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19 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Después de 100 años, continúa la indiferencia con el genocidio armenio

Viernes, 24 de abril de 2015 00:30
Una fotografía que conmovió al mundo.<br>
Hoy, 24 de abril, se cumple un siglo del inicio de una las peores tragedias de la humanidad. En esta fecha, pero del año 1915, el gobierno de los jóvenes turcos -que decidió los destinos del Imperio Otomano entre mediados de 1908 y el final de la Primera Guerra Mundial en noviembre de 1918- detenía en Estambul a 235 intelectuales, miembros de la comunidad armenia, e iniciaba uno de los períodos más aciagos de la historia universal, que un poco más tarde tendría un paralelo con otras masacres que se perpetraron en el Viejo Mundo.

El procedimiento de exterminio se extendería hasta 1923 en todos los territorios de la península de Anatolia, ancestral residencia del pueblo armenio, con el arresto, persecución y tortura de hombres, mujeres y niños de esa nación.

Ya en el siglo anterior se habían registrado matanzas similares de armenios civiles a manos de los turcos, pero fue a partir del 24 de abril de 1915 cuando se inició un plan sistemático de martirio y aniquilación en el que -se calcula- perecieron cerca de dos millones de personas, tras la confiscación y robo de sus bienes, la destrucción de sus hogares y la devastación de ciudades y pueblos que cobijaban en su pasado milenios de civilización y cultura.

Este período, que coincide con la franca decadencia del Imperio Otomano, se caracterizó por la brutalidad de las masacres y la utilización de marchas forzadas con las deportaciones en condiciones extremas, que invariablemente terminaban con la muerte de la mayoría de los deportados.

Asirios, griegos pónticos (radicados cerca del mar Negro) y serbios también fueron etnias masacradas por el ejército y la policía otomanas. Algunos historiadores consideran que estos actos fueron parte de una misma política de aniquilación.

Las distintas crónicas que describen la barbarie perpetrada por los herederos del Imperio Otomano difieren en los procedimientos o en las cifras que alcanzó la masacre, pero todas concuerdan en los detalles del bárbaro episodio que desencadenó la diáspora de los sobreviviente armenios en todo el mundo: mujeres violadas y mutiladas, niños arrojados vivos a los ríos y casas incendiadas con sus ocupantes adentro. Escenas de extrema crueldad se desencadenaban todos los días. En las provincias de Oriente, el exterminio fue masivo y gran parte de los sobrevivientes perdieron sus vidas por hambre y agotamiento en marchas forzadas hacia el exilio.

En nuestro país viven entre 70.000 y 135.000 armenios, que llegaron en distintas oleadas migratorias.

"Genos-cida"
Unos 100 mil niños fueron separados con brutalidad de sus familias y entregados a turcos y kurdos para ser educados bajo otras creencias religiosas y con una lengua diferente; de esta manera los relatos de indolencia se repetían sin que hubiera una palabra que definiera la atrocidad que se cometía.
"Genocidio" deriva del griego "genos", que significa raza, tribu o nación, y del término con raíz latina "cida", que denota a la muerte.

El término fue creado por Raphael Lemkin, un abogado polaco judío y consejero del Departamento de Guerra de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.

El intento de exterminio de los judíos por parte de los nazis (el Holocausto) fue la razón que determinó a Lemkin a luchar por leyes que castigasen la práctica de genocidio.
La palabra comenzó a ser utilizada después de 1944.

Dicha palabra muestra la brutalidad escondida en la raza humana. Sinrazones culturales y apetencias desmedidas sobre un mismo pedazo de tierra distancian a los hombres y luego permite al poderoso disponer con la más abyecta crueldad del débil, sin un mínimo de consideración en la diversidad.
Las sociedades, en muchas oportunidades, potencian defectos de algunos de sus individuos, que son referentes en un cierto momento y espacio de ese pueblo, y estallan en manifestaciones inhumanas desbordadas de crueldad y sufrimiento.

La historia de la humanidad tiene demasiadas páginas escritas con sangre y la fecha del genocidio armenio es una circunstancia oportuna para recordar que muchos hechos, por más dolorosos que sean, no se deben olvidar.

Ya en el nuevo milenio, la violencia y la injusticia están en los cuadernos de bitácora de muchos Estados que solo se preocupan de una exitosa balanza comercial como derrotero de su destino.
El pueblo armenio, después de 100 años, sigue siendo un paradigma del olvido, un triste ejemplo de la poca importancia que tiene, en general, la memoria histórica para la comunidad internacional.

Un martirio apenas reconocido por el mundo, disimulado por estrategias geopolíticas e intereses económicos con la Turquía del siglo XXI.

Solo veinte países en el mundo han reconocido el genocidio armenio, la Argentina es uno de ellos, lo hizo el 11 de enero de 2007, cuando el presidente Néstor Kirchner promulgó la Ley 26.169 que establecía el 24 de abril como el "Día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos".
Turquía sigue sosteniendo que aquellos acontecimientos fueron el resultado de un conflicto armado y no un acto premeditado de exterminio.

En el nuevo orden elaborado por los Jóvenes Turcos, los armenios constituían un obstáculo. La Primera Guerra Mundial facilitó la concreción de su objetivo: transformar un imperio heterogéneo en un Estado homogéneo fundado en el concepto de un pueblo, una nación.

Los armenios no pierden la esperanza de que se produzca un primer paso hacia la reconciliación, de que el Gobierno y la sociedad de Turquía se dispongan a cerrar un capítulo indigno de la historia reciente. Al menos eso mitigaría el dolor que provoca el olvido y la impotencia de que la verdad no se reconozca por encima de motivos políticos.
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Hoy, 24 de abril, se cumple un siglo del inicio de una las peores tragedias de la humanidad. En esta fecha, pero del año 1915, el gobierno de los jóvenes turcos -que decidió los destinos del Imperio Otomano entre mediados de 1908 y el final de la Primera Guerra Mundial en noviembre de 1918- detenía en Estambul a 235 intelectuales, miembros de la comunidad armenia, e iniciaba uno de los períodos más aciagos de la historia universal, que un poco más tarde tendría un paralelo con otras masacres que se perpetraron en el Viejo Mundo.

El procedimiento de exterminio se extendería hasta 1923 en todos los territorios de la península de Anatolia, ancestral residencia del pueblo armenio, con el arresto, persecución y tortura de hombres, mujeres y niños de esa nación.

Ya en el siglo anterior se habían registrado matanzas similares de armenios civiles a manos de los turcos, pero fue a partir del 24 de abril de 1915 cuando se inició un plan sistemático de martirio y aniquilación en el que -se calcula- perecieron cerca de dos millones de personas, tras la confiscación y robo de sus bienes, la destrucción de sus hogares y la devastación de ciudades y pueblos que cobijaban en su pasado milenios de civilización y cultura.

Este período, que coincide con la franca decadencia del Imperio Otomano, se caracterizó por la brutalidad de las masacres y la utilización de marchas forzadas con las deportaciones en condiciones extremas, que invariablemente terminaban con la muerte de la mayoría de los deportados.

Asirios, griegos pónticos (radicados cerca del mar Negro) y serbios también fueron etnias masacradas por el ejército y la policía otomanas. Algunos historiadores consideran que estos actos fueron parte de una misma política de aniquilación.

Las distintas crónicas que describen la barbarie perpetrada por los herederos del Imperio Otomano difieren en los procedimientos o en las cifras que alcanzó la masacre, pero todas concuerdan en los detalles del bárbaro episodio que desencadenó la diáspora de los sobreviviente armenios en todo el mundo: mujeres violadas y mutiladas, niños arrojados vivos a los ríos y casas incendiadas con sus ocupantes adentro. Escenas de extrema crueldad se desencadenaban todos los días. En las provincias de Oriente, el exterminio fue masivo y gran parte de los sobrevivientes perdieron sus vidas por hambre y agotamiento en marchas forzadas hacia el exilio.

En nuestro país viven entre 70.000 y 135.000 armenios, que llegaron en distintas oleadas migratorias.

"Genos-cida"
Unos 100 mil niños fueron separados con brutalidad de sus familias y entregados a turcos y kurdos para ser educados bajo otras creencias religiosas y con una lengua diferente; de esta manera los relatos de indolencia se repetían sin que hubiera una palabra que definiera la atrocidad que se cometía.
"Genocidio" deriva del griego "genos", que significa raza, tribu o nación, y del término con raíz latina "cida", que denota a la muerte.

El término fue creado por Raphael Lemkin, un abogado polaco judío y consejero del Departamento de Guerra de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.

El intento de exterminio de los judíos por parte de los nazis (el Holocausto) fue la razón que determinó a Lemkin a luchar por leyes que castigasen la práctica de genocidio.
La palabra comenzó a ser utilizada después de 1944.

Dicha palabra muestra la brutalidad escondida en la raza humana. Sinrazones culturales y apetencias desmedidas sobre un mismo pedazo de tierra distancian a los hombres y luego permite al poderoso disponer con la más abyecta crueldad del débil, sin un mínimo de consideración en la diversidad.
Las sociedades, en muchas oportunidades, potencian defectos de algunos de sus individuos, que son referentes en un cierto momento y espacio de ese pueblo, y estallan en manifestaciones inhumanas desbordadas de crueldad y sufrimiento.

La historia de la humanidad tiene demasiadas páginas escritas con sangre y la fecha del genocidio armenio es una circunstancia oportuna para recordar que muchos hechos, por más dolorosos que sean, no se deben olvidar.

Ya en el nuevo milenio, la violencia y la injusticia están en los cuadernos de bitácora de muchos Estados que solo se preocupan de una exitosa balanza comercial como derrotero de su destino.
El pueblo armenio, después de 100 años, sigue siendo un paradigma del olvido, un triste ejemplo de la poca importancia que tiene, en general, la memoria histórica para la comunidad internacional.

Un martirio apenas reconocido por el mundo, disimulado por estrategias geopolíticas e intereses económicos con la Turquía del siglo XXI.

Solo veinte países en el mundo han reconocido el genocidio armenio, la Argentina es uno de ellos, lo hizo el 11 de enero de 2007, cuando el presidente Néstor Kirchner promulgó la Ley 26.169 que establecía el 24 de abril como el "Día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos".
Turquía sigue sosteniendo que aquellos acontecimientos fueron el resultado de un conflicto armado y no un acto premeditado de exterminio.

En el nuevo orden elaborado por los Jóvenes Turcos, los armenios constituían un obstáculo. La Primera Guerra Mundial facilitó la concreción de su objetivo: transformar un imperio heterogéneo en un Estado homogéneo fundado en el concepto de un pueblo, una nación.

Los armenios no pierden la esperanza de que se produzca un primer paso hacia la reconciliación, de que el Gobierno y la sociedad de Turquía se dispongan a cerrar un capítulo indigno de la historia reciente. Al menos eso mitigaría el dolor que provoca el olvido y la impotencia de que la verdad no se reconozca por encima de motivos políticos.
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