En los últimos días, diversos países de América Latina se vieron envueltos en crisis políticas que hicieron dudar de sus respectivas estabilidades institucionales. En la mayoría de los casos suele señalarse que tales manifestaciones son producto de la debilidad democrática de la región.
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En los últimos días, diversos países de América Latina se vieron envueltos en crisis políticas que hicieron dudar de sus respectivas estabilidades institucionales. En la mayoría de los casos suele señalarse que tales manifestaciones son producto de la debilidad democrática de la región.
A finales de los años 80 del siglo XX, Samuel Huntington se refería a una "tercera ola" de democratización que se expandía del sistema democrático a lo largo de todo el mundo. Este proceso se acentuó con la caída del Muro de Berlín, pero, a principios de los años 90 empezaba a experimentarse una "contra ola", es decir, retrocesos producto de intentonas golpistas. Este hecho fue habitual en América Latina a lo largo de toda su historia. Cada avance democrático fue contestado con un freno antidemocrático.
Si bien por lo general fueron golpes de estado tradicionales, a cargo de las fuerzas armadas -o un sector de ellas-, a medida que finalizaba el siglo XX, esta práctica dejó de ser una opción aceptable tanto interna como internacionalmente.
Los mecanismos de alteración del orden constitucional fueron mutando y la propia democracia se vio desvirtuada pues, en su nombre, se cometieron severos atropellos institucionales, muchos de ellos en detrimento de la república.
Es común asimilar a la república con la democracia pero, en rigor, esa identificación es inexacta. La democracia alude a una forma de gobierno que puede darse en un marco institucional republicano, como en los países de América Latina, o en uno monárquico, como en países europeos, por ejemplo. Desde el siglo XX se fue consolidando el ideal de la "república democrática", pero ese ideal muchas veces fue alterado por una puja en donde el fortalecimiento de una se hizo en detrimento de la otra.
Hacia finales del siglo XX muchos gobiernos democráticos latinoamericanos fueron socavando las bases republicanas. Acostumbrados a alteraciones del orden y al poder concentrado en regímenes autoritarios, hicieron del número una regla de oro en la cual parecería simplificarse cualquier exigencia democrática, ya que se escudaba en que "lo decidió la mayoría".
Sin embargo, la mayoría democrática no es sino una ilusión. Cuando se dice que un presidente ganó con el 51% de los votos y que por lo tanto esa es la expresión de la "mayoría del pueblo", tal afirmación es una falacia. Probablemente ese presidente fue elegido por la mayoría de los "ciudadanos que votaron", pero no por la mayoría de "todos" los ciudadanos, y mucho menos de "todo" el pueblo. Como bien decía el politólogo Giovanni Sartori, no es el criterio del número lo que importa en la Democracia; el 40%, el 51% o el 60% son casi anécdotas, ya que en rigor lo que interesa es el "criterio mayoritario". Esto quiere decir que quien accede al gobierno con determinado porcentaje de votos sea mayoría o primera minoría- está democráticamente legitimado en nombre de la mayoría.
Ahora bien, la República implica otra cuestión, pues como marco institucional exige que su gobierno sea el gobierno para el bien común de todos y no solo de esa mayoría que lo ungió pues, en la República, quien realmente gobierna es la ley, asegurando, en principio, que todos y no una mayoría o minoría- sean iguales ante ella.
En definitiva, la reducción de la democracia exclusivamente a la regla del número o de la pretendida mayoría puede degenerar en un despotismo o tiranía de ese gobierno que, escudado en la voluntad popular, se vea tentado a concentrar el poder. En nombre de la democracia, por lo tanto, el régimen se puede alejar de la república y puede devenir en autoritarismo.
La trayectoria institucional en América Latina, desde el retorno a la democracia, ha sido una proclamada lucha en contra del autoritarismo. Curiosamente, como argumento fue utilizado tanto por quienes pretenden un cambio de gobierno como por quienes pretenden eternizarse en él. La excusa siempre fue la voluntad de la mayoría y el apelativo a "más democracia". Sin embargo, la cuestión no pasa por una mayor democratización sino por una mejor democratización que, a su vez, no soslaye el respeto institucional republicano.
En todos los casos de ruptura institucional desde fines de la década de 1980 hasta la fecha, en Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay o en Honduras, la concentración de poder en nombre de la Democracia puso al desnudo las debilidades republicanas en América Latina: falta de división de poderes, hiper concentración del poder, ausencia del sistema de frenos y contrapesos institucionales y desprecio por el gobierno de la ley.
Lo que sucede hoy en Venezuela es el fiel reflejo de cómo el colapso de la democracia ha saqueado a la república. El gobierno chavista concentró un desmesurado poder en nombre de la mayoría y, cuando esa mayoría dejó de ser tal, salió a sofocarla argumentando la defensa a valores democráticos.
En uno de sus últimos libros Tzvetan Todorov sostenía que la democracia está enferma de desmesura. Es esa desmesura, aferrada únicamente a la regla del número, la que la pone en riesgo y la que a su vez pone en riesgo a la república.