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¿De qué hablamos cuando hablamos del amor?

Domingo, 14 de febrero de 2016 00:30
En el Día de los Enamorados, nos referimos a un amor que no es ese "amor a la Humanidad", ni al "amor fraterno", a los que incluye el catecismo. No. Se trata del amor del "tú al tú", el mismo del que hablan todas las canciones ligeras que pasan por la radio. Y las tarjetas de esta fecha, y las imágenes del Facebook, y los poemas baratos, y toda la parafernalia que vende y vende y que tiene a este amor como a uno de sus productos. Sobre todo, en una fecha como la de hoy. De ese amor hablamos, en medio de tanto que, como vemos, se dice de él.
Pero aún así, tan bastardeado, se trata de un amor que cuando aparece, surge con un bramido subterráneo que nos afloja las piernas, nos quita el aliento y marca un antes y un después de su aparición. Es ese tipo de amor que nos da la certeza de que estamos vivos en este mundo, en este día. Una certeza como nosotros: pequeña, mientras rodamos con el planeta por el inmenso cosmos.
A veces, se presenta como un sentimiento peregrino, un destello luminoso que sólo encandila a un par de ojos. Pero es suficiente: nos hace latir el corazón como una máquina desbocada, la sangre quemando las venas... Al menos, eso es lo que les pasa a quienes están plenamente entregados a su experiencia, que no es para temerosos. Se trata de algo tan simple -sólo el encuentro sentimental de dos personas- y sin embargo es una de los máximos sucesos de la vida humana. Un hecho absoluto, arrollador.
Y por eso más de uno se acobarda ante su inminencia. Prefiere la huida y el anonimato.
"Desgraciadamente pienso que el amor trae más pesares que placeres. Ahora claro que la felicidad que da el amor es tan grande que más vale ser desdichado muchas veces para ser feliz algunas. ­Es también una cuestión de estadística! Yo creo que todos nosotros hemos sido muy felices con el amor alguna vez y también creo que todos hemos sido muy desdichados muchas veces. El amor le ofrece a uno esa incertidumbre, esa inseguridad del hecho de poder pasar de una felicidad absoluta a la desdicha; pero también de poder pasar de la desdicha a la brusca, a la inesperada felicidad", decía el escritor J.L. Borges. Para Alejandro Dolina, en cambio, "el amor es una situación de perpetuo peligro. Cuando uno ama, siempre corre riesgo de que dejen de amarlo. Entonces se vive en un estado de alarma y cuanto más se alarma, más enamorado se está." Para Octavio Paz, "todos los amores son desdichados porque todos están hechos de tiempo, todos son el nudo frágil de dos criaturas temporales y que saben que van a morir; en todos los amores, aun en los más trágicos, hay un instante de dicha que no es exagerado llamar sobrehumana: es una victoria contra el tiempo, un vislumbrar el otro lado, ese allá que es un aquí, en donde nada cambia y todo lo que es, realmente es".
Y luego, hay tantas formas de amor como gente que lo siente. Y el olvido es una de ellas. Una amiga de mi madre me contaba que su primer beso de amor lo había dado ya pasados los 60 años. Y que no fue justamente con el hombre con el que había convivido por décadas. Sucedió que con la muerte del marido, los incontables besos del matrimonio habían seguido el destino del olvido. Esto le permitió renovar su sentimiento para recibir al último beso como al primero.
De estos amores hablamos. De los que por su calor no caben en los catecismo. De esos a los que hay que atreverse sin medias tintas, a corazón pleno.
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En el Día de los Enamorados, nos referimos a un amor que no es ese "amor a la Humanidad", ni al "amor fraterno", a los que incluye el catecismo. No. Se trata del amor del "tú al tú", el mismo del que hablan todas las canciones ligeras que pasan por la radio. Y las tarjetas de esta fecha, y las imágenes del Facebook, y los poemas baratos, y toda la parafernalia que vende y vende y que tiene a este amor como a uno de sus productos. Sobre todo, en una fecha como la de hoy. De ese amor hablamos, en medio de tanto que, como vemos, se dice de él.
Pero aún así, tan bastardeado, se trata de un amor que cuando aparece, surge con un bramido subterráneo que nos afloja las piernas, nos quita el aliento y marca un antes y un después de su aparición. Es ese tipo de amor que nos da la certeza de que estamos vivos en este mundo, en este día. Una certeza como nosotros: pequeña, mientras rodamos con el planeta por el inmenso cosmos.
A veces, se presenta como un sentimiento peregrino, un destello luminoso que sólo encandila a un par de ojos. Pero es suficiente: nos hace latir el corazón como una máquina desbocada, la sangre quemando las venas... Al menos, eso es lo que les pasa a quienes están plenamente entregados a su experiencia, que no es para temerosos. Se trata de algo tan simple -sólo el encuentro sentimental de dos personas- y sin embargo es una de los máximos sucesos de la vida humana. Un hecho absoluto, arrollador.
Y por eso más de uno se acobarda ante su inminencia. Prefiere la huida y el anonimato.
"Desgraciadamente pienso que el amor trae más pesares que placeres. Ahora claro que la felicidad que da el amor es tan grande que más vale ser desdichado muchas veces para ser feliz algunas. ­Es también una cuestión de estadística! Yo creo que todos nosotros hemos sido muy felices con el amor alguna vez y también creo que todos hemos sido muy desdichados muchas veces. El amor le ofrece a uno esa incertidumbre, esa inseguridad del hecho de poder pasar de una felicidad absoluta a la desdicha; pero también de poder pasar de la desdicha a la brusca, a la inesperada felicidad", decía el escritor J.L. Borges. Para Alejandro Dolina, en cambio, "el amor es una situación de perpetuo peligro. Cuando uno ama, siempre corre riesgo de que dejen de amarlo. Entonces se vive en un estado de alarma y cuanto más se alarma, más enamorado se está." Para Octavio Paz, "todos los amores son desdichados porque todos están hechos de tiempo, todos son el nudo frágil de dos criaturas temporales y que saben que van a morir; en todos los amores, aun en los más trágicos, hay un instante de dicha que no es exagerado llamar sobrehumana: es una victoria contra el tiempo, un vislumbrar el otro lado, ese allá que es un aquí, en donde nada cambia y todo lo que es, realmente es".
Y luego, hay tantas formas de amor como gente que lo siente. Y el olvido es una de ellas. Una amiga de mi madre me contaba que su primer beso de amor lo había dado ya pasados los 60 años. Y que no fue justamente con el hombre con el que había convivido por décadas. Sucedió que con la muerte del marido, los incontables besos del matrimonio habían seguido el destino del olvido. Esto le permitió renovar su sentimiento para recibir al último beso como al primero.
De estos amores hablamos. De los que por su calor no caben en los catecismo. De esos a los que hay que atreverse sin medias tintas, a corazón pleno.
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