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Eduardo Galeano y su irresistible pasión por contar historias

Sabado, 02 de abril de 2016 21:10
Eduardo Galeano siempre tenía historias guardadas en la galera. Como escritor, tuvo siempre un oído atento a los relatos que andaban por ahí, rodando por el mundo, y tuvo el don de devolverlos enriquecidos con sus pinceladas. Esta semana, llegará a todas las librerías del país "El cazador de historias" (Editorial Siglo XXI), un libro que el uruguayo estuvo hilvanando amorosamente hasta antes de partir, el 13 de abril del año pasado. El texto de más de 250 páginas está divididas en cuatro partes: "Molinos de tiempo", "Los cuentos cuentan", "Prontuario" y "Quise, quiero, quisiera".

Galeano dejó la obra íntegra y corregido antes de fallecer. En sus páginas, el autor expone -como era su estilo- crudas realidades que, pese a estar al alcance de la mano, muchos prefieren no ver. Además ofrece un puñado de bellas y poderosas historias que dan pistas de sus años de infancia y juventud y de las personas que marcaron su vida y su escritura.

El editor del libro póstumo, Carlos Díaz, cuenta que el autor había dedicado los años 2012 y 2013 a trabajar en esta obra. "Dado que su estado de salud no era bueno, decidimos demorar la publicación, como un modo de protegerlo del trajín que implica todo lanzamiento editorial. En sus últimos meses de vida siguió haciendo una de las cosas que más disfrutaba hacer, que era escribir y pulir los textos una y otra vez. Había empezado una nueva obra, de la que dejó escritas unas cuantas historias; le gustaba la idea de llamarla Garabatos. Luego de su muerte, cuando fue posible retomar el plan de publicar El cazador de historias, volvimos sobre ese proyecto inacabado, releímos las historias y sentimos que varias de ellas tenían tanto en común con las de El cazador que merecían integrarse al volumen. Por eso, una veintena de esos 'garabatos' forman parte de este libro. Varios de ellos tenían como tema la muerte".
En uno de esos "garabatos" Eduardo Galeano observa: "El sol nos ofrece un adiós siempre asombroso, que jamás repite el crepúsculo de ayer ni el de mañana. Él es el único que se marcha de tan prodigiosa manera. Sería una injusticia morir y ya no verlo". Así de injusta es casi siempre la muerte. Pero en el caso de los escritores existe una manera de contrarrestar aunque sea mínimamente la ausencia: dejar un libro como El cazador de historias, capaz de devolvernos la magia de los crepúsculos perdidos.

El Tribuno ofrece a sus lectores un anticipo exclusivo del libro que el escritor uruguayo dejó en la puerta del horno, antes de "empezar a caminar por el viento".

Molinos de tiempo

Cuerpos que cantan
En varias selvas y ríos de las Américas, sigue viva una costumbre que espantó, tiempo atrás, a los conquistadores europeos: los cuerpos de los indígenas ofrecen coloridas desnudeces.
De la cabeza a los pies, los cuerpos lucen arabescos y símbolos pintados en rojo, negro, blanco o azul.
Los indios dicen que esas son obras de los dioses, para guiar sus pasos y para iluminar sus ceremonias.
Los cuerpos pintados son vacunas de la belleza contra la tristeza.

El cuerpo es un pecado
En 1854, al cabo de seis años de matrimonio, se divorció el escritor inglés John Ruskin.
Su mujer alegó que él no había cumplido nunca con su deber conyugal, y él se justificó asegurando que ella padecía una anomalía monstruosa.
Ruskin era el crítico de arte más respetado en la Inglaterra victoriana. Él había visto una incontable cantidad de mujeres desnudas, pintadas, dibujadas o esculpidas, pero no había visto ninguna con vello púbico, ni en la tela, ni en el mármol, ni mucho menos en la cama.
Cuando lo descubrió, en su noche de bodas, la revelación del pelo entre las piernas le arruinó el matrimonio.
Esa anomalía monstruosa era una indecencia de la naturaleza, indigna de una dama bien educada y quizás típica de las negras salvajes, que en las selvas se exhiben desnudas, como si todo el cuerpo fuera cara.

Sagrada familia
Padre castigador,
madre abnegada,
hija sumisa,
esposa muda.
Como Dios manda, la tradición enseña y la ley obliga:
el hijo golpeado por el padre
que fue golpeado
por el abuelo que golpeó a la abuela nacida para obedecer,
porque ayer es el destino de hoy y todo lo que fue
seguirá siendo.
Pero en alguna pared, de algún lugar, alguien garabatea:
Yo no quiero sobrevivir.
Yo quiero vivir.

Virtuosos
Los clérigos, que habían he cho voto de castidad, eran los expertos que dictaban las normas de la vida sexual.
En el año 1215, el cardenal Robert de Courçon dictaminó:
- Al hombre devoto le disgusta sentir placer, pero soporta ese disgusto para engendrar hijos sanos.
La Iglesia amenazaba: iban a nacer leprosos o epilépticos los hijos engendrados en alguno de los trescientos días de abstinencia obligatoria.

Castigos
En 1953, la Cámara Municipal de Lisboa publicó la Ordenanza 69 035:
Habiéndose verificado el aumento de actos atentatorios contra la moral y las buenas costumbres, que día a día están aconteciendo en lugares públicos y jardines, se determina que la policía y los guardias forestales mantengan una permanente vigilancia sobre las personas que procuren vegetaciones frondosas para la práctica de actos que atentan contra la moral y las buenas costumbres, y se establecen las siguientes multas:
1º- Mano sobre mano: $2,50
2º- Mano en aquello: $15,00
3º- Aquello en la mano: $30,00
4º- Aquello en aquello: $50,00
5º- Aquello detrás de aquello: $100,00
Parágrafo único: Con la lengua en aquello, $150,00 de multa, prisión y fotografía.

La desobediente
Según dicen las más antiguas voces, Eva no fue la primera mujer que Dios ofreció a Adán.
Otra hubo, antes. Se llamaba Lilith, y no estaba nada mal, pero tenía un grave defecto: no tenía el menor interés en vivir al servicio de Adán.
Las imágenes, siempre obra de anónimos artistas masculinos, la muestran desnuda en su reino de la noche, dotada de alas de murciélago, envuelta en serpientes, ardiendo en fuegos bajo el vientre y con una sonrisa demoníaca, sedienta de sangre de machos.
Lilith no es muy popular en el mundo masculino.
Se entiende.

Culpables
Aglaonike, la primera mujer astrónoma, que vivió en Grecia en el siglo quinto antes de Cristo, fue acusada de brujería porque podía predecir los eclipses y se sospechaba que era ella quien hacía desaparecer la luna.
Unos cuantos siglos después, Jacoba Felice fue sometida a juicio en París, en agosto del año 1322. Ella curaba a los enfermos, y esa habilidad estaba prohibida a las mujeres y legalmente reservada a los doctores que fueran machos y solteros.

La maldita
Catalina de los Ríos y Lisperguer, llamada La Quintrala, la mujer más bella de Chile, fue acusada de practicar la brujería, envenenar a su padre, acuchillar a sus amantes y torturar a sus siervos.
Pero era otro el más horrendo de sus crímenes: ella había nacido pelirroja. Estaba hecha de llamas del Infierno su larga cabellera y sus pecas eran la marca de fábrica del Diablo.
Murió en 1665. Su enorme fortuna, tierras y esclavos recibidos en herencia, le permitió comprar el perdón y la salvó de morir en la hoguera que los inquisidores le tenían preparada.

Los cuentos cuentan

(...) En 1970, presenté Las venas abiertas de América Latina al concurso de Casa de las Américas, en Cuba. Y perdí.
Según el jurado, ese libro no era serio. En el 70, la izquierda identificaba todavía la seriedad con el aburrimiento.
Las venas abiertas se publicó después y tuvo la fortuna de ser muy elogiado por las dictaduras militares, que lo prohibieron.
La verdad es que de ahí le viene el prestigio, porque hasta entonces no había vendido ejemplares, ni la familia lo compraba.
Pero a raíz del éxito que tuvo en los medios castrenses, el libro empezó a circular cada vez con más suerte. Salvo en mi país, el Uruguay, donde entró libremente en las prisiones militares durante los primeros seis meses de la dictadura.
Raro, porque en aquellos años, los del Plan Cóndor, en que las dictaduras se reproducían con rasgos muy semejantes -casi idénticos- en distintos países de América Latina, también prohibían las mismas cosas.
Los censores uruguayos, al ver el título, creyeron que estaban frente a un tratado de anatomía, y los libros de medicina no estaban prohibidos.
Poco duró el error.

Autobiografía completísima
Nací el 3 de setiembre de 1940, mientras Hitler devoraba media Europa y el mundo no esperaba nada bueno.
Desde que era muy pequeño, tuve una gran facilidad para cometer errores. De tanto meter la pata, terminé demostrando que iba a dejar honda huella de mi paso por el mundo.
Con la sana intención de profundizar la huella, me hice escritor, o intenté serlo.
Mis trabajos más exitosos son tres artículos que circulan con mi nombre en Internet. En la calle me para la gente, para felicitarme, y cada vez que eso ocurre me pongo a deshojar la margarita:
- Me mato, no me mato, me mato...
Ninguno de esos artículos fue escrito por mí.

Quise, quiero, quisiera

Vivir por curiosidad
La palabra entusiasmo proviene de la antigua Grecia, y significaba: tener a los dioses adentro.
Cuando alguna gitana se me acerca y me atrapa una mano para leer mi destino, yo le pago el doble para que me deje en paz: no conozco mi destino, ni quiero conocerlo.
Vivo, y sobrevivo, por curiosidad. Así de simple. No sé, ni quiero saber, cuál es el futuro que me espera. Lo mejor de mi futuro es que no lo conozco.

Vivir, morir
Le estoy mandando esta foto mía, para mi hija, que está muy lejos. Quiero que ella venga a verme, y cuando llegue hasta mí, quiero en su delante morir.
Yo ya estoy viejo y enfermo. Ya camino por el viento.
(Recogido por David Acebey de un indígena guaraní en Bolivia)


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Eduardo Galeano siempre tenía historias guardadas en la galera. Como escritor, tuvo siempre un oído atento a los relatos que andaban por ahí, rodando por el mundo, y tuvo el don de devolverlos enriquecidos con sus pinceladas. Esta semana, llegará a todas las librerías del país "El cazador de historias" (Editorial Siglo XXI), un libro que el uruguayo estuvo hilvanando amorosamente hasta antes de partir, el 13 de abril del año pasado. El texto de más de 250 páginas está divididas en cuatro partes: "Molinos de tiempo", "Los cuentos cuentan", "Prontuario" y "Quise, quiero, quisiera".

Galeano dejó la obra íntegra y corregido antes de fallecer. En sus páginas, el autor expone -como era su estilo- crudas realidades que, pese a estar al alcance de la mano, muchos prefieren no ver. Además ofrece un puñado de bellas y poderosas historias que dan pistas de sus años de infancia y juventud y de las personas que marcaron su vida y su escritura.

El editor del libro póstumo, Carlos Díaz, cuenta que el autor había dedicado los años 2012 y 2013 a trabajar en esta obra. "Dado que su estado de salud no era bueno, decidimos demorar la publicación, como un modo de protegerlo del trajín que implica todo lanzamiento editorial. En sus últimos meses de vida siguió haciendo una de las cosas que más disfrutaba hacer, que era escribir y pulir los textos una y otra vez. Había empezado una nueva obra, de la que dejó escritas unas cuantas historias; le gustaba la idea de llamarla Garabatos. Luego de su muerte, cuando fue posible retomar el plan de publicar El cazador de historias, volvimos sobre ese proyecto inacabado, releímos las historias y sentimos que varias de ellas tenían tanto en común con las de El cazador que merecían integrarse al volumen. Por eso, una veintena de esos 'garabatos' forman parte de este libro. Varios de ellos tenían como tema la muerte".
En uno de esos "garabatos" Eduardo Galeano observa: "El sol nos ofrece un adiós siempre asombroso, que jamás repite el crepúsculo de ayer ni el de mañana. Él es el único que se marcha de tan prodigiosa manera. Sería una injusticia morir y ya no verlo". Así de injusta es casi siempre la muerte. Pero en el caso de los escritores existe una manera de contrarrestar aunque sea mínimamente la ausencia: dejar un libro como El cazador de historias, capaz de devolvernos la magia de los crepúsculos perdidos.

El Tribuno ofrece a sus lectores un anticipo exclusivo del libro que el escritor uruguayo dejó en la puerta del horno, antes de "empezar a caminar por el viento".

Molinos de tiempo

Cuerpos que cantan
En varias selvas y ríos de las Américas, sigue viva una costumbre que espantó, tiempo atrás, a los conquistadores europeos: los cuerpos de los indígenas ofrecen coloridas desnudeces.
De la cabeza a los pies, los cuerpos lucen arabescos y símbolos pintados en rojo, negro, blanco o azul.
Los indios dicen que esas son obras de los dioses, para guiar sus pasos y para iluminar sus ceremonias.
Los cuerpos pintados son vacunas de la belleza contra la tristeza.

El cuerpo es un pecado
En 1854, al cabo de seis años de matrimonio, se divorció el escritor inglés John Ruskin.
Su mujer alegó que él no había cumplido nunca con su deber conyugal, y él se justificó asegurando que ella padecía una anomalía monstruosa.
Ruskin era el crítico de arte más respetado en la Inglaterra victoriana. Él había visto una incontable cantidad de mujeres desnudas, pintadas, dibujadas o esculpidas, pero no había visto ninguna con vello púbico, ni en la tela, ni en el mármol, ni mucho menos en la cama.
Cuando lo descubrió, en su noche de bodas, la revelación del pelo entre las piernas le arruinó el matrimonio.
Esa anomalía monstruosa era una indecencia de la naturaleza, indigna de una dama bien educada y quizás típica de las negras salvajes, que en las selvas se exhiben desnudas, como si todo el cuerpo fuera cara.

Sagrada familia
Padre castigador,
madre abnegada,
hija sumisa,
esposa muda.
Como Dios manda, la tradición enseña y la ley obliga:
el hijo golpeado por el padre
que fue golpeado
por el abuelo que golpeó a la abuela nacida para obedecer,
porque ayer es el destino de hoy y todo lo que fue
seguirá siendo.
Pero en alguna pared, de algún lugar, alguien garabatea:
Yo no quiero sobrevivir.
Yo quiero vivir.

Virtuosos
Los clérigos, que habían he cho voto de castidad, eran los expertos que dictaban las normas de la vida sexual.
En el año 1215, el cardenal Robert de Courçon dictaminó:
- Al hombre devoto le disgusta sentir placer, pero soporta ese disgusto para engendrar hijos sanos.
La Iglesia amenazaba: iban a nacer leprosos o epilépticos los hijos engendrados en alguno de los trescientos días de abstinencia obligatoria.

Castigos
En 1953, la Cámara Municipal de Lisboa publicó la Ordenanza 69 035:
Habiéndose verificado el aumento de actos atentatorios contra la moral y las buenas costumbres, que día a día están aconteciendo en lugares públicos y jardines, se determina que la policía y los guardias forestales mantengan una permanente vigilancia sobre las personas que procuren vegetaciones frondosas para la práctica de actos que atentan contra la moral y las buenas costumbres, y se establecen las siguientes multas:
1º- Mano sobre mano: $2,50
2º- Mano en aquello: $15,00
3º- Aquello en la mano: $30,00
4º- Aquello en aquello: $50,00
5º- Aquello detrás de aquello: $100,00
Parágrafo único: Con la lengua en aquello, $150,00 de multa, prisión y fotografía.

La desobediente
Según dicen las más antiguas voces, Eva no fue la primera mujer que Dios ofreció a Adán.
Otra hubo, antes. Se llamaba Lilith, y no estaba nada mal, pero tenía un grave defecto: no tenía el menor interés en vivir al servicio de Adán.
Las imágenes, siempre obra de anónimos artistas masculinos, la muestran desnuda en su reino de la noche, dotada de alas de murciélago, envuelta en serpientes, ardiendo en fuegos bajo el vientre y con una sonrisa demoníaca, sedienta de sangre de machos.
Lilith no es muy popular en el mundo masculino.
Se entiende.

Culpables
Aglaonike, la primera mujer astrónoma, que vivió en Grecia en el siglo quinto antes de Cristo, fue acusada de brujería porque podía predecir los eclipses y se sospechaba que era ella quien hacía desaparecer la luna.
Unos cuantos siglos después, Jacoba Felice fue sometida a juicio en París, en agosto del año 1322. Ella curaba a los enfermos, y esa habilidad estaba prohibida a las mujeres y legalmente reservada a los doctores que fueran machos y solteros.

La maldita
Catalina de los Ríos y Lisperguer, llamada La Quintrala, la mujer más bella de Chile, fue acusada de practicar la brujería, envenenar a su padre, acuchillar a sus amantes y torturar a sus siervos.
Pero era otro el más horrendo de sus crímenes: ella había nacido pelirroja. Estaba hecha de llamas del Infierno su larga cabellera y sus pecas eran la marca de fábrica del Diablo.
Murió en 1665. Su enorme fortuna, tierras y esclavos recibidos en herencia, le permitió comprar el perdón y la salvó de morir en la hoguera que los inquisidores le tenían preparada.

Los cuentos cuentan

(...) En 1970, presenté Las venas abiertas de América Latina al concurso de Casa de las Américas, en Cuba. Y perdí.
Según el jurado, ese libro no era serio. En el 70, la izquierda identificaba todavía la seriedad con el aburrimiento.
Las venas abiertas se publicó después y tuvo la fortuna de ser muy elogiado por las dictaduras militares, que lo prohibieron.
La verdad es que de ahí le viene el prestigio, porque hasta entonces no había vendido ejemplares, ni la familia lo compraba.
Pero a raíz del éxito que tuvo en los medios castrenses, el libro empezó a circular cada vez con más suerte. Salvo en mi país, el Uruguay, donde entró libremente en las prisiones militares durante los primeros seis meses de la dictadura.
Raro, porque en aquellos años, los del Plan Cóndor, en que las dictaduras se reproducían con rasgos muy semejantes -casi idénticos- en distintos países de América Latina, también prohibían las mismas cosas.
Los censores uruguayos, al ver el título, creyeron que estaban frente a un tratado de anatomía, y los libros de medicina no estaban prohibidos.
Poco duró el error.

Autobiografía completísima
Nací el 3 de setiembre de 1940, mientras Hitler devoraba media Europa y el mundo no esperaba nada bueno.
Desde que era muy pequeño, tuve una gran facilidad para cometer errores. De tanto meter la pata, terminé demostrando que iba a dejar honda huella de mi paso por el mundo.
Con la sana intención de profundizar la huella, me hice escritor, o intenté serlo.
Mis trabajos más exitosos son tres artículos que circulan con mi nombre en Internet. En la calle me para la gente, para felicitarme, y cada vez que eso ocurre me pongo a deshojar la margarita:
- Me mato, no me mato, me mato...
Ninguno de esos artículos fue escrito por mí.

Quise, quiero, quisiera

Vivir por curiosidad
La palabra entusiasmo proviene de la antigua Grecia, y significaba: tener a los dioses adentro.
Cuando alguna gitana se me acerca y me atrapa una mano para leer mi destino, yo le pago el doble para que me deje en paz: no conozco mi destino, ni quiero conocerlo.
Vivo, y sobrevivo, por curiosidad. Así de simple. No sé, ni quiero saber, cuál es el futuro que me espera. Lo mejor de mi futuro es que no lo conozco.

Vivir, morir
Le estoy mandando esta foto mía, para mi hija, que está muy lejos. Quiero que ella venga a verme, y cuando llegue hasta mí, quiero en su delante morir.
Yo ya estoy viejo y enfermo. Ya camino por el viento.
(Recogido por David Acebey de un indígena guaraní en Bolivia)


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