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A 173 años del terremoto de 1844

Era una hermosa noche de luna cuando de pronto se escuchó un espantoso estruendo.
Miércoles, 18 de octubre de 2017 15:46

Un día como hoy de 1844, la ciudad de Salta fue sacudida por un fuerte terremoto. Don Marcos Otaiza, vecino de aquí, dejó una crónica del suceso que fue reproducido años después por monseñor Julián Toscano, en “Historia del Milagro”, libro del que El Tribuno lo extrajo en 1967 y ahora.

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Un día como hoy de 1844, la ciudad de Salta fue sacudida por un fuerte terremoto. Don Marcos Otaiza, vecino de aquí, dejó una crónica del suceso que fue reproducido años después por monseñor Julián Toscano, en “Historia del Milagro”, libro del que El Tribuno lo extrajo en 1967 y ahora.

“Entre las diez y las once de la noche del 18 de octubre de 1844 -contaba Otaiza- la población de Salta no se había entregado aún al descanso, puesto que se veían vagar por las calles grupos de paseantes que aprovechaban la claridad de una hermosa luna. Las pocas personas que a aquellas horas habían ocupado el lecho, probablemente dormían tranquilas y, como todas las demás, no imaginaban lo que estaba pronto a abrirse ante sus ojos. 

A aquellas horas, sin embargo, una afligente calamidad debía tener lugar y tuvo en efecto, porque un espantoso sacudimiento de tierra, semejante a un terremoto anunció que la cólera divina descargaba su omnipotente furia sobre el pueblo salteño, el que despavorido y temeroso, corría presuroso tras la misericordia de Aquel que en 1692 había salvado a sus antecesores”.

“Desde días antes al 18, dice don Valentín Delgadillo, en un artículo que publicó en un diario local, rememorando los sucesos de 1844, venía sintiéndose una atmósfera pesada, calor sofocante en calma, y en la noche en cuestión era tanto, que a las diez y media de la noche me hallaba con las puertas de mi casa de negocio abiertas, esperando alguna brisa, pues era el punto más ventoso de la ciudad. Conversaba en la acera con mi condiscípulo don Manuel A. Fernández, hoy canónigo, cuando oímos un ruido tan espantoso, que no supe entonces con qué compararle, ni hoy sé. Corrimos precipitadamente a la plaza, y al cruzar por el frente de la Catedral, oí sonar la campana de la iglesia, sonido que, a esa hora y en ese momento tan angustioso, solo podría producirlo el movimiento de la tierra que hacía balancear el campanario.

Estábamos pues, en plena alarma, el pueblo se precipita a la plaza principal y todos, movidos como por un resorte corrían a la Catedral, golpeaban las puertas del templo, se introducen en él y apoderándose del Cristo y de la Virgen que aún permanecían en sus andas en el presbiterio, pues se estaba realizando la fiesta que no se había podido concretar en septiembre por los trabajos de ornamentación, son sacados a la plaza, ante cuya presencia el pueblo cae de rodillas recordando sus misericordias de 1692. 

Mientras se abrían las puertas del templo y se sacaba el Cristo, un nuevo sacudimiento de tierra volvió a sentirse. En el templo había caído de su puesto la imagen de San Pedro, colocado en lo más alto del retablo, como también la corona de la Virgen del Milagro. Inmediatamente de estar las imágenes en la plaza, se organizó una procesión que recorrió las calles oscuras, envuelta en suspiros y llanto de un pueblo que clamaba a Dios ante un gran peligro.

Vueltas las imágenes a la Catedral, siempre en la plaza, se puso la Virgen ante el Cristo del Milagro en acción de interceder por su pueblo. Nadie se movió de sus lugares esa noche del 18 de octubre; la gente pernoctó al raso en la plaza hasta que llegó la mañana del 19.

 

 

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