propia arcilla, porque no es un elemento propio de la zona.
Padres, abuelos, artesanos y la auxiliar bilinge Claudia Corrillo, participan de esta iniciativa que fue una atracción en la reciente Feria Nacional de Ciencias escolar que se realizó en la Capital a principios de mes.
La maestra es quien impulsó especialmente la idea y, a partir del relato de los más ancianos y de la búsqueda de utensilios y cacharros que muchos aún conservan, comenzó una tarea ardua que se divide en tres partes: elaborar la arcilla, fabricar los recipientes y, más adelante, decorarlos con las imágenes y los tintes tal como se hacía antaño.
Reaprender lo propio
Es la abuela Catalina Ibarra y Fernández Tolaba, ambos artesanos que aportan los conocimientos y las técnicas. "No hay documentación ni bibliografía sobre las artesanías originarias en Poscaya y Nazareno, pero a través de nuestros viejos podemos recapitular muchos datos para volver a lo propio", explica Claudia Corrillo, quien es profesora en educación artística.
La docente pone el acento en que, como no existe la arcilla en la zona, deben fabricarla. "Salimos a los cerros en busca de la pirca, un tipo de laja que tienen tonalidades verde, celeste y violeta. Encontramos esta última en San Marcos, a 45 minutos en vehículo desde Poscaya, y la llevamos a la escuela para el secado, como nos enseñó Fernández Tolaba. De Poscaya sacamos barro colorado picando el cerro y lo recolectamos en bolsas. Ya en la escuela, comenzamos a moler con piedras redondas y lo que queda con la textura más fina es el material que servirá para fabricar los cuencos. Posteriormente, mezclamos las dos materias en iguales cantidades y logramos la arcilla, cuya tonalidad seca es el marrón anaranjado.
Armado y secado al sol
Todo es manual. No hay tornos ni horno alfarero. Las piezas se elaboran con la presión de las manos, unas pequeñas cucharas y prolijos trozos de madera y piedra para lijar y pulir.
Con la forma y tamaño elegidos, comienzan a secarse al sol y cuando no quedan vestigios de humedad, nuevamente se pasará la piedra para alisarlas completamente. Como penúltimo paso, una fina capa de barro colorado recubrirá el trabajo y durante dos días volverá a exponerse al calor del sol.
El paso final para la cocción definitiva se realiza en un pequeño corral hecho de piedras. Allí se ubican las piezas fabricadas, se cubren totalmente con bosta de burro, de vaca y tara. Esto último es la bosta de la oveja, que durante el período de lluvias se encierran en corrales y con sus propias pisadas muelen los desechos. Ese guano se seca y la gente lo corta en paneles ideales para hacer fuego, ya que en la zona no hay leña. Cubiertas las vasijas y ollas con ese material, se enciende y se logra una cocción completa.
"Las guardas, motivos y pátinas antiguos vamos a agregarlos a partir de ahora, según la investigación que hicimos sobre los diseños. Este proceso recién empieza, pero pretendemos lograr artesanías auténticas el año próximo y hasta se podrán comercializar en festivales del interior y también en la Capital, lo que abrirá una fuente laboral y turística importante para la zona", concluye la docente.
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El color de la tierra se confunde con las pequeñas manos que la moldean y, despacito, va tomando formas simples que por sí mismas hablan de nuestra ancestral cultura.
Son los 14 niños de la escuela primaria 4456 de Poscaya (en Nazareno, departamento Santa Victoria), quienes con su trabajo "Manos de arcilla" buscan recuperar la auténtica artesanía de esta región del Qollasuyo.
Recipientes y diferentes tipos de cuencos o bols que se vienen utilizando para la cocina, fueron perdiendo a través del tiempo los detalles ornamentales, pero son ahora las nuevas generaciones las que están empeñadas en revalorizar la cerámica que usaron sus antepasados. El proyecto es pretencioso, pero sobre todo exige un esfuerzo único: fabricar la propia arcilla, porque no es un elemento propio de la zona.
Padres, abuelos, artesanos y la auxiliar bilinge Claudia Corrillo, participan de esta iniciativa que fue una atracción en la reciente Feria Nacional de Ciencias escolar que se realizó en la Capital a principios de mes.
La maestra es quien impulsó especialmente la idea y, a partir del relato de los más ancianos y de la búsqueda de utensilios y cacharros que muchos aún conservan, comenzó una tarea ardua que se divide en tres partes: elaborar la arcilla, fabricar los recipientes y, más adelante, decorarlos con las imágenes y los tintes tal como se hacía antaño.
Reaprender lo propio
Es la abuela Catalina Ibarra y Fernández Tolaba, ambos artesanos que aportan los conocimientos y las técnicas. "No hay documentación ni bibliografía sobre las artesanías originarias en Poscaya y Nazareno, pero a través de nuestros viejos podemos recapitular muchos datos para volver a lo propio", explica Claudia Corrillo, quien es profesora en educación artística.
La docente pone el acento en que, como no existe la arcilla en la zona, deben fabricarla. "Salimos a los cerros en busca de la pirca, un tipo de laja que tienen tonalidades verde, celeste y violeta. Encontramos esta última en San Marcos, a 45 minutos en vehículo desde Poscaya, y la llevamos a la escuela para el secado, como nos enseñó Fernández Tolaba. De Poscaya sacamos barro colorado picando el cerro y lo recolectamos en bolsas. Ya en la escuela, comenzamos a moler con piedras redondas y lo que queda con la textura más fina es el material que servirá para fabricar los cuencos. Posteriormente, mezclamos las dos materias en iguales cantidades y logramos la arcilla, cuya tonalidad seca es el marrón anaranjado.
Armado y secado al sol
Todo es manual. No hay tornos ni horno alfarero. Las piezas se elaboran con la presión de las manos, unas pequeñas cucharas y prolijos trozos de madera y piedra para lijar y pulir.
Con la forma y tamaño elegidos, comienzan a secarse al sol y cuando no quedan vestigios de humedad, nuevamente se pasará la piedra para alisarlas completamente. Como penúltimo paso, una fina capa de barro colorado recubrirá el trabajo y durante dos días volverá a exponerse al calor del sol.
El paso final para la cocción definitiva se realiza en un pequeño corral hecho de piedras. Allí se ubican las piezas fabricadas, se cubren totalmente con bosta de burro, de vaca y tara. Esto último es la bosta de la oveja, que durante el período de lluvias se encierran en corrales y con sus propias pisadas muelen los desechos. Ese guano se seca y la gente lo corta en paneles ideales para hacer fuego, ya que en la zona no hay leña. Cubiertas las vasijas y ollas con ese material, se enciende y se logra una cocción completa.
"Las guardas, motivos y pátinas antiguos vamos a agregarlos a partir de ahora, según la investigación que hicimos sobre los diseños. Este proceso recién empieza, pero pretendemos lograr artesanías auténticas el año próximo y hasta se podrán comercializar en festivales del interior y también en la Capital, lo que abrirá una fuente laboral y turística importante para la zona", concluye la docente.
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