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Lo que no debería negarse: la dignidad

Sabado, 07 de noviembre de 2015 18:31
Antonio Salgado atiende a una niña en Olacapato. Federico Medaa
La Puna nos recibe casi de noche, con su eterno viento, pero con la amabilidad y sencillez de su gente. El martes salimos temprano hacia Olacapato y Salar de Pocitos, donde su gente aporta el color. En su rostro anida el tiempo y en sus manos se ven las huellas de sobrevivir no sólo a la inclemencia, sino al olvido de una patria concentrada en otros lugares.
Besar las mejillas de los niños curtidas por ese sol implacable, sentir en cada uno la mirada tímida, temerosa y llena de preguntas, nos confronta con la profunda realidad de aquellos a quienes la vida y las circunstancias poco les ofrecen. Antes que profesionales, en cuyo rol emprendimos esta propuesta, somos mujeres y madres, y es ahí en donde cala hondo esta vivencia; sentir que los ojos se nos desbordan de lágrimas al ver la inmensa alegría de estos pequeños al recibir un juguete; es el profundo enojo e impotencia que provoca constatar lo poco que se hace por ellos cuando es tanto lo que se debe y se puede hacer. Poder abrazar a esas madres esforzadas, luchadoras, pero a quienes en muchos casos se las ha privado de la educación necesaria para poder sentirse fuertes ante las carencias, fortalece el compromiso de saber que aquellos quienes si tuvimos esas oportunidades en la vida, no podemos dar la espalda. Fueron sólo dos días, pero con una intensidad tan profunda que hasta aquellos que pensaban que esto solo sería una experiencia más, fueron transformados existencialmente. En las tres localidades que visitamos tuvimos oportunidad de evaluar a niños y adolescentes. Las madres se acercan a consultar si sus hijos son "normales". La casi totalidad de los niños evaluados no cumplen con las pautas de desarrollo. Presentan significativos trastornos de aprendizaje y de lenguaje. Nos encontramos con algunos niños mal diagnosticados, por ejemplo un niño derivado a psiquiatría por un supuesto caso de autismo cuando en realidad es un retraso madurativo; o una niña cuya mamá refiere crisis convulsivas y a la que se le dijo que su hija no tiene nada. En algunos casos se gestionó la posibilidad de atención en Salta.
Volvimos invadidos de sensaciones, con el alma llena de estas vivencias, con las retinas plagadas de esos profundos ojos negros que sucesivamente nos atravesaron pidiendo respuestas y con la certeza de saber que sólo si volvemos podemos mostrarles que no siempre es olvido, que no siempre son esperanzas vacías y frustradas. Que sientan que su voz milenaria y silenciada se multiplica como eco para recibir lo que nunca debería habérsele negado: su dignidad.

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La Puna nos recibe casi de noche, con su eterno viento, pero con la amabilidad y sencillez de su gente. El martes salimos temprano hacia Olacapato y Salar de Pocitos, donde su gente aporta el color. En su rostro anida el tiempo y en sus manos se ven las huellas de sobrevivir no sólo a la inclemencia, sino al olvido de una patria concentrada en otros lugares.
Besar las mejillas de los niños curtidas por ese sol implacable, sentir en cada uno la mirada tímida, temerosa y llena de preguntas, nos confronta con la profunda realidad de aquellos a quienes la vida y las circunstancias poco les ofrecen. Antes que profesionales, en cuyo rol emprendimos esta propuesta, somos mujeres y madres, y es ahí en donde cala hondo esta vivencia; sentir que los ojos se nos desbordan de lágrimas al ver la inmensa alegría de estos pequeños al recibir un juguete; es el profundo enojo e impotencia que provoca constatar lo poco que se hace por ellos cuando es tanto lo que se debe y se puede hacer. Poder abrazar a esas madres esforzadas, luchadoras, pero a quienes en muchos casos se las ha privado de la educación necesaria para poder sentirse fuertes ante las carencias, fortalece el compromiso de saber que aquellos quienes si tuvimos esas oportunidades en la vida, no podemos dar la espalda. Fueron sólo dos días, pero con una intensidad tan profunda que hasta aquellos que pensaban que esto solo sería una experiencia más, fueron transformados existencialmente. En las tres localidades que visitamos tuvimos oportunidad de evaluar a niños y adolescentes. Las madres se acercan a consultar si sus hijos son "normales". La casi totalidad de los niños evaluados no cumplen con las pautas de desarrollo. Presentan significativos trastornos de aprendizaje y de lenguaje. Nos encontramos con algunos niños mal diagnosticados, por ejemplo un niño derivado a psiquiatría por un supuesto caso de autismo cuando en realidad es un retraso madurativo; o una niña cuya mamá refiere crisis convulsivas y a la que se le dijo que su hija no tiene nada. En algunos casos se gestionó la posibilidad de atención en Salta.
Volvimos invadidos de sensaciones, con el alma llena de estas vivencias, con las retinas plagadas de esos profundos ojos negros que sucesivamente nos atravesaron pidiendo respuestas y con la certeza de saber que sólo si volvemos podemos mostrarles que no siempre es olvido, que no siempre son esperanzas vacías y frustradas. Que sientan que su voz milenaria y silenciada se multiplica como eco para recibir lo que nunca debería habérsele negado: su dignidad.

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