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La resistencia argentina hacia la ley y el orden

Miércoles, 15 de febrero de 2017 23:00

Toda sociedad, toda comunidad, necesita tener reglas de convivencia. En nuestro caso y luego de décadas de guerras civiles, llegamos a entender que debíamos organizarnos legalmente para arribar a la Constitución Nacional y demás leyes que regulan nuestra vida en comunidad.

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Toda sociedad, toda comunidad, necesita tener reglas de convivencia. En nuestro caso y luego de décadas de guerras civiles, llegamos a entender que debíamos organizarnos legalmente para arribar a la Constitución Nacional y demás leyes que regulan nuestra vida en comunidad.

Pero de golpe y vaya a saber por qué razón llegamos a los tiempos de las tendencias revisionistas que se convirtieron en una nueva historia oficial, adornados dentro de una democracia formal pero muy poco vivencial que transformaron valores morales que nacen del fuero íntimo y forman valores sociales. Prestigios, paradigmas de conducta, ideales a alcanzar, igualan todo sin que nada se destaque, porque destacar algo parecería algo antidemocrático. Algo así como el famoso: “Todo es igual, nada es mejor”, un cambalache.

Cuando todo lo ponemos en un mismo plano de igualdad, perdemos también el orden, entendido como situación y estado de legalidad normal, no como imposición autoritaria. Surge entonces el problema de buscar aplicar la ley cuando todas las conductas dan lo mismo; se pierde así también el sentido que la misma ley tiene como precepto dispuesto por la autoridad competente para clarificar los premios y los castigos para mantener el orden y la paz social, para llegar a la justicia, aquella virtud cardinal cuyo objeto es dar a cada cual lo que le corresponde. Y esto no se contrapone con los conceptos de igualdad democrática y republicana que enaltecen la condición humana, sino lo que hacemos con ello, es decir, nuestra conducta. En buen romance, se anula la ejemplaridad de la sanción y entonces no se distingue una conducta positiva de una negativa; da lo mismo una conducta que otra porque no hay premios ni castigos. Recién cuando la sociedad clama por justicia algunos políticos buscan no quedar desubicados tratando de disimular sus dobles discursos, mientras los minimalistas de la acción penal dirán que la cárcel no soluciona los errores de la sociedad, es decir, culpan a la sociedad por lo que sufre ante un hecho criminal. Es obvio que la cárcel no da solución, es solo una herramienta que la misma civilización ha dado para evitar matarnos unos a otros. ¿O es mejor esto último? En todo caso, lo que debe hacerse es mejorar el sistema penitenciario, pero no anularlo. La minimización de la sanción carcelaria tiene una elaboración razonada. Sería prudente comprender, primero, la realidad social antes de pretender imponer ideas que nunca podrán aplicarse en tanto esa realidad sea un obstáculo para ello. Sobre todo cuando domina la anomia, como en nuestro caso, que asociada a la impunidad crea un ambiente sociópata con consecuencias catastróficas para cualquier sociedad. Con sentencias como la que alguna vez sostuvo la inconstitucionalidad de la reincidencia, estamos lejos de afianzar la justicia y consolidar la paz interior. En síntesis, nuestro constante esfuerzo por la anomia y la privación de valores ha dado como resultado que cada grupo, aun muy minoritario, prevalezca en sus acciones por fuera de la ley frente al resto de la sociedad; y el Estado atiende sus necesidades pero desatiende las de quienes actúan dentro de la ley, con lo que se pierde el sentido que las normas jurídicas tienen en toda sociedad civilizada como herramienta para ordenar sus valores y como reglas de conducta necesarias para vivir en auténtica comunidad. Ha llegado el momento de decidir qué clase de sociedad queremos.

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