¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

22°
19 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Otras vez la guerra contra los mosquitos; antes contra el Anopheles y ahora el Aedes aegypti

Sabado, 06 de febrero de 2016 01:30
<div>Estación Sanitaria de Lucha contra el Paludismo construida en el predio donado por el Dr. Luis Güemes.</div><div>
La reciente resolución de la Organización Mundial de la Salud, que declaró la emergencia mundial por el virus zika transmitido por el mosquito Aedes aegypti, nos trae a la memoria una norma similar que ese organismo dictó en 1955.
La diferencia es que por entonces se buscaba eliminar el Anopheles pseudopunctipennis, el mosquito del paludismo y que en el NOA ya estaba derrotado. Y, efectivamente, la victoria contra el Anopheles fue resultado de una prolongada lucha que quizá ahora debería replicarse para así poner en retirada al Aedes aegypti, transmisor del dengue, la chicungunya y el zika.
Tiempos de paludismo
Y al recordar la convivencia del salteño con el paludismo autóctono, la desaparecida historiadora María Inés Garrido contó cómo los norteños sobrellevaron aquella endemia: "Salta, igual que todo lo que fue el Alto Perú, durante centurias, fue la residencia de una endemia que hacía horrorizar a los habitantes lejanos de la Pampa Húmeda. Era el Paludismo".
Y retrocediendo en el tiempo, muchos deben recordar detalles de la endemia, pues los salteños nos enterábamos del paludismo cuando, en la escuela, aprendíamos el nombre del terrible enemigo: "plasmodium malarie" que causaba malarie tanto en seres humanos como en los perros.
"Y después, en las aulas, comenzábamos a odiar a la hembra del Anopheles, que tenía la insolencia de alimentarse con la sangre que corría por el cuerpo de cada uno de los alumnos. Por entonces la prevención más conocida eran el uso de los mosquiteros, armazones de tul con esqueleto de alambre que se colgaban del techo de los dormitorios o de un portamosquitero. Fue un armatoste que supo causar accidentes graves, especialmente cuando la vela de la mesa de luz entraba accidentalmente en contacto con la red del mosquitero".
La quinina
"Por esos años -continúa Garrido-, el Ministerio de Educación de la Nación proveía de quinina a las escuelas. Una vez a la semana, la maestra los hacía formar a los alumnos en fila india ante un grifo del patio para el recreo. Allí, entregaba a cada uno una pastilla blanca, que debía tomársela con agua que sorbía del jarro enlozado que cada niño llevaba colgado al cuello. Claro, había alumnos que, por estar en mayor grado de infección, debían tomar una pastilla rosada, amenazadoramente grande".
Luego de la medicina venían los zumbidos en los oídos, los mareos y los extraños dolores de estómago; con gestos de indiferencia, los médicos decían: "Ya se les va a pasar".
El "chucho"
Todo esto era una rutina y el "chucho" -como se decía- era el común denominador de la salud de los salteños. "Era habitual entonces ver a la gente envuelta en frazadas y ponchos tomando sol, al tiempo que tiritaban estremecidas de frío. Eran los ataques palúdicos, que crecían hasta terminar con altísimas fiebres. Habitualmente, los médicos trataban todas las enfermedades juntamente con el paludismo, aumentando así el número de afectados al hígado por ingerir la quinina", informa.
"Esta medicina también solía suministrarse con vino. Para ello, una astilla de la corteza de la quina se colocaba en frascos con vino para que se impregnara del remedio (quinina), que luego se tomaba dosificado", cuenta la historiadora.
El palúdico
"La palidez, la delgadez y el aspecto débil eran síntomas inequívocos de que una persona que tenía paludismo. No obstante, había algunas de aspecto sano que padecían el mal. Al principio, la lucha contra la enfermedad se hacía con acaroína -desinfectante muy popular, conocido como Fluido Manchester- con escasos resultados, hasta que se descubrió el poder insecticida de los derivados del petróleo", sigue Garrido. "Finalmente, con fumigaciones el paludismo pasó a ser un recuerdo pintoresco de nuestro pasado no muy lejano", concluye la historiadora.

Un médico ingles y las medidas del médico Carlos Alvarado
La la lucha contra la malaria iniciada por Roca culminó en 1954. Fue en la segunda presidencia de Julio Argentino Roca cuando se institucionalizó la lucha contra la malaria o paludismo.
Por entonces, se decía que "enfermedad, inmigración y desarrollo agrícola están íntimamente relacionados".
Fue el médico Eliseo Cantón quien sostuvo que la causa del retraso del NOA era el paludismo. Y como por entonces la dirigencia nacional operaba bajo el influjo de Europa, no se dudó en echar mano al modelo italiano para combatir el paludismo vernáculo.
La primera lucha
A fines del siglo XIX, en Italia, se constató que los mosquitos Anopheles transmitían la enfermedad. Y como los pantanos eran los lugares de crianza, la solución fue eliminarlos.
En 1907, en la Argentina se aprobó la ley 5.195, legislación que cerró el proceso iniciado con la Conferencia Nacional de Medicina. Allí, Joaquín V. González había reunido a médicos y expertos en higiene para que elaboren un plan de lucha contra el paludismo endémico que "continuamente -dijo- compromete la vitalidad étnica y económica de una rica y extensa zona de esta tierra".
El programa resultante fue: canalización y desmalezamiento de cursos de agua, relleno de tierras inundables y quinina.
Pero, lamentablemente, los resultados no fueron buenos, y ya para 1930 el modelo italiano era un fracaso.
Un inglés en La Esperanza
Pero un día, un trabajo publicado en 1911 por un médico inglés del ingenio La Esperanza (Jujuy) cayó en manos del médico jujeño Carlos Alberto Alvarado, estudio que en su momento había ignorado el Departamento Nacional de Higiene.
El inglés había detectado dos cosas importantes: el mosquito de las regiones palúdicas del NOA era el Anopheles pseudopunctipennis, mientras que el italiano era otra especie anofelina. Su segunda comprobación fue que el zancudo local se criaba en aguas claras que contenían ciertas algas, alimento preferido de sus larvas.
"Por lo tanto, -concluía el inglés- desmalezar y canalizar las corrientes, favorece al Anopheles que se busca combatir".
Al crearse la Dirección Nacional de Paludismo (1937), el Dr. Alvarado fue designado al frente del organismo, ya que era especialista en enfermedades tropicales y paludismo, graduado en Londres y Roma.
Con el estudio del inglés en sus manos, Alvarado actuó de inmediato. Cambió las reglas antipalúdicas, ordenó renaturalizar los cursos de agua y restablecer su estado original. Logrado el objetivo, se constató que el área se había repoblado con larvas del "Anopheles argyritarsis", un mosquito que casi no transmitía paludismo, mientras que el dañino "Anopheles pseudopunctipennis" casi había desaparecido del todo. Con esta comprobación, la nueva estrategia consistió en buscar los criaderos del vector identificándolos por la presencia de las algas "spirogyra". Ubicadas las larvas, se mataban con petróleo y Verde de París (insecticida), metodología que se usó hasta 1945.
mosquitos.jpg
La caravana de camiones marchando hacia el NOA.

" id="1143841-Grande-1811117820_embed">
La caravana de camiones marchando hacia el NOA.


Año 1945, antes y después del uso del invencible DDT
Una férrea decisión política y el uso del insecticida terminaron con el terrible "chucho". En 1945, el paludismo recrudeció y uno de los factores que contribuyeron a ello fue el incremento de los focos en la Mesopotamia. En Puerto Iguazú, por ejemplo, el 80% de la población estaba enferma.
Cuando en 1946, el médico Alvarado creía que su carrera terminaba con el cambio de gobierno, el Servicio contra la Malaria que él dirigía fue uno de los pocos organismos que sobrevivieron a las reformas encaradas por Ramón Carrillo, su amigo desde la facultad. Fue entonces que Carrillo invitó a Alvarado a colaborar con el primer plan quinquenal de Perón.
Alvarado, que estaba al tanto de las últimas noticias sobre la lucha contra la malaria, supo del éxito de una sustancia en la 2ª Guerra Mundial para eliminar los piojos, vectores del tifus, y que habían tenido a mal traer a los soldados.
También supo Alvarado que esa sustancia era el DDT, usado con excelentes resultados para combatir los mosquitos de la malaria en otros lugares del mundo. Así fue que resolvió experimentar con DDT en el ingenio Ledesma, primero como larvicida -con pocos resultados- y luego, con gran éxito, contra los mosquitos adultos.
Con estos resultados, Alvarado y Carrillo resolvieron desarrollar una nueva estrategia contra el mosquito usando DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano).
El esfuerzo fue colosal. Se necesitó mucho dinero y Carrillo lo avaló. Algunos dijeron que Perón estaba dilapidando el dinero, pero lo cierto es que en 1955, piojos, langostas y paludismo estaban bien muertos. Eso sí, años después los piojos volvieron, y, ya se sabe, piojo resucitado pica más fuerte.
"Delé todo"
En una reunión en la que Alvarado expuso su plan antipalúdico ante el presidente Perón, al final éste le dijo al ministro Carrillo: "A este muchacho dele lo que pida". De inmediato, se organizó el ejército antipalúdico que contó con un arma imbatible: el DDT. El comando estratégico los constituyó el General (Carrillo), responsable de las operaciones, y Alvarado, en el campo de batalla, haciendo realidad su máxima: "Una campaña efectiva contra el paludismo debe ser militarmente concebida y militarmente ejecutada".
La erradicación definitiva
En junio de 1947, una caravana de 60 camiones militares adquiridos por IAPI partió de Buenos Aires rumbo a Tucumán, punto de partida de la lucha que se emprendería en el norte argentino. Iban con brigadistas, fumigadores y toneladas del nuevo insecticida, el fulminante DDT.
Ese verdadero ejército antipalúdico comenzó sus acciones en Tucumán y contó con el apoyo de helicópteros y aviones Junkers que habían sido adaptados por los técnicos de la Fábrica Militar de Aviones de Córdoba. Resultado: en el primer año de lucha los casos de paludismo pasaron de 43.000 en 1947, a 16.000 al año siguiente.
En 1949 se registraron apenas 3.300 casos y para antes de la caída de Perón (1955), el mal ya estaba controlado.
Año histórico
El año 1945 fue fundamental en la lucha contra el paludismo, y se podrá decir entonces que hubo un antes y un después, que es lo mismo que decir antes del DDT y después del DDT.
Ojalá que estos datos históricos de la lucha contra el paludismo sirvan de ejemplo a las actuales autoridades nacionales y provinciales en la guerra declarada contra el mosquito Aedes aegypti .
La donación del doctor Luis Güemes
En el inmueble se construyó y funcionó La Antipalúdica. En 1923, el doctor Luis Güemes se apersonó en el despacho del presidente Marcelo de T. de Alvear y, ante él, donó al Estado nacional una hectárea de terreno en la ciudad de Salta para la construcción de una estación sanitaria de la lucha contra el paludismo.
Años después, el Gobierno nacional construyó la Estación Sanitaria en la manzana donada y ubicada entre Paseo Güemes, Juramento, Pasaje Zorrilla y Vicente López.
Allí funcionó el Departamento Nacional de Higiene y Profilaxis, y el Departamento de Paludismo, atendiendo a enfermos de Salta y de las provincia del noroeste argentino.
Como señalara don Miguel Ángel Duran: “En la actualidad el edificio es monumento nacional, que descansa entre el olvido y el paso del tiempo...”.


Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla
La reciente resolución de la Organización Mundial de la Salud, que declaró la emergencia mundial por el virus zika transmitido por el mosquito Aedes aegypti, nos trae a la memoria una norma similar que ese organismo dictó en 1955.
La diferencia es que por entonces se buscaba eliminar el Anopheles pseudopunctipennis, el mosquito del paludismo y que en el NOA ya estaba derrotado. Y, efectivamente, la victoria contra el Anopheles fue resultado de una prolongada lucha que quizá ahora debería replicarse para así poner en retirada al Aedes aegypti, transmisor del dengue, la chicungunya y el zika.
Tiempos de paludismo
Y al recordar la convivencia del salteño con el paludismo autóctono, la desaparecida historiadora María Inés Garrido contó cómo los norteños sobrellevaron aquella endemia: "Salta, igual que todo lo que fue el Alto Perú, durante centurias, fue la residencia de una endemia que hacía horrorizar a los habitantes lejanos de la Pampa Húmeda. Era el Paludismo".
Y retrocediendo en el tiempo, muchos deben recordar detalles de la endemia, pues los salteños nos enterábamos del paludismo cuando, en la escuela, aprendíamos el nombre del terrible enemigo: "plasmodium malarie" que causaba malarie tanto en seres humanos como en los perros.
"Y después, en las aulas, comenzábamos a odiar a la hembra del Anopheles, que tenía la insolencia de alimentarse con la sangre que corría por el cuerpo de cada uno de los alumnos. Por entonces la prevención más conocida eran el uso de los mosquiteros, armazones de tul con esqueleto de alambre que se colgaban del techo de los dormitorios o de un portamosquitero. Fue un armatoste que supo causar accidentes graves, especialmente cuando la vela de la mesa de luz entraba accidentalmente en contacto con la red del mosquitero".
La quinina
"Por esos años -continúa Garrido-, el Ministerio de Educación de la Nación proveía de quinina a las escuelas. Una vez a la semana, la maestra los hacía formar a los alumnos en fila india ante un grifo del patio para el recreo. Allí, entregaba a cada uno una pastilla blanca, que debía tomársela con agua que sorbía del jarro enlozado que cada niño llevaba colgado al cuello. Claro, había alumnos que, por estar en mayor grado de infección, debían tomar una pastilla rosada, amenazadoramente grande".
Luego de la medicina venían los zumbidos en los oídos, los mareos y los extraños dolores de estómago; con gestos de indiferencia, los médicos decían: "Ya se les va a pasar".
El "chucho"
Todo esto era una rutina y el "chucho" -como se decía- era el común denominador de la salud de los salteños. "Era habitual entonces ver a la gente envuelta en frazadas y ponchos tomando sol, al tiempo que tiritaban estremecidas de frío. Eran los ataques palúdicos, que crecían hasta terminar con altísimas fiebres. Habitualmente, los médicos trataban todas las enfermedades juntamente con el paludismo, aumentando así el número de afectados al hígado por ingerir la quinina", informa.
"Esta medicina también solía suministrarse con vino. Para ello, una astilla de la corteza de la quina se colocaba en frascos con vino para que se impregnara del remedio (quinina), que luego se tomaba dosificado", cuenta la historiadora.
El palúdico
"La palidez, la delgadez y el aspecto débil eran síntomas inequívocos de que una persona que tenía paludismo. No obstante, había algunas de aspecto sano que padecían el mal. Al principio, la lucha contra la enfermedad se hacía con acaroína -desinfectante muy popular, conocido como Fluido Manchester- con escasos resultados, hasta que se descubrió el poder insecticida de los derivados del petróleo", sigue Garrido. "Finalmente, con fumigaciones el paludismo pasó a ser un recuerdo pintoresco de nuestro pasado no muy lejano", concluye la historiadora.

Un médico ingles y las medidas del médico Carlos Alvarado
La la lucha contra la malaria iniciada por Roca culminó en 1954. Fue en la segunda presidencia de Julio Argentino Roca cuando se institucionalizó la lucha contra la malaria o paludismo.
Por entonces, se decía que "enfermedad, inmigración y desarrollo agrícola están íntimamente relacionados".
Fue el médico Eliseo Cantón quien sostuvo que la causa del retraso del NOA era el paludismo. Y como por entonces la dirigencia nacional operaba bajo el influjo de Europa, no se dudó en echar mano al modelo italiano para combatir el paludismo vernáculo.
La primera lucha
A fines del siglo XIX, en Italia, se constató que los mosquitos Anopheles transmitían la enfermedad. Y como los pantanos eran los lugares de crianza, la solución fue eliminarlos.
En 1907, en la Argentina se aprobó la ley 5.195, legislación que cerró el proceso iniciado con la Conferencia Nacional de Medicina. Allí, Joaquín V. González había reunido a médicos y expertos en higiene para que elaboren un plan de lucha contra el paludismo endémico que "continuamente -dijo- compromete la vitalidad étnica y económica de una rica y extensa zona de esta tierra".
El programa resultante fue: canalización y desmalezamiento de cursos de agua, relleno de tierras inundables y quinina.
Pero, lamentablemente, los resultados no fueron buenos, y ya para 1930 el modelo italiano era un fracaso.
Un inglés en La Esperanza
Pero un día, un trabajo publicado en 1911 por un médico inglés del ingenio La Esperanza (Jujuy) cayó en manos del médico jujeño Carlos Alberto Alvarado, estudio que en su momento había ignorado el Departamento Nacional de Higiene.
El inglés había detectado dos cosas importantes: el mosquito de las regiones palúdicas del NOA era el Anopheles pseudopunctipennis, mientras que el italiano era otra especie anofelina. Su segunda comprobación fue que el zancudo local se criaba en aguas claras que contenían ciertas algas, alimento preferido de sus larvas.
"Por lo tanto, -concluía el inglés- desmalezar y canalizar las corrientes, favorece al Anopheles que se busca combatir".
Al crearse la Dirección Nacional de Paludismo (1937), el Dr. Alvarado fue designado al frente del organismo, ya que era especialista en enfermedades tropicales y paludismo, graduado en Londres y Roma.
Con el estudio del inglés en sus manos, Alvarado actuó de inmediato. Cambió las reglas antipalúdicas, ordenó renaturalizar los cursos de agua y restablecer su estado original. Logrado el objetivo, se constató que el área se había repoblado con larvas del "Anopheles argyritarsis", un mosquito que casi no transmitía paludismo, mientras que el dañino "Anopheles pseudopunctipennis" casi había desaparecido del todo. Con esta comprobación, la nueva estrategia consistió en buscar los criaderos del vector identificándolos por la presencia de las algas "spirogyra". Ubicadas las larvas, se mataban con petróleo y Verde de París (insecticida), metodología que se usó hasta 1945.
mosquitos.jpg
La caravana de camiones marchando hacia el NOA.

" id="1143841-Grande-1811117820_embed">
La caravana de camiones marchando hacia el NOA.


Año 1945, antes y después del uso del invencible DDT
Una férrea decisión política y el uso del insecticida terminaron con el terrible "chucho". En 1945, el paludismo recrudeció y uno de los factores que contribuyeron a ello fue el incremento de los focos en la Mesopotamia. En Puerto Iguazú, por ejemplo, el 80% de la población estaba enferma.
Cuando en 1946, el médico Alvarado creía que su carrera terminaba con el cambio de gobierno, el Servicio contra la Malaria que él dirigía fue uno de los pocos organismos que sobrevivieron a las reformas encaradas por Ramón Carrillo, su amigo desde la facultad. Fue entonces que Carrillo invitó a Alvarado a colaborar con el primer plan quinquenal de Perón.
Alvarado, que estaba al tanto de las últimas noticias sobre la lucha contra la malaria, supo del éxito de una sustancia en la 2ª Guerra Mundial para eliminar los piojos, vectores del tifus, y que habían tenido a mal traer a los soldados.
También supo Alvarado que esa sustancia era el DDT, usado con excelentes resultados para combatir los mosquitos de la malaria en otros lugares del mundo. Así fue que resolvió experimentar con DDT en el ingenio Ledesma, primero como larvicida -con pocos resultados- y luego, con gran éxito, contra los mosquitos adultos.
Con estos resultados, Alvarado y Carrillo resolvieron desarrollar una nueva estrategia contra el mosquito usando DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano).
El esfuerzo fue colosal. Se necesitó mucho dinero y Carrillo lo avaló. Algunos dijeron que Perón estaba dilapidando el dinero, pero lo cierto es que en 1955, piojos, langostas y paludismo estaban bien muertos. Eso sí, años después los piojos volvieron, y, ya se sabe, piojo resucitado pica más fuerte.
"Delé todo"
En una reunión en la que Alvarado expuso su plan antipalúdico ante el presidente Perón, al final éste le dijo al ministro Carrillo: "A este muchacho dele lo que pida". De inmediato, se organizó el ejército antipalúdico que contó con un arma imbatible: el DDT. El comando estratégico los constituyó el General (Carrillo), responsable de las operaciones, y Alvarado, en el campo de batalla, haciendo realidad su máxima: "Una campaña efectiva contra el paludismo debe ser militarmente concebida y militarmente ejecutada".
La erradicación definitiva
En junio de 1947, una caravana de 60 camiones militares adquiridos por IAPI partió de Buenos Aires rumbo a Tucumán, punto de partida de la lucha que se emprendería en el norte argentino. Iban con brigadistas, fumigadores y toneladas del nuevo insecticida, el fulminante DDT.
Ese verdadero ejército antipalúdico comenzó sus acciones en Tucumán y contó con el apoyo de helicópteros y aviones Junkers que habían sido adaptados por los técnicos de la Fábrica Militar de Aviones de Córdoba. Resultado: en el primer año de lucha los casos de paludismo pasaron de 43.000 en 1947, a 16.000 al año siguiente.
En 1949 se registraron apenas 3.300 casos y para antes de la caída de Perón (1955), el mal ya estaba controlado.
Año histórico
El año 1945 fue fundamental en la lucha contra el paludismo, y se podrá decir entonces que hubo un antes y un después, que es lo mismo que decir antes del DDT y después del DDT.
Ojalá que estos datos históricos de la lucha contra el paludismo sirvan de ejemplo a las actuales autoridades nacionales y provinciales en la guerra declarada contra el mosquito Aedes aegypti .
La donación del doctor Luis Güemes
En el inmueble se construyó y funcionó La Antipalúdica. En 1923, el doctor Luis Güemes se apersonó en el despacho del presidente Marcelo de T. de Alvear y, ante él, donó al Estado nacional una hectárea de terreno en la ciudad de Salta para la construcción de una estación sanitaria de la lucha contra el paludismo.
Años después, el Gobierno nacional construyó la Estación Sanitaria en la manzana donada y ubicada entre Paseo Güemes, Juramento, Pasaje Zorrilla y Vicente López.
Allí funcionó el Departamento Nacional de Higiene y Profilaxis, y el Departamento de Paludismo, atendiendo a enfermos de Salta y de las provincia del noroeste argentino.
Como señalara don Miguel Ángel Duran: “En la actualidad el edificio es monumento nacional, que descansa entre el olvido y el paso del tiempo...”.


Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Temas de la nota

PUBLICIDAD